Por Hugo Lara Chávez

Al inicio de La Mancha de Sangre aparece una prostituta que narra con desparpajo un incidente que le causa un vistoso moretón en el muslo y, para mostrarlo, se levanta la falda sin asomo de pudor. Las prostitutas de este burdel, La Mancha de Sangre, se toman las cosas sin dramatismo y, todo lo contrario, se les nota alegres conviviendo con los parroquianos mientras bailan, conversan, hacen bromas y hasta en los momentos en que se pelean entre ellas.   

En este lugar, las muchachas que fichan no solo bailan con los clientes y salen con ellos a hacer sus negocios amorosos. Ellas también son las anfitrionas y despachan las bebidas que les solicitan. Este microcosmos es concurrido por personajes exóticos y fascinantes, policías secretos, padrotes, pillos y buscavidas. El establecimiento ofrece tan variados servicios como el de tortería, la razón por la que llega al lugar el tímido jovencito Guillermo. Un sencillo pretexto sirve para que éste comience un romance con una prostituta hecha y derecha, Camelia, explotada por Gastón, un chulo alemán lascivo y violento. El conflicto queda establecido con este triángulo.  

La Mancha de Sangre está conformada por una serie de imágenes cautivadoras. Aunque tiene una primera apreciación puede hacerla pasar como una película rudimentaria, la película posee los atributos cinematográficos que minimizan sus imperfecciones. Por encima de todo el relato, predomina el ojo curioso e inquieto del director Adolfo Best Maugard, cuya formación en las artes plásticas se manifiestan en esa abierta curiosidad por el ambiente sórdido y colorido de este antro de mala muerte, el que retrata con la lente de un documentalista que hurga en cada rincón del escenario, un cabaret proletario, que permite tener una idea de cómo era el ambiente en estos malolientes sitios de la Ciudad de México.   

Y así, en el doble ejercicio que asume el director como narrador y cronista, la cámara de Ross Fisher y Agustín Jiménez se mueve con versatilidad. Se hacen paneos y dollies de cierta complejidad; se proponen planos insólitos a los pies y los zapatos de las mujeres; a los cuerpos que bailan; en posiciones cenitales a los detalles que cobran importancia; se toman riesgos en momentos que airean el relato. En este aspecto, el episodio más memorable es el desnudo que ocurre durante una orgía, toda una secuencia incendiaria para su época. Hay además otras situaciones menores que aportan color: le perfumadora que por unas monedas rocía al protagonistas y sus amigos; el paseo por la Plaza Garibaldi donde el par de enamorados se dejan retratar por un fotógrafo ambulante; la secuencia donde Stella Inda limpia y barre su habitación en ropa interior y echa la mugre debajo de la cama; los detalles a las orquestas, los trompetistas que ejecutan un danzón, o los hombre que monótonamente beben cerveza en la barra, entre otras. El director, en este gusto por el cine-verdad, también decide auxiliarse en actores no profesionales, como el alemán Batemberg y el protagonista José Casal.  

Lo relevante es la forma en que visualmente se resuelve una trama convencional, cuyo  guión, escrito por el propio Maugard y por Miguel Ruiz, se acoge  a los estereotipos del cine de cabaret. Una vez más la inocencia de un personaje es puesta en riesgo, aquí se trata de la del chico provinciano que en el arco que recorre se transmuta en un aprendiz de delincuente, deja su sucio mameluco de trabajo por un llamativo atuendo de hamponzuelo, de vulgar elegancia.  

Maugard teje esta trama folletinesca con el oficio de un realizador que está experimentado con las imágenes pero también con la idea, de retratar con desprendimiento moral una atmósfera mórbida y una circunstancia truculenta, probablemente debida a ciertas influencias del cine europeo (G.W. Pabst, Jean Vigo y especialmente Sergei Einsestein, con quien se relacionó estrechamente cuando el director soviético filmó la inconclusa ¡Qué viva México!). Y tal vez haya sido este tono amoral lo que le valió ser visto, por los censores de su época, como un filme pornográfico inaceptable.   

La historia negra acerca de La Mancha de Sangre ha convertido en leyenda esta película, perdida por varias décadas y de la cual se tenían escasas noticias gracias a ciertas referencia. Luego de esta producción, Best Maugard fue vetado de por vida y nunca más volvió a filmar. Después de un modesto estreno, en 1943, La Mancha de Sangre fue rescatada a inicios de los años noventa por la Filmoteca de la UNAM gracias a una copia encontrada fortuitamente. Formada por nueve pares de rollos, continúan perdidos el rollo seis de sonido y el nueve de imagen. Aún así, la película es inteligible, si bien la carencia de imágenes en las secuencias finales siembra una buena dosis de interrogantes, abiertas a la imaginación de cada espectador.   (Del libro: Una ciudad inventada por el cine, Hugo Lara Chávez, Edit. Cineteca Nacional, México, 2006)

Sinopsis 

En el burdel La Mancha de Sangre, la prostituta Camila toma bajo su protección al joven provinciano Guillermo, quien no tiene dinero para pagar una torta que se ha comido. Camila presenta a Guillermo con Emilio, un pájaro de cuenta que trabaja al servicio de un hampón conocido como El Príncipe. Poco a poco, Camila y Guillermo estrechan su relación hasta enamorarse, pero el padrote de ella, el violento Gastón, se interpone entre ellos. Guillermo es reclutado por la banda de El Príncipe y, en ocasión de un atraco en el que va a participar, Camila logra retenerlo a su lado y salvarlo de ser capturado por la policía. No obstante, Gastón nuevamente los acosa pero es liquidado a manos de la policía, que ha sido avisada que éste trafica los objetos robados por la banda de El Príncipe. Finalmente, Camila y Gastón piensan en iniciar una nueva vida.   

Adolfo Best Maugard    

Con tan sólo un largometraje en toda su vida, Adolfo Best Maugard es el caso típico del director-maldito, atado de manos por la censura a la que fue sometido en su época. Best Mauguard nació en el Distrito Federal en 1891. Su formación se enriqueció con estudios en artes plásticas, gracias a una estancia en París donde pudo convivir con Diego Rivera. Su desarrollo en esta disciplina y su gusto por el arte popular le permitieron tomar parte en varias actividades y proyectos artísticos, en los años veintes y treintas del siglo pasado. Así, colaboró como ilustrador en la edición del Album de colecciones arqueológica, de los etnólogos Franz Boas y Manuel Gamio. Incluso también participó en el montaje de un ballet mexicano para la famosa bailarina Ana Pavlova. Fue autor de varios libros sobre arte mexicano y técnicas de dibujo, como Método de arte mexicano, Simplifed Human y Creative Design. Su incursión en la cinematografía fue determinada por su relación con el director ruso Serguei Eisenstein, a quien conoció en 1931 cuando fue nombrado como supervisor de la cinta ¡Qué viva México!. Con esa nueva influencia, en 1933 dirigió el cortometraje Humanidad, a la que siguió La mancha de sangre, escrita y dirigida por él mismo, que provocó gran escándalo debido a su contenido sobre la vida en un burdel. Su estreno fue tardío y debió mutilarse para ello. Luego de permanecer perdida por años,  en 1995 la Filmoteca de la UNAM logró rescatar una copia que es la versión que se conoce actualmente, carente de un rollo de imagen y otro de sonido. Best Maugard falleció en 1964 en Atenas, Grecia.   

La Mancha de Sangre

Director: Adolfo Best Maugard. Año: 1937-1938. Estreno: 25-06-43. País: México. Producción: Francisco Beltrán, Miguel Ruiz Moncada. Guión: Miguel Ruiz Moncada, Adolfo Best Maugard. Fotografía: Ross Fisher, Agustín Jiménez. Música: José Gamboa Ceballos. Edición: Miguel Ruiz Moncada. Interpretes: Stella Inda, José Casal, Heriberto G. Batemberg, Manuel Donde, Diego Villalba, Chico Mabarak, Kyra, Lorenzo Díaz González, Elvira Gosti, Luis Santibáñez, Jesús Muñoz. Duración: 70 minutos