Por Raúl Miranda López

En la revista Sur, surgida en la década de los 30, Borges publicó la mayor parte de sus “opiniones de films”. Algunas de las películas que le merecieron atención fueron: El acorazado Potemkin (Eisenstein, 1925), The Gold Rush (Chaplin, 1925), Octubre (Eisenstein, 1927), La pasión de Juana de Arco (Dreyer, 1927), The Crowd (King Vidor, 1928), Aleluya (King Vidor, 1929), Morocco (Sternberg, 1930), All Quiet on the Western Front (Milestone, 1930), City Lights (Chaplin, 1930), The Informer (Ford, 1932); The Scarlet Empress (Sternberg, 1934), The Devil is a Woman (Sternberg, 1935), The Thirty-Nine Steps (Hitchcock, 1935), The Petrified Forest (Mayo, 1936), Sabotage (Hitchcock, 1936), entre muchos otros. 

Para Borges, el arte narrativo era “la lengua del Destino” que, según Edgardo Cozarinsky, es similar al “montaje” cinematográfico. Borges (d)escribió, de la forma más bella posible, el uso de la profundidad de campo wellesiana:

“Hay fotografías de admirable  profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como en las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros.”

El escritor que nos motivó a descubrir  lo que es la narración y la poesía, a través de las lecturas de Whitman, Valéry, Hawthorne, Chesterton, Stevenson, Flaubert, Conrad, Joyce, Nabokov y Dickens; también impulsó a sus lectores de esa época (los 30, y principios de los 40), desde mucho antes de la “teoría del autor” cinematográfica, a reflexionar en los directores, verdaderos dioses del Olimpo fílmico. Sin menoscabo de su admiración por los maestros de la narración cinematográfica, Borges no se privaba de develar los mecanismos de la narrativa de las imágenes en movimiento. Devoto de las películas de Borzage, Langddon, Vidor, Keaton, Chaplin, Sternberg y Wells; lo que no le impidió burlarse de sus simplezas para contar relatos (aunque tenía la esperanza de estar equivocado).

Reproduzco aquí, su opinión de El ciudadano Kane, y la transcripción de su poema Ajedrez.  

                                       

Un film abrumador

Por Jorge Luis Borges

Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: Un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres, a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad; en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo! Debidamente pobre con el su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth, el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación secreta del alma de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The power and the glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en le film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias. (Corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton –The head of Caesar, creo- el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto.

Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosas; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad.

La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como en las telas de los prerrafaelistas), no son menos preciso y puntuales que los primeros.

Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como “perduran” ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra.

Ajedrez

 

                I

En su grave rincón, los jugadores

Rigen las lentas piezas. El tablero

Los demora hasta el alba en su severo

Ámbito en que se odian dos colores.

 

Adentro irradian mágicos rigores

Las formas: torre homérica, ligero

Caballo, armada reina, rey postrero,

Oblicuo alfil y peones agresores.

 

Cuando los jugadores se hayan ido,

Cuando el tiempo los haya consumido,

Ciertamente no habrá cesado el rito.

 

En el oriente se encendió esta guerra

Cuyp anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

 

               II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

Reina, torre directa y peón ladino

Sobre lo negro y blanco del camino

Buscan y libran su batalla armada.

 

No saben que la mano señalada

Del jugador gobierna su destino,

No saben que un rigor adamantino

Sujeta su albedrío y su jornada.

 

También el jugador es prisionero

(La sentencia es de Omar) de otro tablero

De negras noches y de blancos días.

 

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

De polvo y tiempo y sueño y agonías?

 

                           Jorge Luis Borges