Por Lorena Loeza                

El gore es más un recurso que un género que un género cinematográfico. Un modo particular de mover al terror, y más aún de provocar una compleja emoción que combina miedo con repulsión y asco.                 

En general es complejo decidir cuál es una película “gore “ y cuál no.  En primera porque no tiene que ver con la estructura narrativa, ni con el tipo de horror o terror que provoca. Un recurso “gore” puede ser usado tanto por seres sobrenaturales como los vampiros, como por  un sicópata caníbal como Hannibal Lecter. Mostrar sangre y vísceras le da al  terror otro sentido, devolviéndole al cuerpo su condición de envase frágil y perecedero, y enfocándose en el  miedo no a la muerte, sino a la tortura,  o a una agonía larga y dolorosa,  en medio de un sufrimiento brutal.  Y no es tan difícil de entender después de todo: hay que recordar que la tortura y el sadismo en  provocar el sufrimiento a través de infligir heridas o torturas perpetuas, se consideró el escenario perfecto para castigar los pecados en el infierno, según la descripción de la Divina Comedia de Dante.                

Tampoco es simple ubicar el origen del “gore” en el cine. Sin embargo, existe un consenso más o menos aceptado en considerar a Blood Feast (D. Friedman y H. Gordon Lewis, 1963) como la pionera indiscutible del género.  La película sienta las bases de lo que para muchos es una condición indispensable para hablar de  éste subgénero: un guión pobre aderezado con violencia gráfica, desnudos, mucha sangre y vísceras, de inmediato la clasificó para la crítica culta en una especie de recurso procaz para vender boletos a través de la explotación del morbo. En este caso, la historia gira alrededor de los misteriosos asesinatos de mujeres que son encontradas mutiladas en un pequeño pueblo norteamericano.  No hay mucho que agregar y la verdad es que al contar eso, ya se dijo buena parte de la trama.                 

Y si bien el gore carga hasta la fecha con el estigma de poco contenido y mucho morbo, hay honrosos ejemplos de un “gore” no tan explícito que hoy se consideran auténticos clásicos del género de terror.  Es el caso  de La noche de los muertos vivientes (The night of the living dead, G. A Romero, 1968); y de la Masacre en cadena (Texas Chainsaw Massacre, T. Hooper, 1974).                

En el caso de La noche de los muertos vivientes, el recurso “gore” enmarca una  trama de lucha y sobrevivencia ante el ataque de muertos que vuelven a la vida por razones que nunca se explican a profundidad. George A. Romero afirma que la idea de un ataque zombie, para él es una forma de hacer una crítica social, mostrando la fragilidad  humana y la falta de solidaridad cuando de situaciones extremas y búsqueda de  la propia sobrevivencia se trata. Una manera terrorífica de decir que donde el caos reina, la compasión desaparece. Los zombies de Romero generan todo un estereotipo que es usado incluso en la actualidad:  cuerpos mutilados, carentes de razón, a medio destazar y dominados por una salvaje condición caníbal, que los hace temibles y terroríficos, pero sobre todo, repulsivos.                 

Con el tiempo, los zombies se asociaron también a todo tipo de catástrofes químicas, epidemias o enfermedades extrañas, hermanando el terror con la ciencia ficción y con toques de “gore” que las hacían más complejas en el planteamiento, pero absolutamente predecibles en cuanto al desenlace.                

Por su parte,  Masacre en cadena  es un hoy un clásico que da  origen otro importante nicho del género del terror: el del sicópata a sangre fría,  encarnado en este caso por Leather face y del cual serán dignos herederos  Jason Voorhees y Mike Myers. La masacre en Texas usa el “gore” de forma menos explícita, ganando en trama y perdiendo un poco en morbo. Con pocos recursos y calidad fotográfica cuestionable, dado que es una película independiente,  esa  carencia tiene la extraña suerte de  sugerir al espectador la idea de que más parece un documental que una película de ficción, lo que le da un cierto realismo que la hace más aterradora.                 

La película además es pionera en el uso de ciertos recursos que se volverán indispensables para todas las películas posteriores sobre sicópatas:  grupos de adolescentes perdidos e incomunicados,  el uso de la motosierra eléctrica como elemento perturbador y terrorífico,  y la máscara del asesino, que será un recurso que veremos en Viernes 13, Halloween  e incluso para Hannibal Lecter termina siendo un elemento distintivo.  También la película abre el nicho “ de basado en un hecho real” que termina siendo un efectivo gancho taquillero, una invitación al morbo y un elemento que genera pesadillas en más de un habitante de pueblos pequeños.                 

En dado caso la lista de películas que usan el recurso es larga y en ocasiones genera desacuerdos entre los defensores de este también llamado subgénero.  No es un tipo de cine fácil y en general se considera que un elemento “gore” en las cintas es suficiente para restringir su calificación.  Es por ello que muchas películas nunca llegaron a las salas cinematográficas y el hecho de conseguirse solamente en video y no de forma sencilla, en realidad contribuye a aumentar la expectativa  de muchos espectadores.                 

Pero es importante por lo menos, hablar de un par de cintas  más:  Hostel 1 y 2  (E. Roth, 2006, 2007), que representa toda una revitalización del género.  En  las dos secuelas filmadas hasta ahora, la película reinventa el elemento de la tortura y el sadismo por diversión. Es innovadora porque no se trata de encuentros fortuitos sino de la posibilidad de que la tortura sea una industria institucionalizada, pero sobre todo, porque  aporta un final nuevo y diferente: la posibilidad de que la víctima tenga manera de vengarse por propia mano.                 

Y si bien no es un cine fácil de construir, la verdad es que ha seducido a muchos cineastas que se han atrevido a intentarlo, como Peter Jackson en sus inicios en Nueva Zelanda con las cintas Bad Taste (1987) y Braindead (1992). En México tampoco ha merecido mayor interés por parte de la industria, más avocada a los melodramas y en general con una muy poca vocación hacia lo terrorífico. Sin embargo es de mencionar Alucarda (1978) de Juan López Moctezuma. Una mezcla de horror en el rubro del satanismo, mezclado con escenas lésbicas, desnudos y mucha sangre, son los recursos que usa el cineasta para contar la historia de una muchacha hija de una poseída y un jorobado.  Vampirismo y ritos  satánicos en medio de un convento de monjas, hacen de la película algo verdaderamente sorprendente.                 

El “gore” no dejará de tener adeptos, el morbo es un interés humano y natural. Es una lástima que se abuse de recurso, y con ello pierda sentido,  pero no deja de ser interesante pensar en la tortura como una forma de vivir el infierno en la tierra, de sabernos presas de la maldad que no es sobrenatural sino tan humana como nosotros mismos.  En dado caso a muchos les gusta pensar en que vas corriendo para salvarte y buscar ayuda, porque todos sabemos que  de las situaciones extremas solamente se sobrevive cuando se hace de tripas… corazón.