Por Lorena Loeza   

Cada época tiene su locura particular. Charles MacCay   

No hay mejor ejemplo de cómo puede influir el cine y -los medios en general- a la creación de mitos y creencias populares, como el caso de los ovnis y los extraterrestres en el cine. 

Hasta casi la mitad del siglo XX las creencias en naves espaciales y extraterrestres eran prácticamente inexistentes. Historias como las de Julio Verne se consideraban fantasías creativas, producto de una fértil imaginación. Aquí hay que comprender un asunto básico e importante: Las creencias populares crecen y se fortalecen cuando hay un ambiente social y político que las alimente. Nadie creería en las brujas en la Edad Media si no fuera porque cultural y políticamente así convenía a la estructura de las instituciones religiosas de la época.  

Algo así sucede con los ovnis y los extraterrestres. Si se pueden considerar como el aporte mítico del siglo XX  es porque la ufología dependió del cambio de mentalidad de la humanidad entera cuando los viajes al espacio se volvieron una posibilidad real.  El desarrollo de la aeronáutica primero, de las ciencias que mejoraron los telescopios, la fotografía espacial y finalmente las ciencias del espacio, hicieron pensar al ciudadano común que viajar al espacio ya no era solo una fantasía.

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La primera película sobre temas espaciales y encuentros con extraterrestres es Viaje a la luna, filmada en 1902 por el cineasta francés George Melies. Repres. El viaje se hace en globo y la travesía incluye un encuentro con lunáticos.

 

Sobre lo que se podría encontrar en otros planetas y la posibilidad de que la vida no fuera solo como la conocemos, alimentó la creación de historias sobre otros mundos y formas de vida.  En 1948 Orson Welles provocó el pánico colectivo durante la transmisión radiofónica de su hoy célebre relato “La Guerra de los mundos”

 

Fue en los años cincuenta que el cielo se pobló de las primeras sondas espaciales, nuevas naves militares y artefactos luminosos que volaban. Son los años de la guerra fría. Los reportes de avistamientos coincidían con las pruebas militares y las teorías populares crecían. Dos eventos en particular son determinantes para apuntalar la imaginación colectiva alrededor del tema: la bomba atómica en Hiroshima y la llegada del primer hombre a la luna.

 

Es así que la humanidad se replanteó creencias antiguas con nombres nuevos: enanitos verdes, de forma insectoide, múltiples patas que antes eran criaturas como enanos o gnomos o espíritus de la naturaleza, ahora eran extraterrestres.

El aspecto se fue transformando hasta volverse humanoide, asunto no muy difícil de explicar: el extraño acaba por ser parecido a nosotros.

Los relatos sobre extraterrestres de aquella época son una extensión de la paranoia por una tercera guerra mundial. La idea de una batalla militar – en donde los norteamericanos afianzarían su supremacía al salvarnos de una amenaza peor que los rusos- abundan en el cine y la literatura. 

 

El carácter hostil de los extraterrestres se fue modificando en la medida que las condiciones  históricas también lo hicieron. Carl Sagan – en su libro El mundo y sus demonios-  explica como la NASA gastó mucho dinero y recursos en investigar y desmentir los supuestos avistamientos. Sin embargo, eso no desalentó al creciente número de creyentes. Series como Star Trek en la televisión, o Star Wars (Episodio IV, L.George, 1977) en el cine, alimentaron la idea de que los extraterrestres podían ser de muchas formas y tipos y que no necesariamente debían ser vistos como una amenaza. Es de llamar la atención, que curiosamente tanto Star Trek como Star Wars mantienen a enormes comunidades de fans (fans communities) seducidas por la filosofía pacifista y tolerante que impregna la idea de convivir con razas diferentes a nivel interestelar.

 

Pero definitivamente es Spielberg quien termina por dar a los extraterrestres una imagen amigable: Encuentros Cercanos del tercer tipo (1977) y ET, El extraterrestre (1982) son los mejores exponentes de ello.

 

Es así que después del cine, hubo una imagen consensada y fácilmente identificable del extraterrestre: todos los abducidos los describían como aparecen en la películas de Spielberg, al grado que la imagen del humanoide gris de ojos brillantes se considera la  más popular hasta la fecha.

 

Después de eso, personajes como Mork de planeta Ork, Alf y Mi Marciano Favorito harían divertida la creencia. Sin alegorías del fin de mundo o traspolación del miedo a otra guerra mundial, los noventas estaban listos para adelantar otra fase la creencia.  Los extraterrestres ya estaban entre nosotros y además, preocupados porque no estábamos listos para su presencia, eran parte de una conspiración para ocultarse. En algunos casos, todo era producto de altos intereses corporativos, como narra Zemeckis en Contacto (1997) versión fílmica de la única novela que escribió Carl Sagan, científico que por cierto aún y cuando los buscó durante toda su vida, hubo de confesar casi al término de ésta que nunca encontró nada. Contacto parece la novela de lo que le hubiera gustado que en realidad pasara, pero no deja de ser, tristemente, solamente una ficción.

 

Contacto.

 

Pero no hay mejor modo de ejemplificar el asunto de la conspiración que con los Expedientes Secretos X.  Los noventas sorprenden al mundo en medio de nuevas  amenazas por encima de las guerras: pobreza, desastre ecológico, enfermedades nuevas y peligrosas.  La idea de los Expedientes empieza por ocuparse de múltiples fenómenos sobrenaturales pero termina por explorar como nunca antes la posibilidad de un enorme complot mundial para asegurar la prevalencia de la humanidad.  Al final el mensaje es claro: son más peligrosos los seres humanos con poder y ambición que los propios extraterrestres.  

 

Sin embargo, la última década intenta una vuelta a la hostilidad de los visitantes con películas como Señales, (M. Night Shyamalan, 2002), el remake de La Guerra de los mundos (Spielberg, 2005) y El cuarto Contacto (O. Osunsanmi 2009). Aquí vemos nuevamente extraterrestres hostiles, que no vienen con buenas intenciones y que además pueden constituir presencias francamente aterradoras. Y es que finalmente, ¿a que vendría a nuestro planeta una raza superior, si no fuera con intenciones expansivas? Esa parece una premisa que cada vez parece más lógica que la mera observación de nuestras buenas y malas acciones con ojos de ternura desde el espacio.

 

¿Lo irónico de todo este asunto? No hay pruebas científicas claras y contundentes que prueben que seres de otros planetas visitan la tierra. Las fotos no resisten análisis minuciosos, los videos  nunca son claros ni se ven con nitidez, todos los mensajes transmitidos a través de los abducidos no demuestran haber sido dictados por una inteligencia superior (¿viajar miles de años luz para esconderse en el Tepozteco y mandar decir que seamos buenos y cuidemos la tierra?).  Sin embargo el mito subsiste porque sustituye otros sistemas de creencias y se nutre de un lenguaje aparentemente científico, muy importante para el pensamiento moderno.  Y es que en este punto hay que ser claro: la existencia de vida extraterrestre es una posibilidad real. Pero de eso a que estén aquí, secuestren humanos para estudiarlos, o piensen invadir la tierra y propagar nuevas creencias -o algo así- hay mucha diferencia. Ahora que si de verdad existen, yo como muchos otros queremos verlos… si, digamos  que hasta los escépticos queremos creer, y también admiramos a Fox Mulder.