Las imágenes consagradas de Xochimilco son las que se muestran en Maria Candelaria (Emilio Fernández, 1943), a través de las imponentes panorámicas del fotógrafo Gabriel Figueroa. La misma película se refiere a la historia de una mujer oprimida injustamente por los prejuicios de su comunidad, uno de los pueblos más antiguos del Valle de México, ahíto de ancestrales tradiciones que expresan el sincretismo de su pasado indígena con su arraigada fe católica. Xochimilco es un sitio absolutamente cinematográfico. Desde los orígenes del cine en México, fue uno de los sitios favoritos de los camarógrafos, como lo prueban sendos ejemplos del cine silente, como Pueblo y lago de Xochimilco (Salvador Toscano, 1905) o Tepeyac (José Manuel Ramos, Carlos E. González y Fernando Sáyago), sobre la ferviente devoción popular en torno a la Virgen de Guadalupe. Xochimilco es lo único que se conserva de los antiguos pueblos de la cuenca lacustre, cuyo origen se remonta al siglo XII cuando se asentó en sus inmediaciones el pueblo nahuatlaca, conocidos como xochimilcas. Lugar de recreo de los capitalinos al que se acude para los paseos por sus canales en las típicas trajinera, rodeado del pintoresquismo de sus lugares, de sus marchantes de flores, sus paisajes y su gente, ha sido locación de filmes tan diversos, ya para melodramas elogiosos de su folclor, como Rosa de Xochimilco (Carlos Véjar, 1938), para cintas cómicas como Los paquetes de paquita (Ismael Rodríguez, 1954) o El Violetero (Gilberto Martínez Solares, 1960), para dramas juveniles como Damiana y los hombres (Julio Bracho, 1966) o Los cachorros (Jorge Fons, 1971), películas de época como Las vueltas del Citrillo (Felipe Cazals, 2005), o para producciones internacionales, como Frida (Julie Taymor, 2002).