Por Hugo Lara

 

Es curiosa la forma como se cruzan los caminos de grandes talentos, como sucedió entre el escritor Scott Fitzgerald, el cineasta Elia Kazan y el productor Irving Thalberg. 

Scott Fitzgerald dejó sin terminar una novela fascinante, El último magnate (1976), basada en la vida del productor Irving Thalberg, figura indispensable para comprender el origen de Hollywood.

Fiztgerald es un escritor emblemático de la era del jazz, autor de El gran Gatsby, llevada al cine varias veces, la última por Jack Clayton en 1974, con Robert Redford en el estelar. Fiztgerald fue el clásico hombre de entreguerras, un poco héroe y un poco villano, que vivió al extremo la decadencia, el glamour y los excesos de su época y que murió a los 44 años, consumido por el whisky y por el loco amor de su mujer, Zelda Zayre.

Elia Kazan, el talentoso cineasta fallecido en septiembre pasado a los 94 años, decidió llevar a la pantalla en 1976 El último magnate, —protagonizada por Robert De Niro— que se convirtió a la postre en su última película, para culminar una trayectoria sembrada de cintas como Nido de ratas o ¡Viva Zapata!.

En El último magnate hay que remarcar la hazaña de Kazan: haber podido imaginar con enorme tino el desenlace de una historia que había que comprender por sus raíces más sensibles, como lo marcaba el tono de Fitzgerald. El resultado es admirable: el retrato de Thalberg a partir de dos mentes talentosas, de un escritor y un cineasta, que se han encontrado, sin conocerse, a través del tiempo.