Por Raúl Miranda López

¿Qué piensan las adolescentes de 14 años sobre el sexo?, las jóvenes de las colonias Del Valle, Narvarte y Portales, alumnas de escuela femenina religiosa; las chicas de escuela de monjas; las confidentes de secundaria. El maese setentero Bojórquez, alivianado siempre con las féminas, les dedicó varios de sus filmes (A la busca, 1967; Los meses y los días, 1970; Lo mejor de Teresa, 1976; Adriana del Río, actriz, 1978; Retrato de una mujer casada, 1979; Los años de Greta, 1992). El realizador elaboró una entrañable película, un blues de la pubertad sobre las dificultades, confusiones y voluntades de unas minifalderas lindas-niñas mujeres, en su búsqueda del deseo de la iniciación amorosa urgente (“En amoroso fuego todo ardiendo”, Garcilaso). Una imaginativa lectura de los híbridos (poema-prosa) cuentos de José de la Colina, incluidos La tumba india y La lucha con la pantera, indujo al buen Bojórquez a acompañar a Patricia, Mercedes y Ana, las heroínas colegialas adictas a la lectura en voz alta de fogosas fotonovelas y nota roja, de jergas propias: “carne virginal”, “se le entregó”, “la poseía con descaro”, “la ultrajó”, “la hizo suya”, “villanamente mancillada”, “cuerpos sudorosos-jadeantes y desnudos”, “su amasia”, palabras incomprensibles,  buscadas en el diccionario Patria y no encontradas. Pero la pantera , que es “amor”, “locura”, “muerte”, “piel de eléctricos reflejos”, al decir de De la Colina, a partir de sus lecturas de E. Salgari, y quizá de Kipling, también es símbolo de lo felino/erótico de su cinefilia (La marca de la pantera, Jacques Tourner, 1942), además, quizá, porque la inocencia nace de la raíz del misterio (a propósito de su crítica de La máscara del demonio, de Mario Bava, 1960), o de la selva pavesiana: “la mujer es una fiera, una carne, un abrazo.” Entonces, la intuida selva sexual de la Ciudad de México que las jóvenes (que aún juegan con muñecas) recorren, revela para documento la Avenida Reforma, las calles Popocatepetl y Cuauhtémoc, el “Parque Japonés” de la colonia Country Club, el Bosque de Chapultepec y el Parque de los Venados. Nos comprueba que modelos rodaban en los  70: Opel, Valiant, Ford Galaxy, Renault, Mustang; nos recuerda que existían discos LP, que había tiempo para leer, que la “hora de México” era la de Haste; y que se decía “agarra tu patín”, “más baras”, “burguesita de mierda”, “nel pastel”, “no te azotes”, “chale, qué gacho”, “cruz, cruz... que venga el niño Jesús”. Recuperar para la memoria la película La lucha con la pantera, permite saber que no habían todavía internet, iPods, Cds, Beta, VHS, DVD, Blu-ray, Palm, Tamagochi, Playstation, Websites, Blogs, USB, agua embotellada cara, teléfonos celulares, TV por cable o satélite; que no se decía: “para nada” y “guey para todo”, “igual y si”, “no hay varo”, “nos vemos el fin”, “¡cuídate!”, aunque ya había que cuidarse. Reconocer que en esa década las mujeres tomaron las calles: se divorciaron de maridos golpeadores, abortaron como último recurso, usaron anticonceptivos, se irritaron cuando les dijeron “nenas” (como mala traducción del sobreusado “baby”), exigieron igualdad en percepciones salariales, repudiaron el concurso “Miss Universo”, se pusieron minis y maxis cuando quisieron, y corrieron, no sin riesgo, por la jungla de asfalto. Nada cambió, todo cambió. Aún no se sabe. Así, morosamente Bojórquez va describiendo/descubriendo el acuciante sentimiento de las niñas sexuadas en ciernes que se van de pinta, las “Lolitas” que viajan en camiones, se enamoran de sus maestros de literatura, de sus hermanos respondones de patillas y chamarra de cuero; niñas que se mojan bajo la lluvia y les da fiebre y las cuida mamá (“con la pequeña ayuda de mamá”) abandonada por el marido-padre. El director hace evidente la “realidad”, prueba que la inocencia no es tal, que existe el complicado tránsito de la infancia a la sexualidad adulta, que hay suicidios en la adolescencia, agresividad sexual en las calles, pasiones a todas las edades: panteras agazapadas a punto de saltar... La vilipendiada época de los Jackson Five, los Osmond, David Cassidy, vio emerger para el espectador de cine mexicano a Rocío Brambila, chavita medio deschavetada pero sin la telequinesis sanguinolenta de Sissy Spacek (Carrie, 1976) ni poseída por el chamuco como Linda Blair (El exorcista, 1973). Que Beto Bojórquez así lo contara, permitió que en esa década hubiera un antecedente de Perfume de violetas y otras. Una demostración anticipada de la moda seituku nipona (el fetichismo de las falditas, tobilleras y pantaletas de colegialas) de Kinji Fukasaku, Takashi Miike, la animación La Blue Girl, o la Go Go Yibari de Tarantino. La pantera de Bojórquez es, al igual que Moby Dick, la naturaleza que debemos enfrentar, ahora que asalta los recuerdos: “Imaginemos la pantera, hermanos mortales” (de la Colina). Recomendamos el libro “Traer a cuento / Narrativa (1959-2003)”, de José de la Colina, editado en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, 2004.

Dir: Alberto Bojórquez. Guión: Alberto Bojórquez, basado en cuentos de José de la Colina.

Prod: Conacice, STPC. Con: Rocío Brambila, Marisa Makendosky, Mildred Hernández, Lilia Michel, Gregorio Casal, Cecilia Pezet, Roberto Dumont, Enrique Novi, Juan José Martínez Casado, Lina Montes, Alejandro Parodi. Raúl Miranda López