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2010-09-21 00:00:00

En gustos: The Ghost Writer, La danza de los demonios y fantasmas

Por Enrique López T.

Roman Polanski es un delator, con The Ghost Writer hace una aguda crítica a la sociedad moderna, da buenos golpes y lo mejor de todo, la crítica no se nota, es áspera y sutil. Es un delator porque nos da información parcial que nos conduce por los cauces que a él convienen; es un maestro porque borda un film totalmente efectivo, sostenido sólo con la intriga, con la confabulación política, la indagación torpe y fortuita, y sobre todo con nuestra disposición para llegar hasta “el final”…

 

Dispone para ello de grandes telones: el de la política es el primordial y el que más aparece como un espectro arrastrando sus grilletes; y el de la escritura que sirve como un doble reflejo de lo que es la cinta: una trama, un gran ardid.

 

Si naturalmente fuéramos un pueblo de sabios quizá no necesitaríamos la Política, pero es tan detestable como necesaria; con desarrollo pero sin progreso, hoy es más vana, así Pierce Brosnan es el ideal para interpretar al ex–primer ministro británico Adam Lang, político moderno, otrora actor (y por ello), encantador de masas más que estadista. Es la regla, en un mundo que adora la sonrisa, el traje, la corbata… la apariencia por sobre las ideas. El político es un producto más.

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En vías de componer sus memorias su colaborador Mike McCara aparece muerto, y además es acusado de crímenes de guerra contra civiles británicos. En esta suerte de desmoronamiento (muy presente en la obra de Polanski) otro escritor (Ewan McGregor) aparece con la tarea de acabar el libro. Este escritor fantasma entiende que la literatura, léase biografía del poder, se basa más en la prohibición, develar lo prohibido es lo emocionante, siempre habrá cuerpos en el armario por descubrir, y eso es lo que realmente vende. Todo es una mercancía.

 

El escritor opera más con lo negativo que con lo que tiene a mano. Si introduce lo faltante es más afín al criminal, pero si va en su busca, es más un detective. Nuestro escritor fantasma está entre ambos; más accidental que voluntariamente va sacando algunos hilos. No tiene vocación urgente de Verdad, sino un codicia natural de saber qué pasó con su antecesor; no hay dramatismo sobe lo que Lang hizo o no como primer ministro, sino un “interés profesional” por “revelar”, y por supuesto, una ansia irrefrenable por sobrevivir frente a las amenazas.

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Con todo, confiamos en él pensando que podrá darnos respuestas, y es que Ewan McGregor le da una simpatía y una carga de vacilación que funcionan muy bien. Este singular “investigador” (ni periodista, ni detective) no es como Dupin, Poirot o Sherlock la figura infalible del orden del Estado, sino un individuo atado al error. Desde que hace el trato algo nos inquieta como a él, y como él no dejaríamos pasar la oportunidad de nuestra vida. Rebelde, sumiso, inteligente, torpe, servil, libre, egoísta, ingenuo, bribón, casi heroicoel escritor es un animal extraño, fantástico, que no siempre cae de pie.

 

Basado en la novela The Ghost de Robert Harris, The Ghost Writer es un film muy limpio, poblado de actuaciones óptimas, trabaja bella y angustiosamente los espacios cerrados, mar y lluvia aíslan, la paleta de colores es fría, ceniza, el cielo siempre gris (creo que no hay ni un día de sol); la persecución es más latente que desenfrenada, se cultiva la paranoia, las trampas están bien puestas igual que los vuelcos, hay una tensión constante y guiños que dicen esto es verdadero, más real que lo real. Se deja ver gozosamente.

 

Atestada de fantasmas la película no puede tener más que un final escalofriante, uno de los más hermosamente cinematográficos que recientemente he visto. Casi un acto de espiritismo. Más allá de la semejanza con Tony Blair, más cerca de la denuncia de que EE.UU. es quién dicta el orden mundial imperante, y que Europa actúa como un simple cliente (senda bofetada a sus perseguidores), el verdadero trasfondo es peor: el poder de un modo u otro hará que entres en su juego, te embaucará y acabarás bailando con el demonio.

 

Y mientras cínicamente pasan los créditos finales, varias cosas van surgiendo: que estamos expuestos frente al poder, que la política es la continuación de la guerra por todos los medios; que como decía Capote: “la literatura es chisme”; que los escritores si no toman distancia, se equivocan siempre; y que entre la promesa cumplida y la dicha plena, hemos visto un gran Polanski.


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