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2010-11-25 00:00:00

Cine y Revolución: La Revolución Mexicana vista a través del cine

Por Ricardo Pérez Montfort*
CIESAS/México

En medio de todos los lugares comunes históricos, artísticos, editoriales y políticos, justificatorios y críticos, que ha traído consigo este año de celebraciones, el cine mexicano no podía quedarse atrás. Y tan no lo ha hecho que varias han sido las producciones que con temática bicentenaria o centenaria han salido al mercado con muy desiguales logros y recepciones. Héroes patrios se han pretendido desmitificar y medianamente humanizar, figuras relevantes de la historia nacional han pasado al cadalso de un supuesto reconocimiento por la volubilidad de los medios de comunicación, entre solemnidades y parafernalias; y en este afán de festejar, mucho se ha dicho de manera ligera y anodina, aunque también es cierto que hemos sido testigos de algunos logros. Y uno de ellos sin duda es el libro Cine y Revolución: La Revolución Mexicana vista a través del Cine coeditado por la Cineteca Nacional y el Instituto Mexicano de Cinematografía.

Desde hace poco más de dos años, hasta donde sé, se presentó la iniciativa oficial de echar a andar un Museo Nacional de Cine, mismo que le fue encargado a nuestro buen amigo Pablo Ortíz Monasterio. Por claras limitaciones presupuestales aplicadas severamente a la educación y a la cultura esta iniciativa derivó en la propuesta de hacer ya no tanto un museo sino más bien una magna exposición sobre el Cine y la Revolución. Para participar en ella fuimos convocados varios colegas y amigos interesados tanto en la historia como en el cine, pero sobre todo aquellos a quienes sus aficiones los habían llevado a estudiar la propia historia, la estética y los múltiples vectores sociales, económicos, políticos y culturales que confluyen en el quehacer cinematográfico mexicano y del mundo.  

En una serie de primeras sesiones se presentaron y discutieron una gran cantidad de ideas para poder darle una consistencia original y propositiva a dicha exposición. Consagrados especialistas en la historia del cine mexicano como Eduardo de la Vega, Ángel Mikel, Raúl Miranda y Octavio Moreno Toscano se incorporaron al equipo de trabajo y jóvenes entusiastas e igualmente solventes como Álvaro Vázquez Mantecón, Claudia Arroyo, Hugo Lara, David Wood, Eloisa Lozano y Alicia Vargas, se unieron a esas sesiones, a las que recuerdo que también ocasionalmente asistimos Paco Montellano, Gregorio Rocha, Aurelie Semichón, Rossana Barro y un servidor, entre otros cuyos nombres lamentablemente ahora no me llegan a la memoria.

Se trataba de un proyecto por demás seductor, que hay que reconocer que empezó con gran entusiasmo y fuerza, y que gracias a la tenacidad de Pablo y de algunos de sus colaboradores cercanos, logró salvar la carrera contra constantes frustraciones e impedimentos, mismos que han caracterizado a muchos otros proyectos de la administración cultural actual. Las limitaciones presupuestales aparecieron una y otra vez, pero aún así el proyecto lejos de naufragar, tuvo por lo menos dos grandes logros de amplia trascendencia: la propia exposición organizada por el Consejo Nacional para la Cultura y la Artes que llevó el título de Cine y Revolución y el libro que ahora se presenta.

Tengo que reconocer que sobre la exposición hablo más de oídas que de sabidas, porque por más que me hubiera encantado colaborar a fondo con el proyecto, un compromiso en la Universidad de Cantabria me impidió seguirlo de cerca, sin poder colaborar más estrechamente, y mas bien sólo pude asistir a algunas sesiones con el equipo organizador y disfrutar la exposición en unas cuantas visitas. Pero pienso sacarme la espina ahora comentando este espléndido libro. 

Si bien se trata de un producto que refleja ampliamente la riqueza de materiales y propuestas museográficas que se recabaron a la hora de armar la exposición que ocupó una parte  del Palacio de San Ildefonso a partir de mayo del 2010, este libro es, a mi juicio, mucho más que eso. Cierto que varios autores-investigadores de la talla de Emilio Garcia Riera,  Aurelio de los Reyes, Carlos Monsiváis, Jorge Ayala Blanco, Margarita de Orellana y Andrés de Luna ya se habían ocupado de la relación entre la Revolución Mexicana y el cine; sin embargo lo que ofrece este libro es una mirada fresca y novedosa, en no pocos casos provocadora y también en ocasiones, como suele ser el propio cine mexicano, bastante complaciente.

Dividido en siete grandes apartados, correspondientes a las siete salas en que estuvo organizada la exposición, el libro muestra siete ángulos a partir de los cuales puede atisbarse la complicada relación que ha tenido el mundo cinematográfico, tanto nacional como extranjero, desde sus inicios hasta hoy, con la Revolución Mexicana.  Después de una introducción sencilla y bien escrita por Álvaro Vázquez Mantecón, no sin ciertos lugares comunes como aquello de que “La Historia es un territorio en disputa” o  que “La Revolución se ha convertido en un espejo en que las distintas generaciones de mexicanos buscan claves para explicar su identidad”, aparece el primero de los siete grandes rubros, El Viaje triunfal.  Ángel Miquel y David Wood comparten los créditos de los textos que componen este apartado. Ángel, con un texto entre erudito y amable, habla de lo que ha sido su especialidad desde hace años y que es el cine silente, tanto el documental como el de ficción, relativo a los años revolucionarios. Llama la atención que, a diferencia del documental, la ficción muda prácticamente no se ocupó de la Revolución. Esto lleva a pensar en el escaso vínculo que los primeros cineastas mexicanos tuvieron con quienes sí participaron estrechamente y vivieron las acciones, las aventuras y las cotidianidades revolucionarias.  David Wood, por su parte, narra lo que descubrió y cómo le fue a la hora de sumergirse en el Archivo de Salvador Toscano tratando de entender los móviles y los logros de este pionero del cine mexicano. Entre recuentos de tarjetas, fotogramas,  tomas y digitalizaciones descubre cómo un cineasta en su gabinete puede transitar desde el oficio del periodismo a la propaganda y de ahí ser un  pretendido clíonauta. 

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Mi muy admirado maestro y colega Eduardo de la Vega inaugura el segundo apartado dedicado a los caudillos haciendo una muy puntual radiografía de Pancho Villa en el cine. Con sus poco más de 35 largometrajes mexicanos como primera figura representada de la Revolución Mexicana, Villa es con mucho, no hay ni qué decirlo, el héroe revolucionario favorito del cine de nuestro país. Pero Eduardo no es complaciente: a varias cintas con temática villista las tilda de “pesimas” “megalomaníacas” y “oportunistas”, lo que contrasta enormemente con los discursos reivindicativos que pueblan el discurso mediático del cine nacional.

Y algo parecido sucede en la tercera sección de este libro titulada Enemigos. La estética de la guerra, la crueldad y la ritualidad de la muerte y el dolor, aparecen en el magnífico ensayo de Carlos Arturo Flores Villela, titulado Pólvora, fusiles y sogas. El vínculo entre la historia “real”, el arte, la literatura y el cine de la Revolución  es analizado con cuidado y sin mayores concesiones en este texto, en que queda clara la falacia de la relación realidad-cine y los múltiples contextos con los que la ficción trató de mostrar el lado oscuro y maligno de la guerra civil, sin acabar de lograrlo del todo.  

Hugo Lara  Chávez se encarga del ensayo Vino el remolino y nos alevantó. Entre el caballo y el ferrocarril: los símbolos de la movilidad en el cine de la Revolución, con el que se compone el texto principal del cuarto apartado del libro.  Si bien es cierto que tanto los equinos de carne y hueso como los de acero fueron protagonistas imprescindibles de la Revolución y su filmación en movimiento, no cabe duda que otra movilidad, que lamentablemente no aparece ni mencionada en este ensayo, también tuvo mucho que ver tanto con el quehacer cinematográfico como con el propio acontecer revolucionario y su representación. Me refiero a la movilidad social que sin duda trastocó tanto  a los propios partícipes de la Revolución como a los cineastas, a los camarógrafos, a los productores y no se diga a los actores.  Pero es cierto que es injusto pedirle un análisis de este tipo a quien tampoco se propuso hacerlo.  De cualquier manera el trabajo de Hugo resulta valioso porque, como él mismo lo dice, el cine de la Revolución ha sido “una lámpara que modifica periódicamente su intensidad…” y yo me atrevería a decir que muchas veces también se apaga y no ilumina sino que oscurece los caminos de la razón, la emoción y el entendimiento.

Pero hay también oscuridades creativas como aquella a la que hace referencia la instalación sonora de Antonio Fernández Díaz 1910, que leída, al igual que las otras dos instalaciones de Elisa Miller Duelo y  Caudillos de Nicolás Echevarría poca justicia se les hace si se les compara con el acontecimiento estético que sí mostraban en la sala de exposiciones. En este libro, dicho sea de paso, la notas relativas a estas instalaciones tienen muy poco qué contribuir, en medio de los demás textos tan bien seleccionados y escritos.

El quinto apartado se titula Recuerdos del porvenir y consiste de un ensayo de Elisa Lozano y unas fotografías sorprendentes de lo que sería una especie  making of del cine de la Revolución. Fotógrafos, vestuarios, escenografías y texturas son evocadas por Elisa de forma amena y gustosa, repasando algunos aspectos de la tripa del quehacer cinematográfico revolucionario. 

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Actores y actrices, figuras estereotípicas de hombres y mujeres de la Revolución forman parte del penúltimo apartado titulado Si Adelita se fuera con otro.  Alicia Vargas Amésquita  se encarga de los rostros inconfundibles de los machos y las hembras que creó el cine nacional con tema revolucionario. Cientos de lugares comunes de hombres bragados y marimachas, de sentimientos nobles y de gandallismos traicioneros, de miradas seductoras y castas pretensiones lúdicas se pasean por este ensayo que reconoce e identifica ciertas identidades imaginarias de género impuestas por ese cine, que finalmente desembocarían en lo que Claudia Arroyo Quiroz incluye en su ensayo titulado Entre el amor y la lucha armada. Tomando como tema central las relaciones de pareja representadas en este cine, Claudia llega a la conclusión mas o menos obvia de que el devenir del quehacer amoroso revolucionario en este mismo cine resulta así:  si el amor es exitoso es celebración y si es fallido es pesimismo.

Finalmente, el séptimo apartado toca a La mirada de los otros: el cine extranjero de la Revolución Mexicana cuyo encargado es Raúl Miranda López. Con este magnífico ensayo Raúl no sólo expone su enorme conocimiento sobre la materia sino que lleva al lector por la múltiple dimensión de la representación de los mexicanos revolucionarios en la mirada de los cineastas norteamericanos y europeos, desde los propios años de la guerra revolucionaria hasta The three Amigos de John Landis, los spaghetti westerns, y, sorpréndase lector, a la Revolución Mexicana en los cines filipino, egipcio y turco. 

Cierra este volumen una muy útil filmografía de la Revolución y una muy incompleta bibliografía general. No me resulta extraño el desinterés de los cineastas por la cultura libresca.  Por eso creo que vale la pena hacer una última reflexión que corresponde a la primera frase que se lee al abrir este libro. Ahí se dice textualmente “La historia que conocemos de la Revolución Mexicana es, en buena medida, la que nos ha contado el cine en los más de 250 largometrajes, nacionales y extranjeros, que existen a la fecha sobre el tema…” Me temo que quien eso escribe discierne poco entre la historia como generadora de conocimiento e identidad y el cine como relato y constructor de imaginarios. Afortunadamente desde hace mucho tiempo muchos mexicanos hemos conocido a la Revolución no por lo que nos ha contado el cine, sino por lo que nos han contado nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros maestros, nuestros libros y nuestras múltiples aproximaciones a la realidad.  El cine es sólo una de ellas y por cierto, aunque sé que puede ser muy impopular que lo diga, el conocimiento que genera suele ser muy limitado. Me parece que a la Revolución Mexicana hay que conocerla por la Revolución mexicana misma y no confundir a la Revolución que sí se conoce mas o menos bien con la que nos presenta el cine mexicano o el extranjero. Creo que este libro es tan valioso por eso mismo: porque ve, discute, critica, analiza y muestra al cine de la Revolución como cine de la Revolución y no como la Revolución misma. Ese es su gran mérito y por eso merece todo nuestro reconocimiento y aprecio. Enhorabuena y muchas felicidades por este magnífico trabajo. 

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* Texto de presentación del libro.