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Reporte de la semana

2017-06-23 00:00:00

Los 90 años de «El maquinista de La General», la mejor comedia hecha jamás

Por Pedro Paunero

Para Veros Ruíz:
en memoria de su padre y de los trenes


Se la ha inscrito en la breve lista de las películas perfectas. No es para menos tratándose de una lección magistral de montaje cinematográfico, de reconstrucción histórica, de estudio de personajes en una puesta en escena que aúna la perfección técnica con la coreografía, tanto de los actores como de los objetos que intervienen en la trama (cañones, maderos, leños, tanques de agua, piedras y el mismo tren), en una producción de la cual Buster Keaton tuvo control absoluto, debido a la incuestionable fe que Joseph M. Schenck, su productor, tenía en él. Fue codirigida por el atormentado, alcohólico y suicida guionista y director de comedias Clyde Bruckman, quien le llevó, entusiasmado, el libro en que se basa la película y del que se obtuvo un magnifico guion, escrito por Al Boasberg, responsable también de los guiones de otros clásicos e imprescindibles como “Freaks” (Tod Browning, 1932) y “Una noche en la ópera” (Sam Wood, 1935), con los Hermanos Marx.

La magistral lección de cine de “El maquinista de La General” provocó que Orson Wells expresara que era “la mejor comedia hecha jamás, la mejor película de la guerra civil hecha jamás y tal vez la mejor película hecha jamás”. El rodaje de la cinta terminó en agosto de 1926, se dio un pase privado en diciembre de ese año y se exhibió comercialmente el 5 de febrero de 1927. Con todo, la película, que fue muy costosa para la época (750 mil dólares), tuvo muy poca recaudación en taquilla (apenas 42 mil), pero aquí “Cara de palo” Keaton crea una de sus escenas emblemáticas. Quizá la más emblemática: en la que su personaje, Johnny Gray, aparece sentado en la biela de las ruedas, subiendo y bajando, al compás de la marcha del tren.

El libro autobiográfico “Daring and Suffering: A History of the Great Railway Adventure”, escrito por William Pittenger y publicado en 1863, serviría de base argumental. En la historia de Pittenger se narra el suceso real, acontecido en la Guerra de Secesión, en el que un grupo de soldados de la Unión se disfrazó como soldados confederados para robar un tren y alcanzar a sus colegas del Norte. Todos los impostores fueron capturados y pasados por las armas. La maestría de Keaton, quien razonó que la violencia del hecho real no podía mostrarse en una comedia (que necesariamente presenta elementos del Western), le hizo invertir los papeles. La historia, pues, se centraría en la de un distraído personaje, el Johnny Gray antes mencionado, que se las apañaría solo para devolver al campamento a sus dos amores, su novia Annabelle Lee (interpretada por Marion Mack) y a su máquina, La General, cuando un comando de espías de la Unión secuestra a ambas, aunque la intención de los espías es llevarse sólo la máquina, sin enterarse que lleva incluida a la muchacha. Por supuesto, el inexpresivo Johhny, a quien su prometida llega a considerar primero un cobarde porque los reclutadores, que han complotado “a su favor”, al considerarlo más valioso para la causa si permanece en su puesto de trabajo y no va al frente de batalla, es reconocido, al final, como un héroe.

En la era del cine mudo, ingenioso y asombroso, muy lejano al uso actual y cansino de técnicas digitales a las que se les notan las costuras y la falta de genio, se utilizó una réplica exacta de las locomotoras de la época, así como una serie de uniformes idénticos a los confeccionados para ambos bandos durante la Guerra Civil, se completó con la pionera y espectacular caída de un tren al río Oregón (adelantándose treinta años a la celebrada escena de destrucción del puente ferroviario de “El puente sobre el río Kwai” de David Lean del año 1957), que hizo de su escena la más cara del cine silente, en un cuento simétrico, que anuda las escenas del principio (las del secuestro), con las de la recuperación de la máquina y la chica, que se contraponen como en un espejo: los gags se repiten, los sucesos se repiten, pero en sentido inverso, mientras avanzamos a través del tren y con el tren en esta Odisea rural. ¿Debemos señalar, otra vez y mil veces más, que todas las escenas de riesgo las hizo Keaton sin recurrir a un doble?

Película equívoca y dulce y amarga, cuyo fracaso económico marcaría el ocaso de la libertad artística otorgada al genio de Keaton y que comenzaría su declive tanto como director como de actor, por la cual se le acusó de simpatizar con la causa sudista (grupos de veteranos realizaron protestas contra la exhibición de la película), es, en realidad, un alegato a favor del amor y un reflejo de las desproporcionadas acciones que se llevan a cabo para conseguirlo (o, en el caso del Johnny de Buster, recuperarlo), y un extraordinario ejemplo de cine anti bélico.