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2017-08-17 00:00:00

Macabro XVI: «Verónica»; el arma de dos filos.

Por Ali López

Pocas veces el cine hispanoamericano ha logrado cambar el curso de la historia en el cine de terror; y aquella vez que lo hizo, tuvo que valerse de la lengua de Shakespeare. “Los Otros” (Alejandro Amenábar | España – USA | 2001) fue un parteaguas en el horror dentro y fuera de la industria hollywoodense. No sólo mostró un final que dio buen y nuevo uso a la vuelta de tuerca, sino que sirvió de inspiración, y expiración, para tramas similares, remakes (en lugares tan lejanos como la India) y un sin número de copias e intentos fallidos; muchos de ellos en la periferia, pues si algo más demostró la cinta, es que el horror podía sobrevivir con pocos efectos y una historia simple pero inteligente.

“Verónica” (Carlos Algara, Alejandro Martínez Beltrán | México | 2017) es una muestra del cine abrevado del caudal de Amenábar; pues posee una trama claustrofóbica, a veces minimalista, que encierra la cinta en pocos metros cuadrados y pocas horas de diferencia; y qué con pequeñas pistas, y una escena reveladora al final, intenta encontrar la quintaescencia del horror cinematográfico.

Una psicóloga retirada (Arcelia Ramírez) decide tomar el caso de Verónica (Olga Segura), tras la recomendación de un viejo profesor de la universidad. Pronto se dará cuenta que Verónica no es una paciente normal, pues más allá de su amplio conocimiento en la ciencia que la estudia, traerá perturbaciones a la mente y cuerpo de la doctora, lo que terminará por ser una batalla de juegos mentales, y mentiras y verdades, por demostrar quién es el paciente.

Los diálogos tienen un retorno, casi siempre forzado, a enseñanzas y datos curiosos sobre la filosofía, el comportamiento humano, y la psicología. Esto denota en personajes portadores de cultura, pero que terminan siendo perseguidos por sus punciones freudianas, el placer y la muerte; pues fuera de los diálogos, la trama va girando según su comportamiento en torno al deseo. La historia pretende ser erótica, pero ante la exaltación de las pasiones bajas, se queda en lo sexual. En la muestra directa del cuerpo como único agente de sexualización, pues el manejo erótico no llega, ya que sólo por medio de gemidos y desnudos la tensión se crea, fuera de ello, hay pocos momentos que logren una incomodidad, o exaltación en los que estamos en la butaca.

El tono de las dos intérpretes, que es dónde recae la fuerza de la cinta, es inestable y disparejo; Arcelia Ramírez logra lo esperado en una actriz de su talla, y aunque en algunos momentos se note poco cómoda, da lo mejor de sí; de su compañera podemos decir menos halagos, pues lo acartonado de su recital de diálogos despoja de credibilidad a un guion que se tambalea entre lo risible (involuntario) y lo profundo.

La cinta transcurre lenta, tratando de insertar elementos de distracción, que, sin que pase mucho tiempo, devela como falsos. Esto, ocasiona una distancia entre la pantalla y quien la mira, pues se siente poco involucrado. Por un lado sabemos poco de los personajes, y el misterio se convierte en antipatía, por lo que no logramos engancharnos. Por el otro, lo secretos que no son develados sirven para casi nada; por lo que la historia, se siente, puede funcionar con o sin públicos, y así, nos alejamos de su juego, pues no nos sentimos invitados. La cinta poco a poco se vuelve pesada, simple, y hasta predecible.

“Dulces sueños mamá” (‘Ich seh ich seh’ | Severin Fiala, Veronika Franz | Austria | 2014) es un ejemplo cercano de cómo, con una trama y puesta en escena similar, se puede lograr tensión en la audiencia ante una trama predecible y llena de convencionalismos; pero que, a diferencia de la cinta mexicana, entiende el género, y busca en esos contratos que hay entre cinta y espectador sacara lo mejor, y lo peor de sí. “Verónica” se preocupa más por ser una película diferente, que por llegar a un público, por eso la conexión se pierde, porque, al igual que en el filme, una voz se escucha con más vehemencia que la otra. Una cinta teatral que sí hace uso de una cámara diferente, en algunos casos, pero que siempre marca una distancia entre la puesta en escena y lo que hay afuera; y el cine, a diferencia del teatro, necesita la inmersión de los de este lado.

Apostar por pocos elementos, y un giro de tuerca, se convierte en un arma de dos filos, pues, puede terminar inscribiéndote en la lista de cintas inteligentes, diferentes e indispensables del horror contemporáneo, o ser una más que expone sus influencias (“Los otros”, “Psicosis”), pero poco, muy poco tiene de ellas. “Verónica” hace homenaje al horror que conoce, y gala de lo poco indispensable que es la sangre y los efectos en el género, pero se queda en ser algo, que no pudo ser.