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2018-03-25 00:00:00

Crítica: «María Magdalena»: Corrección política y mercantilismo

Por Pedro Paunero

Producto de una era revisionista, a veces tan insípida como superficial, llega a las pantallas, aprovechando las vacaciones de la Semana Santa, uno de varios filmes que tratan temas bíblicos, “María Magdalena” de Garth Davis, realizador australiano surgido de la televisión y entregado a hacer comerciales televisivos a quien se debe la película “Un camino a casa” (Lion, 2016) la travesía de un niño perdido que busca a su familia a través de la geografía de Calcuta y a través de los años.

En “María Magdalena” (Mary Magdalene, 2018), una delicada Rooney Mara, la otrora fuerte Lisbeth Salander de “La chica del dragón tatuado” (The Girl with the Dragon Tattoo, David Fincher, 2011), la versión americana de la excelente cinta sueca “Los hombres que no amaban a las mujeres” (Män som hatar kvinnor, Niels Arden Oplev, 2009), cuyo personaje estaba interpretado originalmente por Noomi Rapace y primera parte de la trilogía literaria-cinematográfica “Millennium” del escritor Stieg Larsson, que iniciara el descubrimiento de toda una tradición escandinava de magnífica literatura policíaca, interpreta al confuso personaje bíblico que ha hecho correr océanos de tinta a través de los siglos. Un excelente e irreconocible Joaquin Phoenix (bajo el peso de las pelucas y barbas postizas) hace el papel de Jesús y Chiwetel Ejiofor, actor afro-británico, interpreta a Pedro.    

Pero uno entra a ver la ¿necesaria? película de Davis pensando que encontrará la visión que del misterioso personaje que conocemos como María Magdalena, o María de Magdala, tenían los herejes gnósticos o, aún mejor, una revisión histórica, arqueológica, del mismo personaje y se encuentra con otra cosa. Una más, entre los títulos condescendientes y correctos, para satisfacer a un sector del público.    

Lo más destacable de este filme tibio, que por lo menos se digna (y se aprovecha) en mencionar que la Iglesia católica denominó a la Magdalena como “apostolorum apostola” (es decir, “apóstola de apóstoles”, al ser la primera testigo de la resurrección) en 2016 por el Papa Francisco, es aquella escena, al poco de terminar, en la que María Magdalena expresa su deseo de predicar la “verdadera” palabra de Jesús, en oposición a la de Pedro, que alude a que él será “la piedra” fundamental de la naciente Iglesia (Mateo 16, 18-19), con lo que, quien sepa entender, entenderá que -según la visión de la película- Magdalena y no Pedro (es decir, la Iglesia Católica) detentaría la “Verdad”, que se supone, habría sido ocultada y negada a través de los dos milenios que ha durado el cristianismo. Cuestión que tampoco es original y se remonta al “Evangelio de María Magdalena”, encontrado en 1896, y que constituye una curiosa pieza gnóstica perteneciente a la corriente religiosa a la cual, también, pertenece todo el corpus evangélico que se denomina “Biblioteca de Nag Hammadi”, por el lugar en el desierto egipcio donde se encontró, y en cuyas deterioradas páginas podemos leer pasajes como estos:

“Entonces Mariam se echó a llorar y dijo a Pedro: «Pedro, hermano mío, ¿qué piensas? ¿Supones acaso que yo he reflexionado estas cosas por mí misma o que miento respecto al Salvador? Entonces Leví habló y dijo a Pedro: «Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros. Más bien, pues, avergoncémonos y revistámonos del hombre perfecto, partamos tal como nos lo ordenó y prediquemos el evangelio, sin establecer otro precepto ni otra ley fuera de lo que dijo el Salvador». Luego que [Leví hubo dicho estas palabras], se pusieron en camino para anunciar y predicar.”

Y en este otro, del “Evangelio de Felipe”, de la citada biblioteca:

“Tres (eran las que) caminaban continuamente con el Señor: su madre María, la hermana de ésta y Magdalena, a quien se designa como su compañera. María es, en efecto, su hermana, su madre y su compañera.”
 
Del cual se ha derivado toda una suerte de literaturas especulativas que han creído ver -o se han aprovechado de dicho pasaje- en María Magdalena a la esposa de Jesús. El trasfondo era un asunto de máxima importancia para el gnosticismo, que veía en la iniciación de unos cuantos elegidos que, a través de la “Gnosis” (o “conocimiento” revelado), alcanzaban la única forma de liberarse del mundo, pero que en el título que nos ocupa no es sino un pretexto para referirse al pasaje de Marcos XVI-9 (que, hay que enterarse, no es sino completamente falso, si bien muy conmovedor y poderoso literariamente hablando, pues los eruditos lo consideran una invención, añadida posteriormente al manuscrito más antiguo, escrita por algún escriba que no se sentía satisfecho con el primer final):

“Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron”
 
…y realizada expresamente en pos de un aparente feminismo (aunque la protagonista acepte la guía masculina, aun cuando este guía sea “hijo de Dios”) y una reivindicación de la presencia de actores negros como varios discípulos, entre estos Pedro, el otro personaje principal del filme. No nos engañemos. Los historiadores no sólo se han encontrado con la dificultad de separar a una posible María de Magdala de las otras Marías bíblicas, dificultad histórica, que se remonta a los primeros Padres de la Iglesia, que mencionaban a dos y, a partir del Siglo VI, a tres mujeres con este nombre, por otro lado muy común en aquella época y lugar, sino que la cinta misma es equívoca.

La película de Garth Davis es al cine religioso lo que “Llámame por tu nombre” al cine gay: lo que entre los fanáticos al anime y los videojuegos se denomina una “Fanservice”, una película engañosa (bajo la apariencia de transgresión), que satisface a un público poco informado de la exégesis abundante en torno a la figura fascinante de María Magdalena, y que cree salir de la sala de cine habiendo visto algo revelador. La exégesis implica conocimiento, no sólo el de la aludida gnosis, sino en contexto y en fondo, en historicidad y simbolismo. Así, su mensaje se revela muy profundo. Y esta profundidad es metafórica. Pedro representaría el conocimiento exotérico (una Iglesia de piedra, un mero edificio físico), que se opone al conocimiento esotérico (una Iglesia interior, espiritual, que prescinde de templos concretos), representado por María Magdalena y por Juan, con esto, María y Juan, “discípulos amados” (recordemos que este discípulo amado jamás es nombrado en realidad, pero que los exégetas han supuesto que se trata de Juan, en los siguientes pasajes del evangelio de Juan 13:21-23: “Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. 22 Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. 23 Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús”), conformarían una Iglesia espiritual.

Juan y María Magdalena serían, por tanto, representaciones del alma y no del cuerpo. Y esta es, también, la fuente de aquella confusión -muy oportunista, por cierto- que, en las pinturas de Leonardo da Vinci, ha querido ver en la figura afeminada de Juan a la de María Magdalena. Toda pintura renacentista (hecho que también está presente en muchas corrientes posteriores, véanse sino las pinturas galantes de Watteau) esconde un simbolismo que escapa al común de los seres humanos de principios del Siglo XXI pero que se mostraba al espectador entendido, es decir, “iniciado”.    

La cinta podrá satisfacer a los conspiranoicos que creyeron en las divertidas conjeturas noveladas de un Dan Brown y sus cientos de imitadores, buenas novelas y buenas películas que supieron aprovechar la laguna histórica para sembrar la duda, pero nada más, o a los seguidores del sensacionalista documental de National Geographic “El evangelio de Judas”, ya que el Judas de esta película es, como el de aquél evangelio gnóstico, un catalizador en la misión del Cristo. En el evangelio citado, en una típica visión gnóstica, Judas se retrata como el auténtico motor de la historia cristiana, el personaje que verdaderamente catapulta la misión del Cristo y obtiene una recompensa al “superar al resto de apóstoles” y que “gobernará sobre todo ellos, como el decimotercero”, cuando libera al Jesús inmortal de su prisión carnal y le permite regresar al mítico e “inmortal reino de Barbelo”. En la película se lo presenta como un creyente en la revolución (borrosa imagen del interesante Judas de “Jesucristo Superestrella” de Norman Jewison, 1973; basada en la ópera rock de Andrew Lloyd Webber y que resultaba, ese sí, no sólo transgresor sino vehículo de reflexión para las inquietas mentes de la década hippie) que supone que, entregando a Jesús, le obligará a iniciar la lucha armada en la que tanto confía y anhela como mecha que encenderá la bomba del cambio para derribar la opresión romana, pero que se equivoca. 

La cinta de Garth Davies, incluso, desdibuja el resto de pasajes bíblicos para mostrar una Magdalena asombrada, plástica, a quien no se le pega una mota de polvo a pesar de que su hippioso Mesías (póngase atención a sus inventadas parábolas de guionismo New Age) aparece harapiento y con el cabello enmarañado al igual que el resto de los hombres (a excepción de Judas, que también reluce de limpieza), torvos y brutos y ciegos al mensaje que sólo ella puede observar y comprender. Meras comparsas en el marco que la hace brillar intelectual y afectivamente. De igual manera (y esto quizá habría que agradecerlo) la película prescinde y borra definitivamente (a excepción de una nota aclaratoria al final) la equivocada y centenaria opinión de María Magdalena como prostituta, a quien se había identificado con las palabras de Lucas VII, 36-50 en las cuales, habiendo entrado Jesús en casa de un fariseo, una “mujer pecadora” lava los pies del Rabí con sus lágrimas, los seca con su cabello y los unge con perfume que debe entenderse, una vez más, como una metáfora o alegoría.   

Si queremos ver un par de auténticas obras maestras, transgresoras y hasta prohibida y censurada la primera, en varios países en su momento, debemos recurrir a la célebre “La última tentación de Cristo” (The Last Temptation of Christ, 1988) de Martin Scorsese, basada en la novela del autor griego Nikos Kazantzakis, erudito y fantasioso (condición de todo buen escritor) indagador del Cristo y su naturaleza dual y a aquella de Pier Paolo Paolini, “El evangelio según San Mateo” (Il Vangelo secondo Matteo, 1964), en la cual el realizador italiano conjuntó sus tesis marxistas con una dedicatoria al Papa Juan XXIII, ni más ni menos y que conservan su poder de conmover e inquietar para hacer pensar, para provocar la reflexión, más allá del servilismo mercantil.