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2018-06-18 00:00:00

«Journey´s End»: Esperando a los bárbaros. Una rara joya a descubrir

Por Pedro Paunero

La novela “La insignia roja del valor” (publicada en 1895), del autor estadounidense Stephen Crane (1871-1900), narraba de forma verista y pionera la psicosis de guerra que experimentaba Henry Fleming, soldado de la Unión durante la Guerra de Secesión Americana. Fleming, ante la inminencia de un ataque enemigo, se convierte en desertor y, avergonzado por su comportamiento, regresa para salvar su dignidad, a través de un “emblema rojo de valor”, una herida que le recuerde que sus actos han valido la pena. La psicología del desesperado personaje impregna sus páginas y ha retratado, de forma realista, la angustia que experimenta cualquier soldado ante la inminencia de la batalla.

“Journey´s End” es una de esas raras joyas a descubrirse entre el cascajo que inunda las pantallas actualmente. Su tema también es la guerra, la espera, la incertidumbre y la psicosis provocada por la guerra. Saul Dibb, experto en dramas históricos (“La Duquesa”, 2008, “Suite Française”, 2014), adapta la versión novelada, publicada en 1930, que el británico R.C. Sherriff había escrito con Vernon Bartlett, basándose en la obra de teatro que el mismo Sherriff había dado a la imprenta en 1929 y que se había puesto en escena unos meses antes bajo la dirección de James Whale, el futuro director de “Frankenstein” (1931) y “El hombre invisible” (1933) y con Laurence Olivier en el papel del capitán Stanhope.

Sherriff se había valido de sus propias experiencias en las trincheras cuando contó la historia de la Compañía C del ejército británico, estacionada en Mont Saint-Quentin, al norte de Francia, que desespera por entrar en acción ante un posible ataque alemán que jamás sucede. Mientras tanto, el jovencísimo subteniente Raleigh (Asa Butterfield), recién graduado de la academia, llega a perturbar, aún más, al atormentado capitán Stanhope (Sam Claflin), líder de la compañía y su antiguo monitor. Varios indicios apuntan a que Stanhope, en otro tiempo valiente y decidido, pudo convertirse en el esposo de la hermana de Raleigh, pero la guerra ha hecho de él un guiñapo acobardado y alcohólico que no soporta que su posible cuñado haya querido unirse a sus hombres en la hora más dura.

Entre la pestilencia, el lodo y la humedad imperante, las alambradas, las ratas, la angustia por el ataque que se posterga una y otra vez, se mueven los otros personajes importantes, el teniente Osborne (Paul Bettany), fiel e íntimo amigo de Stanhope al que todos llaman “tío” y el servicial Mason (Toby Jones), el cocinero que hace todo lo posible por hacer comestible la indigesta comida de campaña y el cobarde Hibbert (Tom Sturridge), reflejo especular de Stanhope.

Cuando Stanhope decide lanzar un ataque con diez hombres, entre los que se encuentran Osborne y Raleigh, para capturar a un alemán que pueda servirles de informante, vemos a los hombres orinar uno al lado del otro, hombro con hombro, para evitarse la vergüenza de hacerse encima de puro miedo, apuntar sus armas con manos temblorosas y, bajo el fuego y la metralla provocados por la incursión desesperada de su misión, gritar aterrorizados, bajo el pánico más absoluto mientras van cayendo uno tras otro.

Uno de los poemas más conocidos, y más hermosos, del poeta griego Konstantinos Kavafis (1863-1933), “Esperando a los bárbaros”, comienza así:

-¿Qué esperamos congregados en el foro?

Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?

¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?

Porque hoy llegarán los bárbaros.

¿Qué leyes van a hacer los senadores?

Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

Se presentan el emperador, con sus mejores galas, pronto a otorgar títulos y dignidades, los cónsules y los pretores enjoyados y se echa en falta a los oradores porque sus discursos fastidian a los bárbaros. Pero los bárbaros no llegan:

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto

y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)

¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían

y todos vuelven a casa compungidos?

Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.

Algunos han venido de las fronteras

y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?

Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

Es el mismo desasosiego que impregna cada acto, y a cada personaje, que se mueve en el universo estrecho de las trincheras de “Journey´s End”. Ellos querrían o regresar a casa, tras los seis días reglamentarios, o terminar de una vez por todas muertos en el campo de batalla.

El autor italiano Dino Buzzati publicó, en 1940, “El desierto de los tártaros” (Il deserto dei Tartari), magistral novela que narra la estancia, en la Fortaleza Bastiani, situada en la frontera con el legendario desierto de los tártaros, del teniente Giovanni Drogo que envejece mientras espera que un ataque de los tártaros, que nunca sucede, lo cubra de gloria. Este prodigio narrativo, admirado por Jorge Luis Borges, influyó en la novela del Premio Nobel J. M. Coetzee, que a la trama agregó el título del poema de Kavafis. Fue adaptada para la pantalla por Valerio Zurlini en 1976, con Vittorio Gassman en el papel principal y, aunque prescinde de pasajes completos que aparecen en el libro, conserva la atmósfera de pasmo y desesperación casi onírica del original. Fue uno de los tantos proyectos que Luis Buñuel no pudo llevar a cabo.

En “Journey´s End” se nos anuncia que la guerra está pronta a terminar. Que el ataque llegará bajo la forma de una masacre. Que “la Batalla del Káiser”, con una duración de tres meses y 700, 000 soldados muertos, sólo acumuló una cifra brutal al número final de víctimas de la llamada “Gran Guerra” antes de finalizar unos meses después.

La película de Saul Dibb llega, en el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, como un retrato realista, pero sobre todo humano, de los seres que se ven inmersos en esta y la transformación deformante que experimenta el espíritu de cualquier aspirante a héroe al borde de la batalla.