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2018-09-20 00:00:00

Crítica: «The Song of Sway Lake»: Melancolía y obsesión

Por Pedro Paunero

Fluye húmedo el verano de 1992, Ollie (Rory Culkin), tiene como único amigo a un ruso errante, Nikolai (Robert Sheehan), a quien propone recuperar (es decir, robar) un disco de vinilo, todavía intacto en su paquete original, en posesión de su abuela Charlotte “Charlie” Sway (Mary Beth Peil en una actuación enérgica que se alza sobre la tristeza que amenaza con convertirse en melcocha a lo largo del desarrollo de la historia, y quien no deja de recordar a su esposo fallecido, Hal, héroe de guerra), que vive a orillas de un lago en estado casi prístino, casi encantado, al que conocen con el apellido de la familia, que tiene historia como expoliadora de terrenos. El padre de Ollie, Timmy (Jason Rodaballo), ha muerto tiempo antes, ahogado en un acto invernal suicida, y esta carga de pasado nostálgico, mejor dicho, melancólico (un estado del alma, enfermizo, mortal), inunda la película en cada escena, como su música, único elemento que enlaza con una especie de hilo conductor las tres generaciones que componen la familia de los Sway.

Aquél disco legendario, “La canción del lago Sway” del título (cantada por John Grant), ha sido grabada in situ por el compositor Tweed McKay, que habría sido amante homosexual de Cole Porter, como regalo para sus abuelos y para Ollie, conservarlo, poseerlo, construiría un nexo todavía más poderoso con su padre, un obsesivo coleccionista de música que lo visita en sueños y pesadillas en un patético remedo del mito griego de Orestes y que ocultara el disco en algún lugar secreto antes de su muerte. Este deseo de posesión de un objeto sacralizado, a la vez, lo separa de su dictatorial abuela, que quiere el disco para venderlo como una pieza muy preciada para los coleccionistas. Este jalonamiento entre generaciones, este triste tira y afloja entre el deshacerse del ayer o preservarlo a toda costa, enfrentará a los personajes y mantendrá la tensión adecuada en una película que, por naturaleza propia e inmersa en un paisaje hermoso (encuadrado en las montañas Adirondack, al noroeste del estado de Nueva York) transmite una sensación de móvil pintura impresionista, cuyo poder de evocación también descansa sobre su fotografía naturalista y de colores tenues, a cargo de Eric Lin, que se permite un matiz de brillo preciso de vez en cuando, y de forma sobresaliente, en las escenas más adecuadas, por ejemplo, en las que Ollie se relaciona sentimentalmente con Isadora (Isabelle McNally), una chica trabajadora local de cabello teñido de color violeta, con quien mantiene un affaire que pareciera que dará al traste con su búsqueda, razón por la cual ha llegado a este lugar tan fascinante como oscuro, por momentos.    

Ethan, hermano del director de la película Ari Gold y con quien mantiene la banda musical “The Gold Brothers”, compone la música que consigue hacerse escuchar sobre las interpretaciones de jazz, de las grandes bandas y las canciones folclóricas de época que se escuchan a lo largo de la película. Y es en este registro donde la película revela su conservadurismo, su localismo, su soberbia provinciana. ¿A qué, si no, obedece que el vital personaje ruso de Nikolai, se vea decididamente involucrado en esta trama puramente americana, en una búsqueda arquetípica a través de los iconos que conforman el “American Way of Life” y de quien termina prendándose la abuela de Ollie, quien ve, en este inmigrante, al nieto ideal en contraste con el suyo?

Tratándose de una producción independiente, fue la última película de Elizabet Peña (fallecida por problemas con el alcohol poco después de terminado el rodaje, en 2014, y madre de Sofía Vergara), que interpreta al personaje de Marlena, asistente y acompañante de Charlotte, hecho que, si sabemos y tenemos en cuenta mientras la vemos, aureola esta película, hermoso fragmento de artesanía fina, con un extraño añadido, de gran peso, por un pasado que se niega a morir, amenazando con congelarse, en la que, no en vano, se contrasta la tranquilidad del lugar, en otros tiempos, y el de aquel en el que se sitúa la historia, con niños ruidosos y motos acuáticas.

Película para ver más de una vez, a pesar de sus incorregibles defectos, y que se exhibió en varios festivales, durante el año 2017, en los Estados Unidos y se estrena de manera comercial, en aquel país, este fin de semana.