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Reporte de la semana

2018-10-08 00:00:00

Trece películas para la Noche de Brujas 2018: Sangre y erotismo

Foto: "Lèvres de sang"

Por Pedro Paunero

En el listado de películas de este año 2018 (el sexto), rendimos homenaje a Jean Rollin, célebre director francés de un tipo de películas que aunaban, en sus tramas incoherentes por naturaleza propia, el vampirismo y el erotismo como elementos particulares. Se trata de un tipo de cintas cargadas de una estética y sofisticación típicamente europeas, pero muy en el estilo “pop” en la forma, cargadas con una serie de elementos obsesivos (muy personales) que las elevan por encima de las meras películas de baja factura (que, indudablemente también lo son), para entrar en una categoría de Cine de Autor muy especial, entre la que cabría enmarcar a un tipo de realizadores muy estrambóticos y esperpénticos, y también de los más difíciles de digerir.

Prescindiremos de los títulos pornográficos que, en palabras de Rollin y que recuerdan la célebre frase de Buñuel, rodaba por meros intereses económicos y alimenticios (bajo los seudónimos de Michel Gentil y Robert Xavier) pero que contenían elementos que señalaban inquietudes intelectuales, por muy inesperados que pudiera parecer, y de los que citaremos, por ejemplo, “Le parfum de Mathilde” (1994), su última incursión en el género para adultos, en la que Pete Tombs, crítico, autor y director de los libros “Mondo Macabro” y “Flesh and Blood” y una serie de documentales dedicados al cine de horror más extraño, supo reconocer alusiones literarias y una cierta tendencia referencial a la Revolución sexual de los años sesenta. Así, nos atendremos, en su mayoría, a sus filmes de trama vampírica. Rollin, por siempre encasillado, voluntariamente, en el horror erótico, posteriormente a filmar un par de cortometrajes de juventud, tuvo un inicio en el cine con “L'itinéraire marin” (1963), película que jamás se completó, y cuyos diálogos habían sido escritos por Marguerite Duras, ni más ni menos.

Con Jean Rollin hay que apagar las luces, arrellanarse en el más cómodo de los sillones, dejarse llevar por la belleza de las escenas y sus mujeres, y no reparar demasiado en lo ridículo de la trama, en el kitsch de varias de sus puestas en escena o en lo extravagante que suenan los diálogos. 


La violación de la vampira

(aka. La reina de las vampiras; Le viol du vampire, Mélodrame en deux parties, 1967)

Considerada como la primera parte de la rarísima “trilogía vampírica” de Rollin, destinada originalmente a ser un mediometraje, alargada por petición de los productores encantados por su imaginería, de ahí que se divida en dos partes desiguales en calidad y duración, cuya truculenta trama cuenta la historia de cuatro hermanas que obedecen a una misteriosa y sobrenatural voz -proveniente de la ridícula estatua de un dios cornudo-, y que resulta ser falsa, que las induce a creer que su verdadera naturaleza es la vampírica (una fue violada y a otra le arrancaron los ojos), pero que resulta ser la de un viejo rabo verde que las mantiene en sujeción sexual.

Rollin despliega una serie de triquiñuelas que formarían parte de su impronta característica: un desfile de personajes salidos de los recovecos de un guion alucinado, incluyendo un psicoanalista que pretende curar a las hermanas de su convicción de ser vampiras, sectas extrañas, vampiros y hasta autómatas. Como sucedería posteriormente en otra cinta de culto, “El ansia” (The Hunger, 1983) de Tony Scott, el vampirismo en esta película funciona como una metáfora de la lucha de clases. En su difícil metraje se conjunta una hermosa languidez erótica con los hilos psicotrónicos más inesperados y chocantes.     

 

La vampiresa desnuda

(aka. Desnuda entre las tumbas; La vampire nue, 1970)

Segunda película de la trilogía en la que ya aparecen las hermosas (e inquietantes) hermanas gemelas Catherine y Marie-Pierre Castel, en su rol de esclavas sexuales, integrantes de una secta de alta sociedad que da en jugar a la ruleta rusa, en la que los varones llevan máscaras de animales y las mujeres lucen extravagantes collares y pectorales –o de plano nada- sobre sus pechos desnudos, y que son sometidas a sádicas vejaciones. El comienzo de la película es absolutamente onírico: después de unas escenas en un laboratorio, en las que enmascarados con bata de laboratorio extraen sangre de mujeres desnudas (también enmascaradas), un joven se topa, en plena calle, con una mujer escapada de la mansión en donde se encuentra el laboratorio, y que deambula vestida tan sólo con una gasa naranja transparente, perseguida por varios hombres que llevan máscaras de caballos y venados (un guiño a “El testamento de Orfeo” de Jean Cocteau). El ingenuo “Junior” protagonista descubre que su padre, un millonario sin escrúpulos, mantiene prisionera a la vampiresa del título (en realidad que padece de una enfermedad de la sangre, una diosa a los ojos de los sectarios) para sonsacarle el secreto de la inmortalidad, mientras tanto sufre una revelación que lo llevará a enfrentarse a su propia clase social, pero para cuando esto suceda, Rollin ya nos habrá sorprendido con vampiros que no lo son y mutantes azules venidos del futuro, precipitando toda la trama hacia la Ciencia ficción que tiene su escena culminante en la playa del Somme, escenario que, como en el caso de la playa de Dieppe, era la que Rollin prefería para rodar sus finales.

Este es el paisaje de su ópera prima, el poético corto “Les amours jaunes: Evocation de Tristán Corbière”, de 1958, en el que se recita el poema del autor del título y que se mantendría en el imaginario del realizador hasta el final de su vida. Todo un dechado “rolliniano” de surrealismo, incongruencias, erotismo y contagiosa locura. 


El amanecer de los vampiros

(aka. Los temores de los vampiros;  Le frisson des vampires, 1971)

Última de las películas que conformarían la trilogía de Rollin. Una pareja de recién casados se hospeda en el castillo de los primos de la muchacha, ignorando que estos han sido vampirizados. A pesar de ser un típico Rollin es, al mismo tiempo, uno de los más digeribles de su filmografía.


Réquiem por un vampiro

(Requiem pour un vampire, 1971)

Esta película cuenta la historia de dos muchachas (una de ellas Marie-Pierre Castel), disfrazadas de payasos (como veremos, una constante en varios trabajos de Rollin), que huyen por un incidente de una fiesta de fin de año, en un auto conducido por un amigo, mientras disparan sobre otro auto que los persigue. Durante la persecución el hombre muere, las jóvenes queman el auto con todo y muerto, se despojan de los disfraces, cambian a conducir una motocicleta, una de ellas tiene que insinuarse sexualmente para distraer a un vendedor de comida callejera, mientras la otra lo roba, pasan por un cementerio, en una de cuyas tumbas abiertas cae una y se desmaya, librándose de ser enterrada viva por los pelos, vuelven a vestirse con los disfraces, dan con varias especies (¡diurnas!) de murciélagos -entre estos zorras voladoras, que habitan el sudeste de Asia y de hábitos frugívoros- hasta que dan con un castillo… por supuesto, habitado por vampiros que pasan el tiempo violando a mujeres encadenadas a los muros.

En el castillo habita el último vampiro sobre la Tierra, ni más ni menos, motivo que explica el título y quien se dedica a transmitir su don a vírgenes, que van pasando poco a poco al estado vampírico, acostumbrándose a la penumbra, todavía saliendo a la luz del día. Las chicas serán destinadas a cazar de día nuevas víctimas, en el tiempo de la transición a su nueva vida.

Uno de los títulos más lineales y menos desquiciados de Rollin.


Espasmos de muerte

(Les démoniaques, 1974)

Después de dirigir “La rosa de hierro” (La rose de fer, 1973), que supuso un fracaso en la taquilla, y de cuyo título nos ocupamos en el listado del año 2016 , Rollin realizó esta película, que en un primer vistazo parecería atípica en su filmografía, y a la que consideraba como a un filme expresionista, en la cual la trama de aventuras piratas da un giro insospechado, volcándose en un homenaje a las novelas que leyera durante su infancia.

Una banda de raqueros viola y golpea a dos muchachas supervivientes de un naufragio, al punto de darlas por muertas, mientras uno de los miembros hace el amor con la única mujer integrante del grupo (la hermosa actriz Joëlle Coeur, cuya vida es un enigma y aparece en dos títulos Soft porno que Rollin rodó bajo el seudónimo de Michel Gentil, “Jeunes filles impudiques” y “Tout le monde il en a deux” de los años 1973 y 1974, respectivamente), que se excita con la violencia que ejercen sus compañeros. Las muchachas escapan y llegan a una bellísima abadía en ruinas, que los lugareños evitan como a un lugar encantado, y en el que encuentran a una mujer caracterizada como un payaso que las conduce al interior, donde se topan con un hombre barbado (el guardián de la tumba que resguarda a un demonio personificado), que les propone un pacto a cambio de liberarlo. Ellas clamarán venganza.    


Labios de sangre

(Lèvres de sang, 1975)

En uno de los mejores trabajos de Rollin, “Labios de sangre” sigue la historia onírica de Frédéric (Jean-Loup Philippe) quien, durante el lanzamiento de un perfume, descubre en el cartel promocional la foto de un castillo junto al mar. Este hecho le provoca un déjà vu, o el recuerdo de un sueño, en donde se ve perdido y llamando a sus padres, y posteriormente a las puertas del mismo castillo tras cuyas rejas se encuentra una muchacha, Jennifer (Annie Bell, acreditada como Annie Briand), un tanto mayor que él, vestida de blanco y a quien explica que se ha extraviado siguiendo al perro negro con la oreja rasgada, que lo invita a pasar la noche en una esquina, echado sobre el suelo y bajo un crucifijo. La chica le dice que no es necesario decir sus oraciones antes de dormir. Poco tiempo después lo despierta, antes del amanecer. Cierra la puerta dejándolo fuera, no sin antes prometerle él volver pues la ama. Cuando lo cuenta a su madre esta lo desdeña como a algo imaginado. Frédéric no lo desecha tan fácilmente, desde la muerte de su padre, una parte de las memorias de su infancia se han borrado. Cuando indaga con la autora de la fotografía, esta le cuenta que le han pagado mucho dinero para no divulgar el paradero del castillo. La mujer, que no tiene empacho en desnudarse ante él, alegando que necesita cambiarse de ropa, le da una cita a la medianoche, en un acuario donde ella trabaja haciendo fotos. Frédéric, haciendo tiempo, va a un cine donde pasan “La vampire nue” de Rollin, bajo cuya pantalla creer a la muchacha del recuerdo que le hace señas con la mano para que la siga. Ella desaparece a las puertas de un cementerio. Frédéric trepa el muro y la sigue hasta una cripta donde duermen varias vampiras (las hermanas Castel, entre estas). Una vez fuera, sobre la acera, una mujer, ridículamente maquillada, lo saluda por su nombre y le confiesa ser aquella niña del castillo. Pero Frédéric sospecha una trampa. Mientras tanto, su amada muerta y su séquito de seguidoras se aprestan a ayudarlo…

Conmovedora historia de amor más allá de la muerte (en el sentido clásico y hasta cursi del término), pero un desastre en la taquilla, razón por lo cual esta película tiene una versión “Hardcore” con el título de “Suce moi vampire”.  


Las uvas de la muerte

(Les raisins de la mort, 1978)

Un difuso mensaje ecologista (que no es sino un pretexto para contar un cuento de terror) da inicio a esta cinta: un pesticida contamina la cosecha de uva de un pueblo, cuyos habitantes comienzan a verse afectados por horribles erupciones cutáneas que los convertirán, finalmente, en una especie de locos asesinos en proceso de putrefacción. A bordo de un tren, inexplicablemente vacío, viaja Elizabeth (Marie-George Pascal, actriz suicida a los 39 años, que había aparecido en el Soft porn “Je suis frigide... pourquoi?” de Max Pécas, en 1973), con las intenciones de visitar la explotación vinícola de su prometido, cuando un sujeto, al que hemos visto en una escena anterior sufriendo de dolores en los ganglios del cuello por los tóxicos, aborda el tren, se sienta al lado de Elizabeth, comienza a sufrir un terrible deterioro de su rostro, lo que provoca que ella escape y descubra que el hombre ha asesinado a su compañera de viaje. Elizabeth tira de la palanca de emergencia, desciende del tren y huye hacia la población infectada. 

Fue la primera colaboración entre Rollin y Brigitte Lahaie (acreditada como “Lahaye”), Porn Star que tiene un breve papel en el filme y que escribiera en su biografía “Moi, la Scandaleuse”:

“Debo haber hecho mi segunda o tercera película con Jean Rollin y lo que más me sorprendió fue su timidez ... incluso cuando realizaba películas (para adultos), algo que hacía por necesidades económicas, me di cuenta de que Jean Rollin mostraba una meticulosa atención al detalle al investigar el escenario, al elegir un equipo de buenos técnicos, etc.”

A menudo se compara este éxito de taquilla de Rollin, debido a ciertos elementos comunes, con “No profanar el sueño de los muertos” (Non si deve profanare il sonno dei morti, Jordi Grau, 1974) y con mayor acierto con “Los crazies” (The Crazies, George A. Romero, 1973), esa película del padre del cine de zombis que no trata de zombis, pero se destaca por ser otro de los atípicos filmes de Rollin, con mayor cantidad de escenas sangrientas y de acción que el resto de sus trabajos vampíricos, por lo que se le considera el primer filme “gore” de la cinematografía francesa. 


El castillo de las vampiras

(Fascination, 1979)

Inspirado en el relato “Un verre de sang” del poeta simbolista francés Jean Lorraine, cuenta la historia de unos aristócratas que beben sangre de toro para combatir la anemia, esta cinta de Rollin es recordada por una sola escena, la de la actriz porno Brigitte Lahaie con una especie de túnica negra, abierta por completo por el frente y los costados, dejando ver toda su desnudez, y blandiendo una guadaña. Al castillo en el que trabajan Elizabeth y Eva (Franka Maï y Brigitte Lahaie en su primer papel co-protagónico para Rollin), como camareras y amantes lesbianas, irrumpe Mark, un ladrón que ha robado a una banda y toma como rehén a la única mujer integrante del grupo. La mujer escapa y Mark da con el castillo donde se atrinchera, tiene amoríos con Eva (que intenta retenerlo hasta el amanecer para beber su sangre), quien debe pactar con el resto de la banda que lo persigue, entregándose a ellos. Mientras tanto Elizabeth no puede impedir enamorarse de Mark. Lo que Mark ignora es que esa noche están por arribar todo un grupo de mujeres, dedicadas al culto de la sangre, a su reunión anual de sacrificios.

Se trata de una de las más bellas puestas en escena del director, que recomiendo como título inicial para acercarse a su obra aunque, debido a desavenencias con los productores y problemas de distribución, constituyera otro fracaso de taquilla, por lo que Rollin tuvo que volver a sus producciones pornográficas.    


Acoso en la noche

(La nuit des traquées, 1980)

Rollin, quien consideraba “Acoso en la noche” como su peor película, estaba por entonces cansado de filmar cintas pornográficas, a pesar de esto recurrió una vez más a Brigitte Lahaie para interpretar el papel protagónico, en parte por mantener bajos los costos de producción como para demostrar que ella podía actuar de verdad. Rollin rodó durante nueve días esta historia en la que una joven medio desnuda, Elizabeth (Lahaie), es encontrada deambulando por una carretera nocturna y bajo la lluvia, por Robert (Vincent Gardère), quien vuelve a París en su auto. Elizabeth padece amnesia, provocada inverosímilmente por una fuga de radiación de una central nuclear, y Robert, que la lleva a su apartamento y tiene sexo con ella, se enamora de la muchacha, mientras esta lucha por retener los recuerdos más recientes. Cuando vuelve al psiquiátrico descubre una epidemia amnésica, pero esto, no es más que el principio de una vorágine de sexo y muerte.

La trama de horror, locura y muerte se trasladaría a su trabajo del año 1981, “Les paumées du petit matin” (aka. Les Échappées), que Rollin consideraba un “desastre”, en la que dos pacientes psiquiátricas huyen de un asilo y se involucran con los habitantes de un pueblo, con la consecuente muerte de una de las protagonistas y el mar como vía última de escape.   


Virgen entre los muertos vivientes

(Une vierge chez les morts vivants, 1981)

Con este título se logró una forzada colaboración entre “el Tío” Jess Franco, el legendario realizador español de cine de bajo presupuesto y Jean Rollin quien también figuraría como director de “El lago de los muertos vivientes” (aka. Zombie Lake; Le lac des morts vivants, 1981), destinada a ser filmada por el mismo Jess, quien abandonaría el proyecto. “El lago…” se trata de una de las más extravagantes películas del sub género zombi, aunque no me atrevería a catalogarla como la peor, cuya dirección (algunas escenas), sería compartida con Julián de Laserna, bajo supervisión de Rollin, con zombis nazis habitando el lago del título. El producto llevaría el crédito de director como J. A. Lazer, debido a que Rollin no estaba en el contrato de Eurocine, la productora responsable. Posteriormente Rollin confesaría que jamás le había importado un comino la dichosa película. 

Pero la historia de la producción de “Virgen entre los muertos vivientes” es aún más compleja y divertida. Jesús –“Jess”- Franco inicialmente filmó, en 1971, en Portugal una película titulada “La nuit des étoiles filantes” (La noche de las estrellas fugaces). La misma cinta, con escenas porno añadidas por los productores, se exhibió, dos años después, en Francia, con el llamativo título de “Christina, princesse de l'érotisme” (Cristina, princesa del erotismo). Cinco años pasaron para su exhibición en Italia, esta vez con el título de “I desideri erotici di Christine” (Los deseos eróticos de Cristina). Fue en 1981 cuando la odisea de esta película hizo que cayera en manos de Rollin, quien eliminó los añadidos pornográficos y adquirió el título con el que se conoce su versión, “Une vierge chez les morts vivants” (Virgen entre los muertos vivientes), misma que Jesús Franco terminó por detestar.

Podríamos decir que se trata de la más delirante película de Rollin, fruto, por supuesto, de todo el metraje que hiciera Franco. Un híbrido en el cual los actores tampoco parecen saber dónde están parados. Narra la historia de Christina (Christina von Blanc), que arriba a un pueblo, cercano al castillo al que pretende llegar para reclamar su herencia, tras el suicidio, por ahorcamiento, de su padre. Cuando Christina conoce a su deschavetada familia, incluyendo a Basilio, el mayordomo (interpretado por Jesús Franco), se ve envuelta en una especie de descenso en picada hacia su subconsciente, con visiones o pesadillas dentro de pesadillas, que atrapan al mismo espectador que llega a confundir la realidad de lo contado, con la irrealidad propia del sueño. 

Película alucinógena, y resultado de esa mezcla de estilos entre sus directores, en la que se deja ver, a pesar de todo, una intención estética, es esto, precisamente, lo que la hace fascinante.  

 

La muerta viviente

(La morte vivante, 1982)

Rollin regresó a su género favorito con este éxito del año 1982. “La muerta viviente” narra la historia de Catherine Valmont (Françoise Blanchard), joven enterrada en una cripta familiar hasta la que acceden dos hombres, quienes, después de depositar un bidón de desechos tóxicos en un túnel, llegan a robar las joyas con las que ha sido sepultada. En el momento en que se disponen a despojar a los cadáveres (quienes, por cierto, yacen incorruptos, sin que esto sorprenda a los hombres) ocurre un terremoto que libera la sustancia tóxica y despierta a la muchacha. Uno de los hombres, herido durante el terremoto al golpearse contra una columna, es alcanzado por el líquido del bidón, lo que provoca que la mitad de su rostro se deshaga, mientras al otro la resucitada le arranca los ojos. A un tercero lo degüella con las uñas y, cuando sale al exterior del día, una fotógrafa la encuentra tan fascinante en su errático caminar que le hace varias fotos, lo que la llevará a indagar por su identidad: Catherine Valmont, muerta y enterrada dos años antes.

Catherine se cuela en la mansión de su familia, en el momento en que una vendedora de bienes raíces muestra el interior a una pareja americana de posibles compradores. Con pretensión de pasar una velada con su novio, la misma mujer llega a la casa pero la reviniente los asesina y bebe su sangre. Cuando Hélène (Marina Pierro), amiga muy querida de la infancia de Catherine, arriba a la mansión descubre los cuerpos y a la muerta viva. A partir de ese momento, adelantándose a la trama de Clive Barker en “Hellraiser” (1987), Hélène proporcionará víctimas a su amiga vuelta de la tumba.  


Las dos huérfanas vampiras

(Les deux orphelines vampires, 1997)

El año 1993 marcó, para Jean Rollin, después de filmar “Femme dangereuse” (aka. Killing Car), película escrita especialmente para la modelo australiana de origen asiático, Tiki Tsang (en su único trabajo para el cine), un parteaguas. La historia de una mujer que roba un viejo Buick y se dedica a matar a diestra y siniestra, sin motivo aparente, mientras deja un carrito de juguete sobre sus víctimas como sello distintivo, llamó la atención de la crítica en el breve tiempo en que duró su exhibición por los cines, misma que decidió revalorar la obra de un director sobre quien siempre había pesado un aura maldita.

Rollin enfermó tras el rodaje, que tan sólo le llevó diez días en completarse y los negativos de la cinta se perdieron, pero sus películas comenzaron a ser editadas en video y los artículos y ensayos sobre su obra se multiplicaron, en especial en las apasionadas páginas dedicadas por Cathal Tohill y Pete Tomb en su libro “Immoral Tales: European Sex and Horror Movies, 1956-1984”.

El viejo realizador acometió un nuevo proyecto el año de 1995, pero este vería la luz, como película terminada, dos años después. Rollin había escrito dos novelas en las que contaba la historia de dos huérfanas vampiras, que sólo salen de noche (son ciegas durante el día), para buscar víctimas. Su inspiración había sido el melodrama decimonónico “Les Deux Orphelines” (1875), de Adolphe d´Ennery, que D. W. Griffith había adaptado en una de sus mejores películas, “Orphans of the Storm” en 1921.

Fue uno de los filmes que mayores satisfacciones ofreció a Rollin, que la consideró su película “más lograda y profesional”, según declarara en su libro “Virgins and vampires: The Films of Jean Rollin” (Peter Blumenstock, Editor; 1997).   


La novia de Drácula

(La fiancée de Dracula, 2002)

Un sentido homenaje al personaje, y al cine, de aquél mito fundacional que es el Drácula de Bram Stocker, impregna esta película, pero, por supuesto, contado de otra manera. Se trata de una de las alucinaciones cinematográficas más complejas de Rollin. Un profesor (a lo Van Helsing) y su ayudante, se dan a la tarea de buscar los restos del Conde y se adentran en el mundo que se revela, en la noche más surrealista, en el cementerio.

Aparece aquí un desfile de “criaturas paralelas” (que sirven al “Maestro”) como nunca antes se ha visto en el cine de Rollin: el personaje del enano bufón (tan sólo un avatar más del payaso que obsesivamente puebla el imaginario del realizador), la novia vampiro que se alimenta de él; una linda adolescente idiota que danza bajo las ruinas de la “Torre de los malditos” en honor del vampiro (que se transforma en ogresa por las noches y se alimenta de niños); las hermandad u Orden de la Virgen blanca que mantiene encerrada en una casona parisina a la Reina de las Sombras (la novia de Drácula), con monjas casi niñas que incluyen a una “hermana de la pipa” y a una “hermana del cigarro”, otra que va por ahí saltando la cuerda, una que juega al balero, y una más que besa en los labios a su compañera cuando esta le dice tener frío, rodeadas de iconos y vitrales que se tornan elementos del más puro subgénero del “Nunsploitation”; contaminadas todas por la presencia de la Reina, que aparece recitando poesía en la biblioteca del convento-mansión-manicomio (en cuya estantería puede leerse el lomo del libro “Corto Maltés” de Hugo Pratt) y hasta una mujer lobo que oficia como Maestra de ceremonias (Brigitte Lahaie). Seres a quienes el profesor y su ayudante deben enfrentarse antes que Drácula, tan joven y apuesto como siempre, sea resucitado y contraiga nupcias con su prometida.

Todo un “hommage” a la naturaleza folletinesca de “La reina del Sabbat” (1910) de Gastón Leroux.  


La máscara de medusa

(Le masque de la Méduse, Drame en deux actes, 2010)

Rollin había filmado “La nuit des horloges” en 2007, que sería un trabajo de recapitulación de su propia obra y un acto de la mayor consideración hacia sus fans (la protagonista busca desesperada a su tío, un viejo director de películas de terror que ha desaparecido), protagonizada por la actriz porno-feminista Ovidie, si bien ya había considerado al título anterior, “Perdues dans New York” (Lost in New York, 1991), como a “una antología de todos los temas e imágenes obsesivas que he usado en mis películas". “Perdues..,” es un filme pequeño que suele sepultarse en la densa filmografía del director, al mismo tiempo que una reflexión sobre la memoria (dos mujeres se buscan una a la otra, perdidas en un lugar que no comprenden, tema obsesivo que reaparece en varios de sus filmes y ya estaba en su lejano cortometraje “Les Pays Loins” de 1965), y que sirve de puente con su última producción: “La máscara de la medusa”.

Inspirada, al parecer, en las revisiones que el cine había hecho del mito griego de la Medusa o Gorgona, en especial en “La Gorgona” (The Gorgon”, 1964), dirigida por Terence Fisher para la legendaria productora británica Hammer y en el último hito del Gran maestro de los efectos en Stop Motion, Ray Harryhausen, “Furia de titanes” (Clash of the Titans, Desmond Davis, 1981), concebida originalmente como un cortometraje de una hora (exhibida en la Cinemateca de Toulouse el 19 de noviembre de 2009), al que Rollin añadió veinte minutos adicionales, con lo que cerraba el círculo al imitar la misma división que hiciera con su primer y legendario título vampírico, “Le Viol du Vampire”, teniendo como escenarios el cementerio del Père Lachaise, el Aquarium du Palais de la Porte Dorée y, el más importante, el Théâtre du Grand-Guignol, en una clara alusión a su mayor influencia artística, narra la historia de la Medusa (Marie-Simone Rollin, esposa del realizador), que ha perdido la memoria debido a un hechizo, reflexiona tanto sobre su pasado inasible, como sobre sus víctimas y sólo desea morir.

Al mismo tiempo aparece un coleccionista (Bernard Charnacé), de “piezas” que no son sino esculturas vivientes, petrificadas por los poderes de la criatura, a la vez que se hacen alusiones y reflexiones cultas, por ejemplo sobre “El triunfo de la muerte”, la pintura de Pieter Bruegel, o a Paula Maxa, la actriz emblemática del Grand-Guignol  en sus años dorados, y finalmente, vemos al propio Jean Rollin, con un andar tambaleante, llevando a enterrar, a un campo estéril, la cabeza de la Gorgona al final del primer acto.

Deliberadamente teatral, esta película fue el canto del cisne –o, mejor dicho, y haciendo valer el mal chiste, el del “patito feo”- de este anómalo director del cine francés, tan exasperante como fascinador, que moriría tres meses después de haberla visto terminada.