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2019-01-17 00:00:00

Crítica: «Los años azules»: . ¿Qué sabemos de lo que piensa un gato?

Por Lorena Loeza

Una cinta mexicana, filmada en Guadalajara y que tiene como protagonistas a cinco jóvenes, una vieja casa y un gato, es la más reciente cinta de estreno dirigida por Sofía Gómez Córdova que llega  las salas en este inicio de 2019.

Este nuevo  estilo cine mexicano que cuenta nuestras historias desde un óptica fresca y creativa, es sin duda uno de los rasgos más importantes a destacar en este trabajo. No es que no hayamos visto antes crónicas narrativas con diferentes personalidades en espacios confinados. La novedad es que ahora se cuentan desde la cotidianeidad y en función de su renovada modernidad. Aspectos como el tránsito a la vida adulta, a la independencia, la búsqueda de proyecto e identidad son tratados de manera simple, fluida, sin discursos aleccionadores. Todo es relajado, natural pero no por eso menos interesante o trascendente 

Esta ventana a las nuevas comunidades que son producto de las diferentes formas en que se asume la condición etárea en el siglo XXI, es la columna vertebral de la historia: Un nuevo modo de vivir independiente, pero acompañado, construyendo nuevas formas de vida y convivencia en grupo. Alianzas, conflictos, problemas conjuntos, compartidos pero también confrontadores.

Sin embargo, es más complejo que decir que solo se trata de una historia de “roomies” al estilo de la comedia “Friends” tan popular en los 90. No sólo la vida entre amigos/as como forma de independencia se aborda de modo diferente. También las formas de habitar un espacio tan extraño como una vieja casona casi derruida, hacen una sensible diferencia cuando  es la propia casa se adueña de la escena y motiva a que se cuente su historia en ocasiones, como si se tratara de un personaje más.

Nada en este trabajo parece posado, entrenado, forzado. Su naturalidad y fluidez acaso sea una de sus mejores características, que parece señalar el buen trabajo de integración entre el equipo de producción actores, actrices y la directora, que logra un relato redondo, capaz de ser universal a pesar de no ser discursivo.

Pero definitivamente el rasgo más interesante es la muda presencia de un gato, testigo silencioso  de los amores, desamores, discusiones, fiestas… este gato ni es un “accesorio” por asociación a la vieja casona. Son ojos sin expresión que no juzgan, no influyen, solo miran y acompañan. 

No tenemos todavía las respuestas para comprender a cabalidad la naturaleza humana. Tampoco podemos saber en qué cosas piensan los gatos. Y en dos horas sin embargo, pareciera que todo tiene sentido y que en este microcosmos somos más que  inquilinos. Somos los que habitamos nuestras propias existencias en donde los ambientes son más que escenografías y los gatos son más que testigos silenciosos.