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2020-09-24 00:00:00

Blanco, negro y mugriento. Las películas perdidas (y restauradas) por Nicolas Winding Refn (I)

Spring Night, Summer Night, 1967

 

Por Pedro Paunero

La pasión cinéfila del danés Nicolas Winding Refn, comenzó como un acto de rebeldía: detestó la Nouvelle Vague, a la que sus padres rendían tributo, y se decantó hacia un gusto por el cine más alienado que pudiera existir, al que terminaría coleccionando y restaurando, como en un puro acto de amor. De paso dirigiría, produciría y escribiría, por lo menos, dos títulos de culto, o que van en camino de serlo: “Pusher” (1996), ampliado a una trilogía, “Pusher II” (2004), y “Pusher III” (2005), una saga narco-criminal y post noir y que, según Mads Mikkelsen, uno de sus actores, terminaría influyendo en la técnica del “Dogma 95” de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, y “El demonio neón” (The Neon Demon, 2016), con su aventura salvaje entre modelos anoréxicas, que se envidian, odian y asesinan entre sí.

Y es que, sí que a Mr. Winding Refn le encantan las cosas raras. Cuando se dio a la tarea de buscar películas perdidas, y a encontrarlas (o cuando otros las encontraron por pura casualidad), no sólo las restauró, sino que las compartió con todo el mundo, en línea, bajo la premisa de “La cultura es para todos”, en su plataforma: byNWR. En esta, podemos encontrar desde material religioso, destinado a ser exhibido en iglesias protestantes, como “Si los lacayos te cansan, ¿qué no harán los caballos?” (If footmen tire you, What will horses do? 1971), surgida de la anómala colaboración entre Ron y June Ormond, antaño directores de películas de explotación, con el feroz ministro bautista Estus W. Pirkle, en un intento de advertir sobre el advenimiento del comunismo en la vida rural americana; películas de temática lésbico-gay que, a la par que la exploraban, la explotaban, como “Chicas encadenadas” (Chained Girls, 1965) de Joseph P. Mawra, que aúna al retrato de la condición lésbica, un documento involuntario del Greenwich Village; el trabajo del debutante Bob Clark, “She-Man: a Story of Fixation” (1967), muy alejado de su clásico contemporáneo, “Porky” (Porky´s, 1984); el “Hicksploitation”, “Recolectores de pollos” (Cottonpickin´ Chickenpickers, 1967), de Larry Jackson, que explotaba lo “Country”, y ridiculizaba a la gente –principalmente montañeses- del sur profundo estadounidense, a películas perdidas, y posteriormente recuperadas, como “El nido de los cuclillos” (The Nest of the Cuckoo Birds), de Bert Williams; joyas de culto, como “Marea Nocturna” (Night Tide, 1961), de Curtis Harrington, que tuvo influencia en “Demonio neón” del mismo Winding Refn, o cintas inacabadas, como “La casa de las siete bellas” (House of the Seven Belles, 1979), de Andy Miligan, con su historia de chicas de burdel, situada durante la Guerra de Secesión. Dividido en volúmenes, a la vez subdivididos en capítulos, las películas alojadas en el sitio se acompañan de abundante material gráfico, entrevistas a los directores, actores y restauradores, así como de curiosas como sabrosas anécdotas.

“El nido de los cuclillos” (The Nest of the Cuckoo Birds, 1967), producto total del actor –siempre- secundario Bert Williams quien, con una cantidad modesta de dinero, se entregó a rodar una historia de psicópatas, va muy en la línea que marcó la “Psicosis” de Hitchcock, pero en plan barato, de la cual, se cuenta, se perdió un rollo completo, en las aguas del pantano en el que fue filmada, y jamás se recuperó ni volvió a filmar, a lo que se debería su confusa narrativa.

La película se exhibió en contadas ocasiones y, sus también contadas copias, desaparecieron de la circulación por décadas, convirtiéndola en una de esas cintas perdidas aureoladas de misterio y misticismo. Hasta que se encontró una copia en 35 mm en algún cine abandonado, pudo verse hasta el tardío año 2017 y, tras su restauración, supimos algo que ya sospechábamos, que de todo el conjunto de películas perdidas y añoradas, una gran cantidad deben ser tan malas como esta.

“El nido de los cuclillos” intenta contar la historia del teniente detective de bebidas (a medias interpretado por el mismo Bert Williams), apellidado Johnson, a quien envían, encubierto, a los pantanos de los Everglades, debido a ser el mejor cualificado para el trabajo, ya que “se crio entre esa gente”, y a cuyo padre, que dirigía una destilería clandestina, mataron los tipos del pantano. A sus compañeros y jefes les importa, por lo tanto, un pepino que Johnson busque “venganza” entre aquellos perdidos parajes. Después de este prólogo, vemos a Johnson huyendo entre los manglares, sobre cuyas imágenes se superponen todos los créditos iniciales, y suena una hermosa canción de Peggy Williams, que habla de amor y nidos de cucos.

Editado con material de archivo de caimanes y pitones, una vez finalizados los créditos, aparecen unos bandidos discutiendo, y uno de ellos, golpeando a puño limpio a los otros, por incompetentes, porque Johnson ha resultado ser un policía, que se les ha escapado en las narices. La acción en toda esta secuencia debemos adivinarla, porque no se nos da más información, y esta tenemos que deducirla del prólogo. ¿Quiénes son estos sujetos? ¿A qué se dedican? ¿Son traficantes de alcohol, ladrones, asesinos, una mezcla de todo eso, y aún más? Lo más notorio, que resalta por encima de cualquier otra cosa, es el trabajo pésimo de actuación, los primeros planos sudorosos, mugrientos, a los rostros de los actores, que se nota que sudaban la gota gorda de verdad, y habían terminado por manchar, ensuciar y enmugrarse realmente la ropa. Esas sobreactuaciones, que derivan en pésimas actuaciones, forman parte de la naturaleza del filme, casi lo definen, pero son sobrepasadas por un argumento tan enloquecido como fragmentado, repleto de lagunas, y atiborrado de diálogos malísimos, que se nos va presentando.

En algo que parece ser una alucinación, Johnson, aferrado a las retorcidas raíces de un mangle, tiene la visión de una larguirucha rubia, de piel muy blanca, que danza desnuda, a poca distancia. Continúa huyendo, hasta caer desfallecido, a pocos metros de una posada, la Cuckoo Bird Inn, y es encontrado por Harold (Chuck Frankle, con una barba postiza que amenaza con despegársele a cada momento, y una ojeras falsas, que más bien parecen dos rodajas crudas  de papas), cuidador de la misma. La dueña de la posada, la señora Pratt (Ann Long), una ex Showgirl, bastante histérica y fanática religiosa, mantiene encerrada a su hija, Lisa (Jackie Scelza), en una habitación con las ventanas tapiadas.

Hay que resaltar el gótico americano puro de todo esto, y las [¿extrañas?] coincidencias con la Margaret, interpretada por Piper Laurie, la madre de Carrie (Sissy Spacek), y Carrie misma, en el filme de Brian De Palma de 1976. ¿Quién pudo tener acceso a esta película casi invisible? ¿Fue Stephen King, el autor de la novela “Carrie”, o lo fue Brian De Palma? La Carrie de Sissy Spacek se antoja un calco, quizá coincidente, de la chica rubia, desnuda, con máscara y puñal de “El nido de los cuclillos”. Tal vez no sea más que eso, una coincidencia, pero lo que sí es patente, es la influencia de la célebre secuencia de la bañera de la “Psicosis” de Hitchcock en la manera de atacar de la chica de “El nido…”. Cortes rápidos, alucinantes, en escenas bien logradas, que contrastan con el resto de la cinta.

La señora Pratt y Harold, conspiran para llevar a Johnson a “la capilla”, ya que debe ser un hombre pecador, mientras él ha dado con la habitación de Lisa, en donde la encuentra encadenada, y ella le cuenta que su madre sólo le permite salir por las noches, sobre todo cuando hay luna llena, a pesar que le teme a la oscuridad. Vemos a Johnson deambulando de nuevo por los alrededores de la posada, y es entonces cuando descubre la otra profesión de Harold, la de descuartizar personas y conservar sus vísceras en frascos. Tras una breve pelea con él, Johnson descubre el rostro de la víctima, cubierto por una sábana manchada de sangre, y se percata que se trata del líder de los bandidos que le perseguían, aquél que la había tomado a puñetazos con sus secuaces, y nos enteramos, por fin, de su nombre, “Doc”. La identidad de la asesina puede sorprender a algún espectador, o resultar totalmente previsible para la Mayoría, en la que constituye una de las más divertidas películas alojadas en el sitio de Windig Refn, tan desconocida, por mucho tiempo, que ni siquiera le ha valido entrar en la catalogación de “psicotrónica”.

“Noche de primavera, noche de verano” (Spring Night, Summer Night, 1967), de Joseph L. Anderson, se ubica en el extremo. Se trata de una auténtica gema del cine independiente, situada en la América profunda, en Canaan, Ohio, con un reparto proveniente del teatro, que le aportó actuaciones extraordinariamente vívidas.

Carl (Ted Heimerdinger) y Jessica (Larue Hall), son medios hermanos, los mayores. Tienen otros dos pares de hermanos pequeños, dos niñas, dos niños. El padre, Virgil (John Crawford, el único actor profesional), Mae, la madre (Marjorie Johnson, que seguiría actuando tiempo después), y resto de la tropa, comen o cenan, discuten, se echan la culpa los unos a los otros, mientras sus vidas transcurren entre bares, caminos rurales, tendederos de ropa, o juguetean fraternalmente en el campo, perseguidos por un ojo que los filma, y nos los presenta como si de un testigo se tratara, en su aparente apacibilidad, con un estilo preciosista, fruto del trabajo de equipo de los miembros de la Universidad de Ohio, de la cual el director era profesor de cine. La cámara, pues, se hace presente a cada momento, su director, J. L. Anderson, no intenta siquiera borrarla. La sentimos, la “percibimos”, como si estuviera pegada a nuestros ojos, así, logra que nos sintamos ahí mismo, al lado de los protagonistas, casi rozándolos, oliendo la hierba, trasladados a su drama. 

Pero, debajo de ese idílico, como aburrido transcurrir de tiempo pueblerino –como en el principio de “Terciopelo azul” (Blue Velvet, 1986), de David Lynch-, no puede haber más que una violencia soterrada, que amenaza con estallar, pero nunca pasa del intento, y un flujo pasional terrible. En el bar, Carl casi se lía a puñetazos con un tipo, sólo por haber bailado con Jessica. Cuando vuelven, en el auto viejo, hacen un alto en el campo. La vemos a ella pasar un tanto lejos de la cámara, a la vez que, en primer plano, Carl se sube y abrocha los pantalones. Pero, el drama de “Noche de primavera…”, se nos es presentado de una forma tan natural, que se desliza como un río en pleno verano. Carl regresa de una estancia en Columbus. Vemos a Jessica tender la ropa, ya se le nota el embarazo. Se encuentran en el patio. Se hablan. Al poco tiempo juegan con los hermanitos en el descampado, encimándose los unos a los otros, a las luchas. Mientras tanto, el padre, angustiado, busca al responsable del embarazo de la hija por el pueblo, y la madre se dedica a flirtear con un amigo, añorando los tiempos en que, gracias a la actividad minera, tan sólo en una calle, había veintitrés bares a los cuales asistir.

Una vez solos, Carl y Jessie charlan. Ella le recrimina el haberla dejado sola. Pero la cosa “ya está hecha”, para entonces. Lo disculpa, “estabas borracho”. Carl la corrige, “sabía lo que hacía”. Jessica, añade, “podía haberte detenido”. Este diálogo nos transmite el poder de la tragedia. Carl y Jessica han sido amantes, en el más amplio sentido de la palabra, aunque ella se niegue a verlo, a reconocerlo. El incesto, en esta historia, ocurre como un advenimiento; a pesar de lo escabroso del asunto, se nos presenta sin el menor asomo de amarillismo. Visitan una cabaña abandonada, propiedad del abuelo de Carl. Ahí, él le habla de sus dudas. Virgil, padre de Carl, se casó con Mae, pero él siempre ha dudado que Jessie sea, realmente, hija de Virgil. El comportamiento de Mae, por las escenas anteriores, en las cuales, cuidadosamente, se nos ha señalado su veleidad como esposa, podría indicar que, Jessie y Carl, no sean hermanos, como este sospecha. Pero el misterio permanece, y la vida continúa, impredecible, en este drama magnífico.

Impregnada de una dulce tristeza, “Noche de primavera, noche de verano”, es la joya de la corona de todas las películas que Winding Refn nos ofrece en su extraordinaria plataforma. Filmado con pocos recursos, echamos de menos la que pudo haber sido una carrera brillante, por parte de su director, a quien la suerte, como a la de sus personajes, simplemente le ocurrió y fue limitado a dirigir, aparte de esta maravilla, otro largometraje, “America First” (1972), y tres cortos en los que ni siquiera aparece acreditado. 

Continuará…