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2023-12-11 00:00:00

Apostillas al libro «Zapata en el cine»

Por Eduardo de la Vega Alfaro

De cara a lo que fue la presentación de los libros “gemelos”, o casi, “Zapata en el cine” (Cineteca Nacional-Paralelo 21-CorreCámara, Ciudad de México, 2019, 268 pp.), coordinado por mi colega y amigo Hugo Lara y quien esto escribe, y “Pancho Villa en el cine” (Gobierno de la Ciudad de México-Secretaría de Cultura-Procine-Corre Cámara, Ciudad de México, 2023, 246 pp.), este último una coautoría de nosotros mismos, se impone agregar, en dos partes, algunas referencias faltantes en ambos textos, ya sea descubiertas a posteriori, o bien señaladas por colegas como Fernando del Moral, o simplemente ausentes por tratarse de obras audiovisuales realizadas o difundidas después de que las respectivas publicaciones habían quedado definitivamente impresas. Dicha doble presentación, que coincidió con el 109 aniversario de la toma y control de la capital del país por parte de la alianza entre los ejércitos villista y zapatista, se llevó a cabo en la afamada librería “La bigotona”, sita en Matamoros 20, Centro, Cuernavaca, Morelos y estuvo a cargo del cineasta Francesco Taboada y el Maestro Leopoldo Gaytán con la moderación del Maestro Ángel Cuevas. Dicho local forma parte del conjunto arquitectónico de lo que fuera el hotel Moctezuma, donde, entre otras cosas, el fotógrafo estadunidense F. Gray tomó una de las fotografías más famosas del Caudillo del sur portando carabina 30-30 y sable, que a su vez serviría de modelo de grabados del gran José Guadalupe Posada y de diversas pinturas, incluidas una de Diego Rivera y otra de Arnaldo Coen. Esa imagen se publicó en 1911 en la afamada revista “Lelie´s. Illustrated Weekly Newspaper”. Hecho el comercial de rigor, pasemos a lo que realmente interesa.

En “Zapata en el cine”, capítulo “Zapata y el zapatismo en el cine documental mexicano (1911-2019)”, escrito por Rosario Vidal Bonifaz y Eduardo de la Vega Alfaro, hizo falta señalar el caso de “Aniversario de la muerte del general Zapata en Cuautla”, cuya producción se atribuyó, esto según Aurelio de los Reyes (en el volumen II de su “Filmografía del cine mudo mexicano”, 1920-1924, p. 95), al general Rafael Cal y Mayor. Con realización y fotografía de Manuel Sánchez Valtierra, la cinta, posiblemente un corto o mediometraje exhibido en abril de 1921, debió contener imágenes del homenaje que el mencionado Cal y Mayor, aguerrido maderista y zapatista bajo las órdenes de Genovevo de la O, pero a partir de 1920 adherente al Plan de Agua Prieta, debió encabezar a dos años de haberse consumado la traición y correspondiente crimen del “Caudillo del sur”. Tal recordatorio, tanto el acto en sí mismo como su registro fílmico, pudo tratarse, sin duda, de algunas de las primeras formas con las que régimen del sonorense Álvaro Obregón Salido intentó atraer al zapatismo, todavía en pie de lucha, aunque ya disminuido y desorganizado, para que se integrara plenamente al régimen “emanado de la Revolución”, tal como ya había ocurrido con el mismo Cal y Mayor, chiapaneco de origen, quien terminó sus días como uno de las varios jerarcas del Ejército Mexicano..

En plena “Época de oro” de la industria fílmica nacional, el empresario Francisco J. Clemente, quien se hacía llamar Frank Z. Clemente y había financiado en Hollywood la cinta “hispana” “Amor que vuelve” (W. L. Griffith, 1933), protagonizada por Don Alvarado, pregonó a diestra y siniestra su deseo de llevar a cabo un gran filme en torno a la vida de Emiliano Zapata, esto a partir de 1943, fecha en la que todo indica que contrató a Mauricio Magdaleno para que elaborar el guion. Al año siguiente dicho proyecto ya incluía la inminente incorporación de Carlos Chávez para componer la música de la ambiciosa obra. Incluso, en Cinema Reporter del 19 de mayo de 1945 (p. 34), anunciaba que el siguiente 1 de junio, “si no hay contratiempo de última hora, ha de dar principio la filmación de Emiliano Zapata. El reparto, encabezado por Pedro Armendáriz, es muy posible que sea este: Esther Fernández, Isabela Corona, Carlos López Moctezuma, Miguel Inclán A(ntonio) R. Fraustro y Lauro Benítez”. Sin embargo, todo quedó, quizá por demasiada ambición o por problemas con el sindicato, en un simple proyecto que, por quienes iban a intervenir en él (sobre todo Mauricio Magdaleno y Pedro Armendáriz) debemos suponer que iba a ser dirigido por Emilio “Indio” Fernández y fotografiado por Gabriel Figueroa. Según lo apunta en “Zapata en el cine” la investigadora Adela Pineda Franco en el capítulo “El retorno de Zapata en la Guerra Fría: “¡Viva Zapata!” (1952)” (pp. 111-113), el asunto dio un giro y Clemente ofreció a John Steinbeck la posibilidad de ser el autor de lo que habrá que suponer fue otro guion, lo que finalmente derivaría en la producción del filme hollywoodense filmado por Elia Kazan y que finalmente sería protagonizado por Marlon Brando: el ya mencionada “¡Viva Zapata!”, estrenada sin pena ni gloria el 11 de diciembre de 1952 en el céntrico cine Alameda de la capital mexicana.

Lo que sí cuajó como guion hecho en México (y que acaso debió ser profundizado en un capítulo de Zapata en el cine) fue el caso de “Tierra y libertad”, escrito en torno a 1960 por José Revueltas y publicado en el tomo 5 de su “Obra reunida”, editada en 2014 por Era, el Consejo Nacional de las Artes, et. al. De acuerdo con la información proporcionada en dicho tomo, el guion, preservado muchos años por nuestro inolvidable amigo Julio Pliego Medina (q.e.p.d.), puede suponerse como una iniciativa de Revueltas ofrecida a “Producciones Chapultepec S. A.”, que lo más probable en realidad se tratara de “Filmadora Chapultepec”, empresa regenteada por los hermanos Jesús y Pedro Calderón, para quienes el autor de “Los muros de agua” y “El luto humano”, entre otras grandes obras de la literatura nacional, había trabajado, junto con Fernando A. Rivero y Carlos Sampelayo en el libro cinematográfico del suculento melodrama “Perdida” (1949), dirigida por el mismo Rivero en 1949. Películas abiertamente comerciales aparte, la compañía fílmica de los Calderón había financiado casos de cierta ambición “histórica” como “El Zarco” (Miguel M. Delgado, 1957), “Carabina 30 30” (Miguel M. Delgado, 1958) y, sobre todo, “Café Colón” (Benito Alazraki, 1958), especie de “comedia revolucionaria” con María Félix y Pedro Armendáriz, quien encarnaba, como en “Enamorada” (Emilio Fernández, 1946) y “La escondida” (Roberto Gavaldón, 1955), a un jefe del Ejército Libertador del Sur, lo que se aludía desde el principio con las famosas imágenes fijas de zapatistas desayunando en el ya afamado café Sanborns.

Como era de esperarse, el trabajo de Revueltas, muy posiblemente pensado para que lo dirigiera Roberto Gavaldón, con quien el guionista había colaborado en doce películas (entre ellas “La escondida”), pretendía ir mucho más lejos que el tipo de las antes mencionadas cintas patrocinadas por “Filmadora Chapultepec”. El libro cinematográfico inicia en abril de 1919 con el arribo del cadáver de Zapata a la plaza céntrica de Cuautla, Morelos, y luego de un largo Flashback (que a su vez incluye dos o tres retornos en el transcurrir del tiempo más o menos líneas y cronológico), termina en la misma población con la figura de Dolores Jiménez Muro, la redactora del Plan Político y Social de Tacubaya y del prólogo del zapatista Plan de Ayala, haciéndose pasar por profesora para eludir a la policía, ofreciendo a los pupilos de una escuela un emotivo discurso (“Emiliano Zapata no ha muerto […] porque Emiliano no ha sido solamente un hombre… y un hombre verdadero, sino una Causa […]”…). Consecuente con su ideología marxista, lo que quedaba claro con alusión a la integración de la lucha de campesinos y obreros, Revueltas desglosaba en su guion, que por supuesto asimismo incluía largas descripciones en su más puro estilo literario (“En la ciudad de Cuernavaca, frente al hotel Moctezuma, en el barrio de Atlacomulco, ocupada la calle entera hasta perderse a la distancia, se encuentra una expectante muchedumbre de zapatistas. Todos a caballo y armados, pero sin formar filas; en orden disperso; más bien dan la impresión de una gran asamblea pública, que de fuerzas revolucionarias organizadas”), tanto la pausada y detallada trascendencia de la lucha zapatista, lo que incluía la ancestral defensa de la tierra, como el vasallaje porfirista contra el campesinado depauperado; el asalto a la enorme hacienda de Huichila mediante un tren a toda velocidad (“Las tomas básicas del montaje deberán ser las siguientes: a] vía del ferrocarril tomada desde diferentes ángulos de la locomotora en marcha; b] momento en que son desenganchados los topes de los demás carros que están unidos a la locomotora (toma en picada y acercamientos);c] los garroteros que sujetan el garrote de los demás carros, que se van quedando atrás; d] locomotora contra la cámara, como colocada en la puerta de la hacienda; e] la puerta de la hacienda que se aproxima a la cámara cada vez más vertiginosamente; f] flashes de la colisión contra la puerta, humo, estallidos.”); el recibimiento a Francisco I. Madero en la estación Colonia luego de su gira “triunfal” para conocerlo y demostrarle los antiguos documentos que demuestran la propiedad de las tierras de las que sus añejos duelos han sido despojados por terratenientes amparados por la dictadura de Porfirio Díaz; las contradicciones que de inmediato surgen entre Zapata y Madero y que desembocarán en el levantamiento tras darse a conocer la firma colectiva del Plan de Ayala; la descripción oblicua, con los disparos escuchados por algunos reos desde el interior de la Penitenciario de Lecumberri, del asesinato de Madero y Pino Suárez y, por supuesto, el asesinato a mansalva del líder del Ejército Libertador del Sur en el pórtico de la hacienda de Chinameca, ya presentido de forma onírica por la bella amante Cirila, pero plenamente asumido por el supremo líder del zapatismo como una especie de un mejor destino para México asimismo anunciado en un sueño en el que “[…] En lugar de las cargas de caballería a que está tan acostumbrado, ahora Emiliano ve una cosa extraña: aquellos caballos se transforman en monstruos nunca vistos, algo parecido a automóviles desnudos, pero con ruedas gigantescas. Aquellos raros vehículos forman una masa innumerable y avanzan sobre los campos. La figura de Emiliano, trasparente como un fantasma, se mueve entre ellos con asombro. Teme ser arrollado por la avalancha incontenible, que le parece ser enemiga […] ¡Extraños arados los que contempla Emiliano en el sueño! Y de los inmensos surcos infinitos, se elevan infinitas praderas de trigo ondulante. Segadores jóvenes y alegres siegan las mieses […] y otro himno juvenil también airoso: voy a cantar compañeros la canción del agrarista… les dirá muchas verdades, señores capitalistas… es la canción de los pobres que en el campo trabajamos… los que con tantos sudores nuestras tierras cultivamos” […]”.

Aunque el jefe indiscutible del Ejército Libertador de Sur es sin duda la figura eje de lo concebido por Revueltas en “Tierra y libertad”, otros sobresalientes personajes, aparte de Madero y Dolores Jiménez Muro, seguramente extraídos de libros como “Raíz y razón de Zapata”, de Jesús Sotelo Inclán, los textos biográficos de Octavio Paz Solórzano y, quizá, “La Revolución Agraria del Sur y Emiliano Zapata”, su caudillo, de Antonio Díaz Soto y Gama, complementan el sentido de la trama: Pablo Torres Burgos, Gabriel Tepepa, Alejandro Casales, Eufemio Zapata, Manuel “El negro” Palafox, Abraham Martínez, Francisco Chico Franco Salazar, Ignacio de la Torre y Mier (yerno de Porfirio Díaz), Victoriano Huerta, Otilio Montaño (en cuya biblioteca Emiliano descubrirá el libro “Tierra y libertad”, de Piotr Kropotkin), Ricardo Flores Magón, Eduardo Hay, Alfredo Robles Domínguez, Rodolfo y Gildardo Magaña, etc. Y, por supuesto, el protagonista iba a ser mostrado en su faceta de mujeriego e incluso galante con Dolores Jiménez Muro, quien, en un alarde de feminismo Avant la lettre, se reconocía atraída por el caudillo suriano tanto como él lo estaba de ella, pero prefería dedicarse a la revolución de tiempo completo. Aunque inspirados en figuras históricas, otros personajes fueron creados para complementar diversos momentos de lo que se supuso como la vida cotidiana, muchas veces con determinados sobresaltos, que giraba en torno a Zapata y algunos de sus principales colaboradores y lugartenientes.

Documento sumamente interesante, “Tierra y libertad” probablemente hubiera sido la base de una de las varias películas de tema revolucionario filmadas en conmemoración del 50 aniversario de la rebelión militar encabezada por Francisco I. Madero hacia fines de 1910, encabezadas por “El Centauro del Norte” (Ramón Pereda, 1960), pero, a saber los motivos que lo evitaron, el proyecto quedó entre las no pocas obras fílmicas frustradas en la que José Revueltas se vio involucrado de una u otra forma a lo largo de su destacada trayectoria en el cine nacional. Lo más probable es que ni los Calderón ni ningún otro productor mexicano de la época (con la salvedad de Manuel Barbachano Ponce) hubiera arriesgado su capital para financiar una obra en la que imperaban la dialéctica entre lo individual y lo colectivo , que además hacía una velada crítica al régimen emanado de la Revolución triunfante justamente a costa de las demandas enarboladas por los ejércitos campesino-populares que encabezaron gente como Zapata o Villa y que no tardaría en mandar asesinar a herederos de la lucha zapatista en Morelos y Guerrero como Rubén Jaramillo, Lucio Cabañas o Genaro Vázquez Rojas.

Entre otras carencias de “Zapata en el cine”, esto por lo que se refiere a las películas extranjeras alusivas al caudillo morelense y al movimiento por él representado, está el caso de “O tesouro de Zapata” (1968), filme brasileño escrito, producido, realizado y protagonizado (en el papel de Eufemio Zapata) por Adolpho Chadler (seudónimo de Cicero Adolfo Vitorio de Costa), en que, según Emilio García Riera (Cf. “México visto por el cine extranjero”, tomo 3, Ediciones Era-Universidad de Guadalajara, México D.F., 1988, p. 163) P. ), basado en lo publicado en la revista Variety (26 de marzo de 1969), se narraba lo siguiente: “[…] en 1917, ya muerto Zapata (que en realidad, fue asesinado, como es sabido, en 1919), su viuda Flores (!) era raptada por unos bandidos (¿cangaceiros?) llamados Chango, Moco e Indio Mapache para hacerse del tesoro de su marido; Eufemio los perseguía y todos acababan muertos en el desierto, rumbo a los Estados Unidos […]”. Completaron el reparto Wilson Viana, Gilda Madeiros, Calificada por el mismo García Riera como un “western delirante”, estamos ante un caso curioso que no solo jamás se estrenó en México, sino que escapó al muy documentado recuento establecido por Salvyano Cavalcanti de Pavia en el libro “História ilustrada dos filmes brasileiros 1929-1988” (Livraria Francisco Alves Editora S. A., Río de Janeiro, Brasil, 1989,255 pp.), en el que el mencionado Adolpho Chadler aparece señalado en cuatro ocasiones pero solo en calidad de intérprete de “chanchadas” ubicadas en diversos géneros.

Otro filme extranjero, “Tierra y libertad” (1968), mediometraje realizado en locaciones mexicanas para la televisión de la entonces República Federal Alemana por Georg S. Troller, involucró a Zapata con Porfirio Díaz y un estudiante universitario revolucionario, los tres interpretados por el actor mexicano José Loza, quien más adelante se convertiría en director de exitosas cintas nacionales como “Pistoleros famosos” (1980) y “La banda de la sotana negra” (1983).

En años recientes, Google, YouTube y otras plataformas se han convertido en medios de amplia representación y difusión de producciones audiovisuales, ya sea documentales, ficciones o docudramas, que incluyen títulos como “Zapata, un amor en rebeldía” (Walter Doehner, 2004), serie de seis episodios financiada por Telemundo y protagonizada por Demián Bichir, Lorena Rojas, Rogelio Guerra y Giovanna Zacarías; “Emiliano Zapata, caudillo de la Revolución Mexicana” (Mario Alberto Zambrano y Reinaldo Carrillo, 26 minutos, sin dato de año de producción), que cierra advirtiendo que Octavio Paz elogió al caudillo de Anenecuilco ubicándolo al lado de Cuauhtémoc y José María Morelos; “La verdadera cara de Emiliano Zapata” que no te enseñan, de realización ignota y que en apenas 10 minutos de duración pretende, sin análisis profundo de por medio y haciendo gala del repudio típico de la ultraderecha, tundir a la figura del revolucionario suriano señalando que “no era pobre”, que su sexualidad era “dudosa” pues se supo de sus relaciones amorosas lo mismo con varias mujeres que con hombres como Manuel Palafox e Ignacio de la Torre y Mier, y que, debido a su pronta animadversión contra Madero la Revolución se prolongó “por 10 años”, etcétera); “Emiliano Zapata y el Plan de Ayala” (financiado por Vanguardia en el tiempo, 20 minutos), que lleva los antecedentes de la lucha zapatista hasta la época en la que el Imperio Azteca cobraba tributo a los habitantes de Anenecuilco y zonas aledañas además de referir otros detalles sobre la Comuna de Morelos y los conflictos con Madero, padrino de bodas de Zapata con Josefa Espejo, lo que incluye fotos fijas recién coloreadas y escasas imágenes de archivo; “Emiliano Zapata y Pancho Villa toman el control del país” (20 minutos), que por supuesto ofrece una breve lección de historia acerca de la forma en que los ejércitos villista y zapatista se aliaron para combatir al carrancismo hasta tomar la capital en diciembre de 1914, lo que se significa con una de las fotos de ambos caudillos en uno de los salones de Palacio Nacional; “Zapata y Villa se alían en Xochimilco” (15 minutos), que intenta profundizar en algunos aspectos del pacto entre los ejércitos campesino-populares que habían hecho suyo el Plan de Ayala; “La escalofriante ejecución de Emiliano Zapata” (21 minutos), episodio de la serie “Historia incomprendida”, que desglosa la vida y obra revolucionaria del líder campesino en 31 breves cápsulas, incluidas las que apuntan que hablaba y escribía náhuatl y que secuestró a varias hijas de familias de hacendados; “Emiliano Zapata: la revolución campesina” (17 minutos), hace otra síntesis biográfica, toda narrada de manera muy monótona e ilustrada, a manera de una estampa para tarea escolar de educación primaria, con un retrato pictórico poco conocido del héroe epónimo, que incluye la referencia sobre la polémica que hay en torno a la fecha de su nacimiento y varias facetas suficientemente conocidas.

Mayor atención reclama el caso de “Zapata: El camino del héroe”, miniserie de tres capítulos de poco más de 20 minutos de duración cada uno (“Traición y muerte”, “Orígenes e infancia” y “Plan de Ayala y legado”) realizada por Esteban Salazar (asimismo espléndido fotógrafo) y patrocinada en 2019 por el Instituto Morelense de Radio y Televisión, que tiene su sólida base analítica y conceptual en estupendas entrevistas a los historiadores y cronistas Berenice Granados, Salvador Rueda, Francisco Pineda (q.e.p.d.), Samuel Hernández y Édgar Castro, a su vez bisnieto del Caudillo del sur con sorprendente parecido a su sobresaliente ancestro. En todo caso, la miniserie es ejemplo de lo que puede hacerse con pocos recursos para hablar a fondo de la vida y obra política de un hombre y su circunstancia histórico-social, aquí apuntalada en muy selectas imágenes de archivo y en imágenes filmadas exprofeso en color o blanco y negro para captar paisajes y pulcras dramatizaciones que no requirieron de actores profesionales para dar verosimilitud a su sentido inmediato. En otras palabras, el digno y justo homenaje que una empresa mediática estatal podría hacer ante la efeméride que motivó a llevar a cabo un trabajo de esta naturaleza.
 

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