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2009-06-01 00:00:00

Todos los caminos llevan a Baja California

Por Hugo Lara

En su debut como realizador, Carlos Bolado (Veracruz, 1964) dirige un road movie ubicado en la península de Baja California, un viaje-relato cuyo itinerario comprende una exploración geográfica de ese territorio de aires enigmáticos y un periplo introspectivo del personaje protagonista. De esta manera, desde la pantalla se nos invita a participar en dos búsquedas paralelas —una de aventuras, la otra de reflexiones— y así se nos permite encontrarnos con otros caudales dramáticos o contemplativos que manan emoción y sensibilidad.

Una aventura en el desierto

Lo que en principio había sido concebido como un documental, que trataría sobre las pinturas rupestres que se encuentran en la península de Baja California, a la larga se convirtió en un relato de ficción sobre un hombre en conflicto que se interna por un territorio desconocido. En ‘Bajo California: El límite del tiempo’ este giro de timón fue ejecutado con imaginación y habilidad para confeccionar, a partir de estos dos telones imbricados —el capital documental y el tejido dramático—, una narración sólida con una estructura audaz.

El director Carlos Bolado ha destacado como editor de filmes como ‘Como agua para chocolate’ (Alfonso Arau, 1992) y ‘Hasta morir’ (Fernando Sariñana, 1994). Esa formación, así como las enseñanzas que ha asimilado de otros realizadores —el road movie remite a Wim Wenders, uno de los maestros del género— le ha permitido, en esta su opera prima, imprimir con buen pulso un ritmo envolvente, seductor, desembarazado de acartonamientos con el auxilio de las imágenes bien fotografiadas por Claudio Rocha y Rafael Ortega. Sin duda, el cuidado y la combinación visual y sonora administrados por el montaje son unos de los mayores atributos de la película, más aún si se sabe de las difíciles condiciones en las que fue rodada, debido a las inhóspitas locaciones que, entre otras cosas, obligaron a usar un formato más ligero y de más fácil conservación, el super 16 mm. La forma audiovisual, virtuosa pero librada de sobrecarga, se convierte en un instrumento que sirve para que las acciones fluyan y las situaciones edifiquen los conceptos que atañen al relato.

‘El límite del tiempo’ propone de inicio un planteamiento muy sencillo que evoluciona con suavidad hasta ampliar las entrelíneas para ofrecer más de una lectura posible. El realizador, también coguionista junto a Ariel García, construye una atmósfera en la que convergen el desconcierto y la fascinación alrededor de su personaje, un chicano culto que fisgonea en los territorios de sus antepasados mexicanos. Esta circunstancia abre una interesante brecha para aproximarse a las paradojas que forman parte de la identidad y la cultura de las comunidades de ascendencia mexicana en los Estados Unidos; paradojas que, en términos generales, aluden a su cercanía con nuestro raigambre pero también a su distanciamiento inexorable, lo que los ha convertido en grupos tradicionalmente incomprendidos en ambos lados de la frontera.

Este tema ha sido vastamente revisado por el cine chicano y, en menor medida, por el cine mexicano, que en muchos casos lo ha tratado con ligereza —léase cine de narcotraficantes— o bien, en otros casos, se ha acercado bienintencionadamente pero con ribetes pintorescos, al modo de ‘El Jardín del Edén’ (María Novaro, 1993). Lo atrayente de ‘El límite del tiempo’, es el carácter entrañable que resulta de compartir una mirada antisolmne sobre esa parte de México a través de los ojos de un peregrino que se sabe extraño y se siente fraterno. Al mismo tiempo, es una expedición a una de las regiones menos conocidas por la mayoría de los propios mexicanos en la que subsiste, como en todo el país, el vértice de nuestra identidad: los rastros de una fusión cultural, entre el mundo indígena y la colonización española.

El regreso a los orígenes

Con boleto de ida y vuelta, la idea se redondea desde su principio trágico—una muerte accidental—, hasta un final que bien puede significar la redención —el regreso a casa donde lo aguarda su mujer y su hijo apenas nacido. Entre ambas puntas, Damián hace un recorrido entre lo real, lo onírico y lo ritual, de encuentros insólitos y de pistas simbólicas, en un tono también provisto de humor. Estos elementos dominan a una narración eslabonada con viñetas, donde la elocuencia del paisajes impulsa a las interrogantes filosóficas que soportan a toda la película: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿en qué creo?...

Al final de su andanza, Damián arriba al pueblo de sus ancestros, habitado por campesinos que comparten con él su mismo apellido. Estos rústicos hombres, unidos por la sangre con el forastero, lo conducen hacia las pinturas rupestres de la zona. Para el protagonista, este es el testimonio de su pasado primitivo, que se opone a ser vencido por el olvido y el tiempo. Este es un momento clave para Damián, puesto que él es un artista dedicado a crear ‘instalaciones’, una suerte de obras escénico-plásticas caracterizadas por su vida fugaz. Este hallazgo de Damián, como los otros que ha hecho —el vestigio de los misioneros jesuitas, el enigmático encuentro con un caminante pagando penitencia—, son piezas de ‘su’ rompecabezas de reivindicación existencial. Todo eso es muy provocativo, porque se diserta en lo íntimo sobre lo efímero y lo trascendente de la condición humana. En suma, ‘El límite del tiempo’ es una película disfrutable porque, si bien propone acotaciones sobre los asuntos que trata, no aspira a imponer la última palabra.

Sinopsis

Damián (Damián Alcázar) es un artista chicano cuya vida es alterada por un accidente automovilístico, cuando atropella a una inmigrante embarazada. Minado en su ánimo por el sentimiento de culpa, decide emprender un viaje por Baja California, con el difuso propósito de recuperar su fe en el camino que lo conducirá tras la huella de sus orígenes.

(Artículo de septiembre de 1999)