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Tras una primera jornada brillante, en la que González Iñárritu reflexionaba sobre la fama, su precio y el coste de perderla, este jueves saltamos en la Mostra de Venecia a un cine menos personal y más social, sin dejar de ser psicológico. La veterana cineasta iraní Rakhshan Banietemad concursó con “Ghesseha” (Cuentos), un fresco social de historias pequeñas y cotidianas en el Irán de hoy, entre la amargura y la esperanza, y el francés Xavier Beauvois con “La rançon de la gloire”, inspirada por el secuestro del cadáver de Charles Chaplin: Dos sólidos y aplaudidos trabajos que comparten idéntica preocupación social y personajes en horas bajas.

El hombre y la mujer ante la sociedad que lo alberga y con frecuencia condena. De eso ha ido esta jornada en el Lido, completada por un nuevo documental de Joshua Oppenheimer, “The Look of Silence”, en la práctica secuela de su previo “The Act of Killing”, ya que trata también del genocidio de Indonesia, ahora centrándose más en sus víctimas.

Xavier Beauvois se basa en la historia real de la desaparición del ataud del actor y director Charles Chaplin, de un cementerio en Vevey, para con algunos cambios sobre los hechos reales mezclar humor y tragedia en la historia de dos emigrantes en la próspera suiza, sin luces ni esperanzas, a los que se les ocurre un secuestro poco común: el de un cadáver, el del mismísimo rey del cine mudo, Charles Chaplin, Charlot. “La rançon de la gloire” (El rescate de la gloria), que protagonizan Benoît Poelvoorde y Roschdy Zem, es un homenaje al cómico y esos entrañables delincuentes torpes, superados por un plan peregrino.

El autor de “De dioses y hombres / Des hommes et des dieux / Of Gods and Men”, premiada en Cannes en 2010, hace sus primeros pinitos en el género de la comedia, aunque las pinceladas de su humor van acompañadas de patetismo. Al fin y al cabo, la sonrisa y las lágrimas fueron los ingredientes favoritos de Chaplin, dos de cuyos descendientes participan como actores en la película, arropados por otros secundarios de lujo, como Peter Coyote, Nadine Labaki o Chiara Mastroianni. Añadamos a la mezcla una deliciosa banda sonora del prestigioso Michel Legrand, y el resultado es una película tal vez algo larga, pero tierna y con la simpatía que generan los perdedores.

Rakhshan Banietemad ha dejado en el Lido una especie de testamento o epílogo (ojalá no lo sea) de su obra, retomando algunos personajes de películas anteriores y haciéndoles protagonizar siete pequeñas historias del cotidiano Teherán, no muy diferentes de las que pueden darse en muchos otros países del mundo, que de alguna manera cierran sus previos trabajos. Aquí también se trata en buena medida de perdedores, pero no de vencidos, porque los personajes de  “Ghesseha”, cuyo denominador común es estar enamorados, tienen la dignidad del luchador, especialmente sus mujeres, a las que les toca la peor parte del pastel en la república islámica. Banietemad las retrata como seres valientes y dignos, sometidos dentro y fuera de casa.

En rueda de prensa, la cineasta persa ha culpabilizado al embargo económico occidental sobre su país de la crisis económica que sufren, y ha pedido su levantamiento, ya que está afectando a las capas más humildes de la sociedad, las que muestra en su película.

Finalmente, Joshua Oppenheimer vuelve a golpear al espectador con el genocidio de medio millón de personas en Indonesia, a través de la historia de un reencuentro entre la familia de una víctima de esa represión salvaje y sus verdugos en “The Look of Silence” (La mirada del silencio), un documental sobre el dolor y la impunidad, o la imposibilidad de una reconciliación cuando los genocidas parecen seguir orgullosos de sus crímenes.