Por Pedro Paunero
“Siempre daban una de romanos” dice el verso de una canción de Joaquín Sabina y el 18 de abril de 2014 se cumplieron 100 años de una forma imaginativa, recreada, la mayoría de las veces históricamente poco fiable pero sobre todo espectacular de trasladarnos a los tiempos del glorioso Imperio Romano en la gran pantalla a través de “Cabiria”, la primera súper producción de este tipo dirigida por Giovanni Pastrone conocido como Piero Fosco por su seudónimo.
Federico Fellini le rinde tributo en el título de una de sus más aclamadas películas, “Las noches de Cabiria” y su influencia se extiende hasta mediados del Siglo XX en todas las continuaciones que emanaron de esta producción, los títulos italianos que incluyen todos los Maciste, Ursus y Hércules derivan del primer Maciste, uno de los personajes principales de esta película. Sin Cabiria, sin su diseño de producción, sus miles de extras, sus gigantescos decorados, sin su éxito arrollador, no hubiesen podido existir las obras maestras de D. W. Griffith, “El nacimiento de una nación” (1915) e “Intolerancia” (1916,) para la cual el americano estudió con detalle cada escena de Cabiria para aquellas escenas que se desarrollan en la antigüedad de su propia película, “Ben Hur” en sus dos épicas versiones (la de Fred Niblo de 1925 con el mexicano Ramón Novarro en el papel estelar o la de William Wyler de 1959 con Charlton Heston), todas las cintas bíblicas de Cecil B. De Mille, el “Espartaco” de Stanley Kubrick (1960), la “Cleopatra” de Joseph L. Mankiewicz (1963), el desarrollo del posterior género italiano con películas como “Ulises” de Mario Camerini (1954) o “El coloso de Rodas” de Sergio Leone (1960) hasta el “Gladiador” de Ridley Scott (2000) o la serie “Roma” de la cadena televisiva HBO pasando por esos avatares que lo acercan al arte gráfico de “300” de Zack Snyder (2007).
Aunque hubo varias producciones anteriores a “Cabiria” que se situaban en tiempos del imperio romano, incluso una primitiva versión de “Ben Hur” (Sidney Olcott, 1907), o “La caída de Troya” (1910), dirigida por el mismo director que nos ocupa y algunos títulos más relevantes como “Quo Vadis?” de Enrico Guazzoni, (1912), “Spartaco” (Enrico Vidali, 1913) no será sino hasta el rodaje de esta película que se inventarían una serie de nuevas técnicas al servicio de la espectacular puesta en escena. Segundo de Chomón, el director hispano que tanto copió, plagió o rindió homenaje a Georges Méliés fue, al parecer, como ayudante del director, el primero en hacer un uso ingenioso del travelling, que en Italia llaman aún “Carello”, para esta súper producción, valiéndose de rieles para situar y mover las cámaras. Así, ante el tamaño y la ambición de Cabiria (y con esta del cine italiano de la época) todo lo que se había rodado anteriormente se ve disminuido y opacado.
El género. Se le llamó “Colosal” por sus alcances en todo sentido. No fue sino hasta los años 60´s del Siglo XX en que nacería un término para designar estas producciones y que sustituiría el viejo término, el “Peplum” (o “Peplo”), por aquello del uso de la túnica antigua sin mangas que se abrochaba sobre el hombro y que los personajes usan como algo emblemático en todas las cintas de este tipo.
La historia. Inspirada libremente en la Salambó de Gustave Flaubert, con poéticos intertítulos del popular novelista Gabriele D’Annunzio, ambientada durante la Segunda Guerra Púnica, narra la historia de Cabiria, niña perteneciente a la élite patricia romana, esclavizada por los cartagineses y liberada después de la caída de Cartago. El argumento incluye la erupción del Monte Etna y la destrucción de la casa familiar de Cabiria, su huida a través del mar, su rapto por parte de piratas fenicios, el intento de sacrificarla al dios Moloch y su rescate por Maciste, el esclavo gigante de Fulvio Axila, patricio romano, así como la posterior etapa de servilismo de Cabiria con Sofonisba, hija del cartaginés Asdrúbal Giscón, enamorada del rey númida Masinisa, mientras Maciste sufre cautiverio, encadenado a una roca. Dos de las escenas más grandiosas de la película las constituyen el paso de Aníbal con su ejército, que incluía elefantes, a través de los Alpes y la batalla naval de Siracusa.
Siracusa. “Cabría decir que hubo una vez un hombre que luchó contra todo un ejército. Los historiadores antiguos nos dicen que el hombre era un anciano, pues pasaba ya de los setenta. El ejército era el de la potencia más fuerte del mundo: la mismísima Roma. Lo cierto es que el anciano, griego por más señas, combatió durante casi tres años contra el ejército romano… y a punto estuvo de vencer: era Arquímedes de Siracusa, el científico más grande del mundo antiguo”. Así comienza Isaac Asimov en su libro “Momentos estelares de la ciencia” la biografía de Arquímedes. En Cabiria, quizá la única película dónde se muestra la defensa de Siracusa vemos al viejo matemático hacer sus cálculos y la creación de los espejos gigantes con los cuales, según la leyenda, concentró los rayos de calor del sol con los cuales incendió la flota romana.
La historia continúa con el destronamiento de Masinisa por Sífax, rey de Cirta, casado con Sofonisba en contra de su voluntad, la liberación de Maciste por Fulvio y la toma de Cartago por el ejército aliado de Masinisa y Roma tras el suicidio de Sofonisba mediante la ingestión de veneno para que, al final, Cabiria se reúna con Fulvio. La película se rodó en escenarios naturales de Túnez, Sicilia y los Alpes para las escenas correspondientes a Aníbal.
El cine propagandístico de Mussolini. Cinecittá, la ciudad en miniatura dedicada a la producción del cine italiano, inaugurada en 1937, surgió de los afanes utilitarios e imperialistas del régimen de Mussolini, consciente del poder de la imagen como medio masivo de adoctrinamiento a la manera del régimen nazi. “Cabiria”, décadas antes, sería la película que serviría a los italianos como medio ideal de propaganda para reflejar sus triunfos en la desigual Guerra Ítalo-Turca de los años 1911-1912, con los cuales se desmembró el Imperio Otomano y se prepararon los escenarios para la Primera Guerra Mundial.
El actor. Un día, en busca de actores, Pastrone y sus colaboradores salieron y lo encontraron en los muelles. Se llamaba Bartolomeo Pagano y estaba descargando mercancías en el puerto. Tenía 36 años y su alta figura atlética lo hacía ideal para el papel del personaje Maciste. No estuvo particularmente interesado al principio hasta que, después de una labor de convencimiento, firmó un contrato con Itala Film. Este estibador ignorante y que no tenía preparación actoral llegaría a ser una de las más grandes estrellas del cine mudo.
Maciste. El nombre corresponde a un hijo de Atamante, en la mitología griega. El historiador griego Estrabón cita el nombre como Makistios y correspondería a un apodo de Hércules. D’Annunzio, al revisar el guión, cambiaría el nombre original del personaje, Ercole (Hércules) por Maciste que andando el tiempo se asociaría con el término italiano “Macigno” que significa roca.
Así como sin “Cabiria” no hubieran llegado a existir tantas producciones históricas, pseudo históricas o tergiversaciones cinematográficas de la historia, sin Maciste, el héroe atlético de Cabiria, no hubiesen podido derivarse “Conan, el Bárbaro” de Arnold Shwarzenegger o “El Rey Escorpión” del luchador “The Rock”. El forzudo Maciste exigía su propia historia y muy pronto derivó en lo que hoy denominamos una franquicia. Una muy redituable, por cierto. La segunda película en dónde apareciera el personaje fue rodada muy pronto, en 1915, un año después de que “Cabiria” fuera exhibida en los cines. La película de Luigi Romano Borgnetto y Vincenzo Denizot es brillante (a su manera) por constituir un temprano ejercicio de metacine. En esta cinta Bartolomeo Pagano se interpreta a sí mismo, rescatando de unos bandidos a una chica que se ha refugiado en el cine dónde pasan precisamente Cabiria. La ingenua muchacha supone que el actor es en realidad Maciste y, maravillada por sus proezas, lo contacta y pide que le ayude para detener a los bandidos. El actor será encerrado, encadenado, golpeado e incluso se disfrazará para ocultar su identidad para resultar finalmente victorioso y librar a la hermosa muchacha de sus males. Había nacido así una leyenda del cine. La vida actoral de Pagano, a diferencia de otros actores que no sobrevivieron a la transición del cine sonoro, incluye títulos como “Maciste alpino” (1916), “Maciste innamorato” (1919), “Maciste imperatore” (1924), “Maciste contro lo sceicco” (1925), la alucinada “Maciste all’ inferno” (1925), (película que, según Fellini, fue la que le decidió su profesión) y “Maciste en la jaula de los leones” (1926), por citar los más célebres, hasta alcanzar 27 títulos.
Después del Péplum. El agotamiento de los temas y la economía de medios que el péplum italiano experimentó a través de los años dio como resultado el que un género tan redituable fuera olvidándose poco a poco. De Sergio Leone, que había dirigido antes un péplum, “El coloso de Rodas”, surge el “Spaguetti Western” que le tiene como su máximo representante hasta derivar en las comedias eróticas o francamente pornográficas de la industria italiana. Sin embargo, en esas resurrecciones periódicas a las que se entrega el cine podemos asegurar que el género no está acabado, por lo menos no para Hollywood. ¿Qué otra cosa puede ser “300, Rise of an Empire” de Noam Murro (2014), sino un péplum panfletario imperialista dónde resuenan ecos del glorioso pasado de la Cinecittá fundada por Mussolini?