Por Jessica Oliva
@Pennyoliva
“Inquebrantable” (“Unbroken”), dirigida por Angelina Jolie, lo dice todo– absolutamente todo– con su nombre. De hecho, la forma en que nos presentan las odiseas reales de Louis Zamperini, atleta olímpico y excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, convierte a dicho título en un irremediable spoiler, uno que nos acecha y nos recuerda una y otra vez que – a pesar de la diversidad de situaciones por las que pasa el protagonista– esta película se trata de una sola cosa, sin posibilidad de nada más: la resistencia sobrenatural de un hombre.
Los hermanos Ethan y Joel Cohen entran como guionistas a los créditos, junto con Richard LaGravenese (“Posdata: Te quiero”) y William Nicholson, pero diseñan a un héroe de una sola nota: en sus manos, Louie Zamperini– convincentemente interpretado por Jack O’ Connell– es un hombre de voluntad invencible, y ya. El resultado es una biopic en la que el espectador no tiene ninguna posibilidad de perderse en distintos caminos emocionales ni interpretativos; vamos, ni siquiera los hay. La extraordinaria historia de vida de Zamperini, que incluye desde la ruptura de una marca olímpica, hasta un naufragio, se aplana trágicamente en una epopeya algo redundante, que relata sus hazañas con mucha distancia emocional, sin posibilidad de conexión con la audiencia.
La película, basada en la biografía escrita por Laura Hillenbrand, concentra su mirada en lo sucedido a Zamperini durante la Segunda Guerra Mundial, cuando sirvió como piloto en el Pacífico. Sin embargo, mientras somos testigo de una batalla aérea como primera secuencia, el guión nos traslada mediante flashbacks a su vida como preadolescente rebelde, cuando el atletismo lo salvó de convertirse en el vago del pueblo. Estos vistazos al pasado revelan a un hijo de emigrantes italianos que se ve constantemente involucrado en trifulcas juveniles, que pinta su frasco de alcohol de blanco para que parezca leche y que se esconde bajo de las gradas para ver por debajo de las faldas. Así, Zamperini pinta para ser una causa perdida hasta que su hermano mayor lo entrena en el arte de correr y logra convertirlo en el mediofondista más rápido de su generación.
La cinta no entra en detalles sobre cómo es que su héroe termina en ese bombardero que al inicio se bate con los kamikazes japoneses. La ventana hacia el pasado se va extinguiendo poco a poco, después de que nos muestra lo sucedido en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, cuando Zamperini queda en octavo lugar, pero rompe el récord de velocidad en la última vuelta. A partir de entonces, la película se enfoca en el presente bélico, el naufragio de 47 días que siguió a un accidente aéreo y el evento que puso a prueba su fortaleza física y mental: su estancia de dos años en un campo japonés de prisioneros de guerra. Es ahí en donde conocemos a Mutsuhiro Watanabe (Takamasa Ishihara), el sádico guardia japonés conocido como “El pájaro”, que toma su lugar como el villano y, a la vez, aquél enemigo que tiene un lazo inevitable con Zamperini. Sin embargo, Ishihara no tiene la fuerza para hacernos creer que de verdad representa un peligro para el irrompible Louie. De hecho, no hay ni una pizca de suspenso en toda la película que nos haga temer que, tal vez, Zamperini sea quebrantado después de todo.
A pesar de poseer una fotografía destacada, a cargo del nominado al Oscar Roger Deakins, “Inquebrantable” no logra sumergirnos en su trama. Está demasiado ocupada por hacerle honor a los sucesos históricos y a la perseverancia de un hombre, como para preocuparse por convertir a dicho hombre en un personaje tridimensional. Jolie se empecina en dejar claro que fue la férrea disciplina y el entrenamiento de atleta lo que le permitió soportar el sufrimiento físico y psicológico durante la guerra; pero, una vez entendido dicho mensaje, no hay nada más ahí que ver. A lado de las otras biopics de héroes atormentados de este año– “La teoría del todo”, “El Código Enigma”– la increíble historia de Louie Zamperini palidece en manos de Jolie, atrapada en un filme genérico y unidimensional.