Por Lorena Loeza
En muchos sentidos “Roma”, la más reciente película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón, es ya el acontecimiento fílmico del año no sólo en nuestro país sino en todo el mundo. Aclamada en festivales internacionales y considerada una de las favoritas para llevarse todo en la temporada de premios 2018-2019, la película también ha sido todo un fenómeno de opinión pública por varias razones.
La primera de ellas, la que deriva de la discusión entre distribuidoras y plataformas digitales. Es evidente que si bien el tema ya había venido avanzando desde hace algún tiempo, encuentra actualmente en el asunto de la distribución de “Roma” variables que antes no existían. Hoy por hoy, Netflix consigue que una de sus películas cuente con el aval de la crítica y que el interés despertado entre el público exija que sea exhibida en salas tradicionales y plataformas de manera simultánea.
Este asunto no logra resolverse del todo y la cinta se estrena en algunas salas de arte, espacios académicos, independientes y hasta históricos- como es el caso de ahora Centro Cultural los Pinos- al no llegar un acuerdo entre las cadenas distribuidoras y la plataforma Netflix. De esta experiencia es probable que se produzcan nuevos acuerdos y quizás – ¿quién sabe? – un replanteamiento sobre el negocio del cine en los años futuros.
La segunda tiene que ver con los con los comentarios racistas y clasistas, que se expresaron atacando a Yalitza Aparicio -la actriz principal en redes sociales. El motivo de la ofensa fue la sesión de fotos que realizó para la portada de la revista Vogue, donde aparecía luciendo de manera exclusiva, vestuario de diseñadores prestigiosos.
Las fotos provocaron comentarios de burla y escarnio, siendo lo lamentable que no se trata de un fenómeno aislado o particular. El racismo combinado con el clasismo a “la mexicana” dan como resultado la justificación colectiva para la discriminación y la desigualdad que vive aún en nuestros días la población indígena. Para nadie es un secreto que el color de la piel es motivo de discriminación a muchos niveles, siendo el laboral uno de ellos. A decir del INEGI en una información publicada en 2017, una persona con piel morena tiene menos probabilidades de conseguir un ascenso o un empleo bien remunerado. Los comentarios ofensivos para Yalitza Aparicio, mostraban – entre otras cosas- la “sorpresa” de muchos compatriotas, al ver a una mujer indígena, lucir vestidos de alta moda y sofisticación, aludiendo a este principio básico, en el cual la piel morena y la identidad indígena es un atributo descalificador para las personas y un obstáculo para el ascenso y la movilidad social.
Pero esta lamentable y vergonzosa discusión, nos lleva al tercer punto, que también está relacionado con la discriminación, pero esta vez a partir de la trama de la cinta. En la película, el personaje de Yalitza Aparicio es el de una trabajadora del hogar, empleada por una familia de clase media en los años 70 y que vive en la colonia que da nombre a la película: La Roma.
El argumento central es en realidad anecdótico. Un momento particular y dramático en la vida de la trabajadora del hogar y de la madre de la familia que la emplea. Se trata de dos mujeres de realidades muy distintas, que a pesar de vivir bajo el mismo techo y afrontar un momento de ruptura en sus vidas, nunca se miran de igual a igual. El asunto no es menor, y acaso pueda ser considerado uno de los asuntos más relevantes derivados del tratamiento de la película, porque si el propósito es visibilizar el trabajo del hogar, la cinta nos muestra de dónde viene este mirar pero no ver y este diario convivir sin empatizar.
Si nos preguntásemos de dónde vienen los resultados del módulo de INEGI antes mencionado, es claro que encontramos muchas respuestas ahí. Este México que Cuarón nos muestra de manera grandiosa en blanco y negro, en realidad no se ha ido, por lo que la película funciona tanto para detonar la nostalgia, como para encontrar relación con la realidad actual.
También funciona como recordatorio de lo que el melodrama le aporta a la cultura popular y porqué el pueblo mexicano lo ama tanto. El blanco y negro remite a la época de oro de nuestro cine casi de manera inmediata y también al melodrama en su más pura quintaesencia.
¿Por qué resulta tan directo el vínculo? Porque no hay melodrama que se respete que no se fundamente en un escenario desigual. La problemática central de todas estas historias y de sus herederas, las telenovelas, casi siempre estaba centrada en un principio aceptado y no cuestionado de desigualad: la chica pobre enamorada de un rico, o el bandido y la princesa, el indígena de la niña rica y así, en un largo etcétera.
En este sentido, “Roma” no es la excepción. La chica pobre debe sobrevivir solo con su nobleza y honestidad en un mudo despiadado que no perdona a la desigualdad. Sin embargo, a diferencia de otras cintas clásicas del género, aquí el amor no triunfa, ni ella logra más felicidad que la de haber sobrevivido a una dura vivencia. La vida seguirá siendo injusta, pero ella ha de continuar después de haber salido casi ilesa de su nueva experiencia, en ese mundo que apenas la mira, a pesar de vivir con ella.
Evidentemente, la cinta tiene propósitos anecdóticos y no de denuncia, pero es curioso que haya servido justamente para eso. La causa de las mujeres indígenas y las trabajadoras del hogar cobró fuerza y se colocó a un nivel de centralidad que nunca había tenido. Una reflexión colectiva a partir de la romantización de la servidumbre, en definitivo no es algo que veamos todos los días. Ojalá la cinta siga cosechando triunfos y el trabajo actoral de Yalitza continúe siendo reconocido. Y a Cuarón hay que felicitarlo por este inusual serendipity de la conciencia social que es sin duda un inusual triunfo sin estatuilla