PARTE 1 DE 2
Por Hugo Lara Chávez
El veterano director Arturo Ripstein asegura que se sufre mucho al hacer cine, es algo muy doloroso, pero también afirma que es “realmente fascinante el proceso del rodaje”. En esta entrevista exclusiva con Corre Cámara, habla de temas diversos acerca de su oficio como director y de su larga trayectoria de 50 años, y aborda temas acerca de la ruptura con su padre el productor Alfredo Ripstein; la afinidad entre los cineastas de su generación de los años sesentas pero que más tarde se convirtió en rivalidad; la manera en que escoge a sus colaboradores o la inspiración y origen de sus guiones.
Ripstein, que en la 56 ceremonia de los Arieles el 27 de mayo próximo, recibirá el Ariel de Oro por su trayectoria, afirma que no esperaba este reconocimiento. “Nunca me preguntaron si lo quería”, al mismo tiempo en que critica que la Academia no se ocupa de actividades que debería atender, como la conservación de los filmes, la investigación y la publicación.
Con toda la vida en los foros y casi cincuenta años de director, Ripstein se considera afortunado de no haber participado en le Época de Oro del cine mexicano, si bien admite que lo que le ha tocado a él a nivel profesional “es la historia de una sucesión de crisis, en las que muy ocasionalmente se deja de estar por muy breves periodos”.
Con respecto a la generación de cineasta de la que le tocó surgir en los años sesentas, considera que había un gran entusiasmo y amistad “todos discutíamos el cine, éramos cineastas de café, invencibles y geniales. Detrás de un café siempre hay un gran cineasta. Eran momentos de cohesión interesantes. Eso cambió absolutamente y ahora es odio de mandinga de todos contra todos”.
Asimismo, el director nacido en la Ciudad de México el 13 de diciembre de 1943, habla de su complicada relación con su padre, el productor Alfredo Ripstein, con quien debutó en el filme “Tiempo de morir” (1965), con un guión de Gabriel García Márquez “antes de ser García Márquez”. Sobre el filme asegura que “no era la película que quería hacer ni de lejos”, toda vez que su padre quería hacer una “película de vaqueros”. “Adivino que cuando murió seguía pensando que tenía un hijo idiota que era yo”, dice, aludiendo a la visión opuesta que cada uno tenía sobre el cine.
Igualmente, el cineasta afirma que uno no se vuelve director con una sola película. “Lo que demostré con ‘Tiempo de morir’ es que podía acabar una película, pero no me convertí en director hasta después”. Coincide en considerar “El castillo de la pureza” la película donde ya se confirma como director, un relato donde se manifiesta plenamente su claustrofilia, aunque asevera que sus obsesiones y preocupaciones están esbozadas incluso desde su opera prima, “Tiempo de morir”. “Yo nunca he creído en esa noción que dice que hay que hacer cosas que sean diferentes de lo que se ha hecho anteriormente, me parece falaz. Para hacer cosas que no se parezcan a lo que he hecho antes tendría que ser otro, y ya me resigné a ser yo”.
Ripstein ha dirigido una treitena de largometrajes, varios de ellos clave del cine nacional como “El lugar sin límites” (1977); “Cadena perpetua” (1978), “Principio y fin” (1993), “Profundo carmesí” (1996) “El coronel no tiene quien le escriba” (1999) y “Las razones del corazón” (2011), ha ganado valiosos premios en festivales como San Sebastián y La Habana.
LEE TAMBIÉN:
“Dios a la hora de hacer artistas es muy poco generoso”: Arturo Ripstein. Entrevista Parte 2