Por Jessica Oliva
@Pennyoliva

A sus 73 años de edad y después de un par de falsas alarmas, el emblemático animador japonés Hayao Miyazaki (“El Viaje de Chihiro”, “Mi vecino Totoro”) se ha despedido finalmente del cine con “Se levanta el viento” (2013). Su trayectoria se alza– tanto en la historia del celuloide como del mismo imaginario japonés–  como una fábrica de ensoñaciones pobladas de personajes entrañables, que llega a su fin precisamente con una oda a los sueños, de esos que hacen posibles las más grandes proezas humanas. Y en este caso, la protagonista es una de las favoritas del propio Miyazaki, ligada a su historia personal y presente de una u otra forma en toda su filmografía: la aviación.

“Se levanta el viento” (“The Wind Rises”, en inglés; “Kaze Tachinu”, en japonés), nominada a Mejor Película Animada en los pasados premios hollywoodenses de la Academia (perdió polémicamente el galardón ante “Frozen: una aventura congelada”), se inspira en la vida de Jiro Horikoshi, el ingeniero aeronáutico que creó los aviones de combate Mitsubishi A6M Zero, utilizados por Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Miyazaki toma como trampolín la novela de Tatsuo Hori, para lanzarnos a un drama brillantemente animado, que –como ha sucedido en otras de sus historias– aborda una anécdota de tintes bélicos desde la paz de las ilusiones. En esta ocasión, se trata de un pacifismo que germina de esa capacidad humana de crear y extender la naturaleza, fabricarse sus propias alas y, sin más, volar.

En manos del director japonés, la historia de Jiro y de sus “sueños malditos” –como el guión llama a la invención de aviones, que en ese entonces tenían como único fin la guerra– nos devela lo bello detrás de esos temidos Zeros de caza nipones, con el círculo rojo del sol naciente en sus alas, que siempre han sido los enemigos y villanos de las épicas bélicas Hollywoodenses. Vemos al ingeniero crecer y soñarlos una y otra vez, fracasar en sus primeros prototipos, viajar a Alemania (socio político y tecnológico de Japón), huir de todo, enamorarse, y volver a intentarlo. Todo ello con la perenne sensación de estar observando una revelación que no es tan clara durante las grandes guerras (y menos cuando dichos Zeros son conocidos por los famosos kamikazes, ataques suicidas): que detrás de cada milagro tecnológico de combate, no había más que simples sueños.

Hablar de Miyazaki– quien creció viendo a su padre construir timones para los mismos Zeros– es entrar a un universo de criaturas varias, habitantes no sólo de una “caricatura para niños”, sino de relatos histórica y socialmente complejos, cuya calidad narrativa se gana la complicidad del espectador de inmediato, sin importar su edad. Hay brujas, castillos mágicos móviles y princesas, pero también hay pilotos de la Primera Guerra Mundial, personajes del Japón antiguo y héroes que, como Jiro, pertenecen al mundo real pero se codean con universos imaginarios. En el caso de esta cinta, los sucesos históricos nuevamente envuelven la aventura, que cede en sus coqueteos con lo irreal, pero que no renuncia a la fantasía del todo:  Horikoshi tiene citas oníricas con su mentor Gianni Caprioni, otro inventor de aviones italiano. Se encuentran durante 30 años cada vez que nuestro héroe duerme, como una metáfora del sueño de innovación que comparten y que se hace literal en pantalla.

A estas alturas, después de más de tres décadas de carrera – la mayoría al frente de los estudios Ghibli– sería un sinsentido reducir la maestría de Miyazaki a la calidad artesanal de sus animaciones. Títulos como “La princesa Mononoke” (1997), “El increíble castillo vagabundo” (2004) o  “El Viaje de Chihiro” (2001), considerada su obra maestra, son más que aventuras visualmente perfectas. Son verdaderos viajes, que entre más fantásticos, más humanos se hacen. Más que un ilustrador y un referente de la animación nipona y mundial, Miyazaki es un gran narrador, y esto es precisamente lo que destaca en su cinta de despedida, con todo y que provocara reacciones negativas en Asia por considerar que glorificaba al creador de tales “maquinas de matanza”. Pero Miyazaki lo hace de forma compasiva, sin declarar villanos, sin enaltecer la guerra ni idealizar a nadie: tan sólo presenta a un ser humano visionario, para quien los agujeros de la guerra fueron, paradójicamente, el terreno fértil en donde germinaron su más grandes creaciones.

Un digno, memorable y simbólico adiós al padre de Totoro. Se estrena este jueves 24 de julio.

Título internacional: The wind rises. Título original: Kaze tachinu. Dirección y guion: Hayao Miyazaki. País: Japón. Año: 2013. Duración: 126 min. Género: Animación, biopic, drama. Producción: Toshio Suzuki. Música: Joe Hisaishi.