Noticine.com-CorreCamara.com
Quizás la mayor decepción que un cinéfilo puede llevarse no viene de las películas rematadamente malas, que más que un disgusto te pueden producir sonrisas, sino de esas otras con una serie de ingredientes de contrastada calidad, cuyo resultado final es un plato frío y sin gracia. Ello ocurrió este martes con las dos películas presentadas a concurso por el Oso de Oro en la 66 Berlinale, la coproducción anglo-estadounidense “Genius”, de Michael Grandage, y la germano-franco-mexicana “Soy Nero”, de Rafi Pitts, que en diferentes medidas decepcionaron las expectativas generadas previamente.
El iraní exiliado Pitts, que sabe mucho de identidades y fronteras, arremete en “Soy Nero” con el escasamente tratado tema de los miles de extranjeros enrolados en el ejército de EEUU simplemente para conseguir la nacionalidad estadounidense. Su personaje central (Johnny Ortiz, una de las esperanzas de la nueva generación de intérpretes hispanos en EEUU, recientemente visto en la serie “American Crime”) es un muchacho criado en Estados Unidos pero en una familia de emigrantes sin papeles, que acaba deportado a México, país del que apenas tiene referencias personales o culturales. Para regresar su única alternativa es convertirse en inmigrante ilegal y entrar en las fuerzas armadas para conseguir un estatus legal. Es entonces enviado a un nunca citado país del Oriente, que tanto podría ser Afganistán como Irak, junto con otros representantes de esa carne de cañón que hace el trabajo sucio que los estadounidenses anglosajones y de clase media-alta nunca querrían asumir.
La historia, pues, es tan cierta como poderosa. Pitts no maneja nada mal la cámara y el tratamiento de las imágenes, pero falla en aspectos argumentales, tanto a la hora de subrayar innecesariamente las obvias metáforas de su historia (los paralelismos entre los desiertos orientales con los que unen EEUU y México, sin ir más lejos), como en introducir insulsas pláticas entre sus soldados que poco hacen avanzar la historia. Al final, la cosa mejora, pero para entonces ya la decepción se ha impuesto en el espectador.
Algo parecido ocurre con “Genius”, una de las más ansiadas propuestas de esta Berlinale por su espectacular elenco, encabezado por Jude Law y Collin Firth, con secundarios de lujo como Nicole Kidman, Guy Pearce, Laura Linney o Dominic West. Tras la cámara debuta un prestigioso director teatral londinense, Michael Grandage, todos al servicio de una historia real narrada por el novelista A. Scott Berg, adaptado por otro maestro del guión, John Logan. ¿Con estos mimbres cómo esperar un resultado no tan convincente? Pues así de delicado es el cine, una suma de talentos, creatividades y riesgos calculados que no funciona para nada como una ciencia exacta.
“Genius” sigue la relación entre dos grandes figuras de la literatura, una ampliamente reconocida, el autor Thomas Wolfe, y otra cuyo nombre es poco conocido fuera de los círculos literarios norteamericanos, el editor Max Perkins. Este, incorporado por Firth, está acostumbrado a bregar con talentos como los nada fáciles F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, pero se enfrenta a un caso más difícil y no menos genial con un joven escritor que aterriza en su despacho con un caótico texto llamado “Look Homeward, Angel”. Se trata de Thomas Wolfe (Law), un tipo hiperactivo y lleno de demonios. En los meses siguientes, estos dos hombres van a luchar codo con codo y uno contra el otro para convertir ese texto en un gran libro, casi peleando por cada frase.
Llevar -perdonen la simplificación- una corrección de texto al cine no es tarea fácil, pero incluso con la ayuda del reputado guionista de “Hugo”, “El aviador / The Aviator” o “El último samurai / The Last Samurai”, Grandage no consigue mantener una solidez dramática en su película, con tantos ingredientes para haber sido buena. Le falta fuste, nervio y capacidad de emocionar. Algunos educados aplausos rubricaron su debut mundial en la Berlinale.