Por Pedro Paunero

“El caos es un orden sin descifrar”
“El hombre duplicado”

 

Adam Bell (Jake Gyllenhaal), profesor de historia, pasa su monótona vida con su atractiva novia Mary (Mélanie Laurent), como en un espejo, donde las clases se repiten cansinas, y ni Hegel (y sus indagaciones en la identidad), interesan al estudiantado, hasta que un compañero (Joshua Piece), le descubre en una película al actor Daniel Saint Claire, nombre artístico de Anthony Claire (igualmente Jake Gyllenhaal), un actor de segunda línea que, o bien es un hermano gemelo perdido, o su doble. 
 
El guion de “El hombre duplicado” (aka. Enemigos idénticos; Enemy, 2013), debido al español José Gullón, prescinde de la larga indagación que, en el original literario que adapta, del Premio Nobel portugués, José Saramago, hace el personaje del profesor, para centrarse en la búsqueda por Internet del actor, más acorde al Siglo XXI, y a los espectadores de un cine ágil -con sus propios intríngulis-, eludiendo las trampas literarias. 
 
Al principio, con la ciudad de Toronto de fondo, escuchamos la voz de la madre -Isabella Rossellini-, de alguno de ellos, agradeciendo su invitación a conocer su nuevo departamento, luego -sin aclararnos de quién de los dos se trata-, lo vemos asistir a un espectáculo erótico, del cual se nos dan retazos de cuerpos femeninos desnudos, y varios rostros masculinos, y en donde el tacón de una zapatilla está a punto de reventar una gorda tarántula.
 
Obsesionado, Adam llama al departamento de Anthony, donde le contesta Helen (Sarah Gadon), la hermosa y, aparentemente frágil, esposa embarazada del actor, en un contraste deliberado entre parejas, donde el profesor tiene buen sexo por las noches, y el actor debe, forzosamente, prescindir de este, para subrayar una trama que, por instantes, se sitúa al nivel del subconsciente.
 
Adam trata de explicar su descubrimiento de lo parecidos que son, a un Anthony escéptico, que finalizará por caer una red que, posiblemente, haya sido él quien tejiera, y que los llevará a enfrentarse, antes de suplantar sus identidades, por un acuerdo forzado. 
 
Adam cita a Anthony en una habitación de hotel. Anthony le pide a Adam que le muestre las manos. Le sugiere que quizás sean hermanos. Adam lo niega. El actor, entonces, le muestra el pecho, pues debajo de la tetilla izquierda tiene una cicatriz. Quizá Adam la tenga. Pero el profesor huye, no sin antes devolverle el documento que le entregaran en el edificio donde trabajara, y que este ha visitado, haciéndose pasar por él, enfermizamente. 
 

 
Cuando uno de ellos visita a su madre (interpretada con soberbio desdén, en esta única escena, ahora personalmente por Isabella Rossellini), y ella le pregunta si se desnudó ante un desconocido, cualquiera supondría que se trata de Adam -la madre insiste en que pruebe los arándanos, porque “le gustan”, aunque en una escena anterior hemos visto que a él le disgustan, mientras Anthony los disfruta-, pero cuando ella le reclama que debe renunciar a “esa estúpida fantasía de ser un actor de tercera”, y “Adam” se queda confundido, la línea de identidad entre el profesor y el actor se difuminan, haciendo de este breve encuentro, una pieza clave en un rompecabezas que, a estas alturas, adquiere un cariz cada vez más psicológico. 
 
Que Anthony obligue a Adam -a quien acusa de haberse acostado con su esposa-, de intercambiar mujeres -Anthony llevará a Mary a una buena cena, y luego se acostará con ella, no sin que esta lo rechace, cuando advierta la marca del anillo de bodas en su dedo-, no es más que una obviedad, pero diestramente salvada cuando Helen -que se ha enterado del profesor idéntico a su marido, y lo ha ido a mirar, también enfermizamente, en el campus-, le pregunta cómo ha estado su día de clases. 
 
El accidente en la autovía donde, en plena discusión, mueren Anthony y Mary, también es una obviedad -como sucediera con la del pequeño Miles, uno de los hermanos acosados por el histerismo de su institutriz en la mansión Bly, aparentemente infestada por espectros, en la novela “Otra vuelta de tuerca”, de Henry James, o en la magnífica adaptación para la película “The Innocents” (1961), de Jack Clayton-, una resolución, o salida fácil, en esta olla exprés psicológica, pero funcional a nivel de una trama ya de por sí compleja.
 
El tema del doble es antiguo. Se lo localiza en las leyendas, el folklore, en el arte, la literatura y en el cine. Un tratamiento muy personal -autoral-, se da en “Dead Ringers” (1988), de David Cronenberg, director de nacionalidad canadiense, como el propio Villeneuve, película que narra el juego sexual que, entre dos cirujanos gemelos, se nos entrega en clave de terror físico (el “Body Horror”, al cual Cronenberg tanto contribuyó en desarrollar), aunque al final, como en toda película de este director, resulte en un mensaje moralista, no obstante, impregnado de suciedad pulp, muy distinta a la de la estética costumbrista de “El otro” (The Other, 1972), dirigida por Robert Mulligan, con la alteridad blanqui-negra de sus infantiles protagonistas gemelos. 
 
La ciudad de Toronto, donde se sitúa la historia de “El hombre duplicado”, se nos presenta con los colores terrosos del filtro sepia mexicano -depresivo y opresor-, y es en este horizonte donde avanza, lenta y monstruosa, levantando su cuerpo negro y blanduzco, y moviendo sus estiradísimas patas por encima y entre los edificios, una araña gigantesca, en una de las cuatro visiones de arácnidos que se insertan en la película, para provocar a los espectadores. 
 
De Villeneuve, cuyo trabajo en la Ciencia ficción goza de popularidad y hasta prestigio, no me convence ese desfile de modas visualmente pirotécnico, enmarcado entre bellos cromos espaciales que es “Dune” (2021/2024), cargada también con una paleta de colores muy densa y poco numerosa, pero reconozco la inteligencia de “La llegada” (Arrival, 2016), una de las brisas más frescas en el árido panorama -valga el juego de palabras-, del subgénero en el cine, y una variante hiper moderna al clásico problema planteado en la frase: “Yo Tarzán,  tú Jane”; con este título temprano, no tenía empacho en demostrar que había aprendido -y adquirido-, un par de cosas de David Lynch -específicamente del Lynch de “Carretera perdida” (Lost Highway, 1997) y “Mulholland Drive” (2003), con las personalidades intercambiables entre personajes-, un director pionero de ese pretendido “terror elevado”, sello de la casa A24 que, por cierto, distribuyó “El hombre duplicado”.
 
Juego intencional, e inteligente, para confundir al espectador, elusivo -o simplemente una patraña lúcida, al estilo David Lynch-, con sus imágenes de mujeres araña, “El hombre duplicado”, en su diseño de producción, relativamente modesto si se lo compara con sus películas de Ciencia ficción, es una película que contiene todo lo necesario para convertirse en filme de culto, y exige del espectador un involucramiento en la trama que, hasta ahora, no ha vuelto a repetir Denis Villeneuve. 
 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.