Por Matías Mora Montero
Desde Morelia

El duelo nos sacude el mundo entero, encarna nuestras preocupaciones y las lleva al todo, conduce nuestra ansiedad al límite y libera emociones fuertes, espontáneas y cruelmente reales. Kieran Culkin es Benji y Jesse Eisenberg es David, primos cuya infancia les otorgó un lazo de hermanos, les dio aquella naturaleza del dúo que nunca verías separado y, sin embargo, se han distanciado. Esta distancia se debe a una serie de factores que se van desenvolviendo conforme la trama avanza, pero lo que se vuelve evidente es la necesidad que tienen el uno del otro. Su abuela ha muerto y Benji, el más excéntrico, sensible, carismático e impulsivo de los dos primos, ha tenido que lidiar con un dolor que sea, quizá, aquel dolor al que el título de la película hace referencia pero, a la vez, un dolor que la cinta tomo absoluta responsabilidad de tratar de entender, de llevarlo a un contexto mayor, donde el fallecimiento de la abuela obliga a los primos a recorrer su historia familiar al viajar a Polonia.

En Polonia, su abuela tuvo que vivir y sobrevivir los horrores de los campos de concentración, constantemente se nos dice que sobrevivió gracias a “mil milagros”, y sus nietos cargan con su legado, a pesar de su privilegio moderno. Es un dolor que los ha cortado profundamente, que traspasó lo personal para alcanzar las raíces culturales de lo personal. Es a partir de las emociones de Benji y su compleja relación con el pasado que comprendemos todo aquello que Eisenberg, como autor de la película, busca: un estudio de personaje que le hable a cada matiz presente en la pérdida y al gran vasto solitario del mundo.

Mientras deambulan por las ciudades tan bellas y enriquecedoras de Polonia, los primos se encuentran en un mar de conversaciones que varían entre lo intelectualmente estimulante y lo personal, regularmente más que variar se entrelazan, acompañadas de la gran arquitectura, las extensas caminatas y la música clásica. En forma, “A real pain” es hija indudable del cine de Woody Allen, inclusive en el enlace al judaísmo. Es una imaginación más acertada a cómo se vería el cine de Allen en un contexto contemporáneo, que la propia obra contemporánea del escandaloso cineasta detrás de “Manhattan”. Pero a pesar de cargar el estilo, a forma de heredera, de uno de los más reconocidos cineastas neoyorkinos, Eisenberg no se queda en el homenaje, sus personajes le interesan con una delicadeza extrema.

Ante todo, es una obra vulnerable, asimila la naturaleza de una herida, corta y te hace ver su sangre poco a poco. A la par, contiene escenas donde ambos primos, sobre un tejado y fumando marihuana, intentan asimilar y sanar todo aquello que los ha mantenido a distancia. No es una película pesimista (como gran parte de la obra de Allen), pero tampoco es optimista, nuestros personajes se mantienen a la deriva, alejados, por voluntad propia, de afrontar sus realidades. Y cuando lo hacen, se percatan de la gravedad de éstas, las risas que tanto llegaban a caracterizar el ver gran parte de la cinta se van tornando en lágrimas, porque quizás, y sólo quizás, esperábamos verlos aliviar por completo su dolor, con tal de esperar que el nuestro se vaya también. Una película excepcional.

País: Estados Unidos, Polonia
Dirección: Eisenberg; Jesse
Guión: Eisenberg; Jesse
Producción: Eisenberg; Jesse, McCary; Dave, Stone; Emma, Herting; Ali, Semler; Jennifer, Puszczynska; Ewa
Fotografía: Dymek; Michal
Sonido: Lewis; Olivia
Música: Erez; Tzvi
Reparto:Eisenberg; Jesse, Culkin; Kiera, Sharpe; Will, Grey; Jennifer, Egyiawan; Kurt, Torchia; Ellora, Sadovy; Liza, Oreskes; Daniel
Dirección de Arte: Melak; Mela