Por Ali López
Una de las mejores cosas que le puede pasar a un asiduo al cine, a mi parecer, es encontrase ante una obra que le absorba la vida en una sala de cine. De esas películas que acaban por volverse parte de uno, cuando la imagen se impregna en la retina y deja una huella que hace volver. No siempre se repetirá la experiencia pero, con la cinefilia ya instaurada, habrá que volver de vez en vez a la pantalla para sanar la herida.
Sin la necesidad de ponernos freudianos, esa experiencia será más notoria, y frecuente, en la infancia. Es por eso que las películas que nos marcaron en aquellos años, tienen un impacto profundo en nuestro ser. Hay quien defenderá a capa y espada una película que con la luz de los años resulta no ser tan buena; pero acabó por otorgar algo, un algo que no se puede repetir con otra luz. También, por eso, hay quienes rehúyen de las nuevas versiones, abrazando su recuerdo como una nube que no debe ser tocada; lo mismo que reniegan de los relanzamientos con, y para, una nueva generación.
Siendo llanos y sinceros no necesitábamos un remake, ni reboot, ni si quiera una nueva proyección en cines de la Freaky Friday de 2003 (Mark Waters, USA), pero ante esa banalidad veraniega, la película misma acaba por darle un sentido al sinsentido de su existencia; como la vida misma. La nostalgia es, por supuesto, uno de los principales promotores de la cinta, que además de contar con dos iconos generacionales como Jamie Lee Curtis y Lindsay Lohan, conjuga la temporalidad donde ya no dos, sino tres generaciones podrán disfrutar en una misma proyección de sus beneficios y sus males.
Es ese uno de los aciertos de este Otro Viernes de Locos (Nisha Ganatra, 2025), no quedarse solo en la parafernalia de la nostalgia pop que el mismo ratón miguelito proveyó. Tampoco en el chiste común, y cada vez menos gracioso, de la vida adulta contra la tecnología avanzada. Ganatra se apoya en la calidez, elocuencia y gran versatilidad actoral de Lee Curtis para proyectar la premisa central de su película: el primer cuarto del Siglo XXI ha sido un conjunto de generaciones como nunca antes el mundo había visto.
Porque ya no solo es el mundo anterior (viejo, serio y anticuado) versus el actual (jovial, fresco y con versatilidad) ahora no encontramos ante una gran gama de etiquetas generacionales. Teniendo cada una sus propios ídolos y demonios, además de que, con la proximidad y rapidez del tiempo actual, las líneas se desdibujan. Así, Jamie Lee Curtis y Lindsay Lohan nos entregan unos personajes renovados, que han crecido como creció su público y que se enfrentan al pasado, sí, pero también al presente y al futuro. Remarcando ciertos estereotipos generacionales, pero enfrentándolos a lo que son y lo que fuimos. Con gran precisión quitan el cartón de su construcción y proyectan una redondez que conmueve más que el vestigio que se asoma como guiño a la cultura pop. Por supuesto que hay referencias, y muy entrañables, pero quedan como deben quedar, en el segundo plano; como un cameo que causa cuchicheos pero que no distrae de la premisa, ni termina por ser lo más importante.
Además, las referencias que hace la cinta no solo recaen en la mitología del Viernes de Locos, sino de esa trilogía de fin y principio de siglo de Lohan, como: Juego de Gemelas (Nancy Meyers,1998) y Chicas Pesadas (Mark Waters, 2004). Poco debe importarnos las vidas fuera de pantalla de los actores y actrices, pero estos guiños son una redención para Lohan que, además, se vuelve la figura de una generación que ve en su camino del héroe la posibilidad de resurgir siempre, de estar presente y de seguir siendo, aún con el pasar de los años. Ahí está también otro gran acierto de la película, el ser capaz de otorgar el abrazo a esta, y todas las generaciones, entendiendo la complejidad y turbulencia que lleva y ha llevado cada una.
La trama es un tanto más complicada que la original, en la que madre e hija intercambian cuerpos y conciencias para entender el mundo de la otra; pues ahora se inmiscuye la nieta Harper (Julia Butters) y Lily, su próxima hermanastra (Sophia Hammons). Un cambio entre los cuatro personajes, con la cuenta regresiva de una boda, hará que la necesidad de volver a la normalidad sea una cumbre que las 4 protagonistas deben escalar, con el cambio y comprensión necesaria en el camino.
Los nuevos personajes de Butters y Hammons tienen también sus momentos, pero la solidez y el gran peso de la trama cae en Lee Curtis y Lohan, lo cual es un acierto, pues no expone a las noveles actrices al escrutinio de una generación que ya llega a la sala de cine con cierto recelo. Además de que se ven cobijadas por dos personajes con mucha más trayectoria, que no opacan su presencia cuando están todas a cuadro pero, a su vez, saben brillar en los momentos que le son propicios. La cinta fluye como fluyen las memorias, las pláticas del pasado; cuando confluyen las generaciones en reuniones familiares y cada una relata los avatares de su vida. Y es que así se siente ver nuevamente a los personajes de Tess y Anna Coleman, como un pasaje familiar que brota de nuevo, con ese calor hogareño que solo se siente ahí; cada uno tendrá su dónde.