Por Pedro Paunero
James Blaine Mooney (Josh O´Connor), alias “JB”, su esposa Terry (Alana Haim) y sus hijos Carl (Sterling Thompson) y Tommy (Jasper Thompson), visitan el pequeño Museo de Arte de Framingham, en el área metropolitana de Boston que, curiosamente, alberga obras de arte tan importantes como algún Rembrandt, pero, sobre todo, varias pinturas del pionero del arte abstracto estadounidense, Arthur Dove. Mientras su familia deambula no muy interesada por las galerías (uno de los niños le propone a su madre un ingenioso acertijo sobre la identidad, con protagonistas extraterrestres, pero ella no le hace ningún caso), JB echa una mirada en derredor, gira el cerrojo de la caja exhibidora que guarda varias figuras antiguas de madera, levanta la cubierta de vidrio, mete la mano y extrae una. El robo ha sido tan fácil que es de no creerse.
En una segunda ocasión, para cerciorarse de la mediocre placidez en la que se encuentra inmerso un museo pueblerino como ese, JB deja caer unas llaves delante del guardia, que echa una siesta profunda en su silla, sin cambiar de posición, con lo cual se asegura que puede acercarse a los cuadros, examinarlos por detrás para ver la manera en que están montados, y proponer el plan de su robo a sus amigos Guy Hickey (Eli Gelb) y Larry Duffy (Cole Doman), un par de idiotas que, como era de esperarse, echarán abajo todos los planes. Cuando uno de los socios consigue un auto, pero se arrepiente en el último momento, JB acude a Ronnie Gibson (Javion Allen), el único miembro de color de la improvisada banda capaz de apuntar un arma a una escolar que, ya en plena labor de desmontar los cuadros, se da cuenta de lo que sucede. Mientras JB espera en el auto, fuera del museo, sus socios, con medias en la cabeza para ocultar sus identidades, ponen cuatro de las pinturas en sacos, corren por la galería, se tironean las obras con otro de los guardias, y logran abordar el auto, sólo para que otro automóvil se les plante enfrente, y Gibson tenga que obligar al conductor a retirarse, una vez más a punta de pistola.
A partir de este punto, JB, denunciado por uno de sus compañeros, tiene que huir, sin dinero, sin futuro, con su esposa amenazando con divorciarse y, sobre todo, sin esperanza de vender los cuadros. Tanto los detalles de la vida de JB, como el contexto de la época, nos son presentados mediante reportajes publicados en periódicos, transmisiones en la radio, noticieros de televisión o conversaciones con otros personajes. Nos enteramos de que JB es carpintero, se encuentra sometido a las presiones del desempleo y las protestas contra Nixon, y la Guerra de Vietnam, cercan las calles de una nación desencantada. La película, claramente, se divide en dos partes. La primera, que narra la historia de un atraco con tintes humorísticos, más bien amargos, y una segunda mitad dedicada a explorar el desengaño del personaje, ya de por sí enmarcado por un trasfondo geográfico de desilusión y postración existencial, al que no le queda otra opción que el escape. Quien espere trepidante acción, al estilo del clásico “Topkapi” (1964), de Jules Dassin, una de las películas más influyentes del cine de atracos, se sentirá decepcionado y, francamente, aburrido. Tampoco encontrará la estilización del “simple” arte de robar carteras, convertido en coreografía dancística, de “Pickpocket” (1959), la obra maestra de un director como Robert Bresson a quien, por cierto, Kelly Reichardt, director de “Mente Maestra” (The Mastermind, 2025), admira como cineasta.
Para Reichardt, como realizador, siempre han importado más los detalles al margen, en sus historias sobre seres desclasados, empantanados en planes que los sobrepasan, que el suspenso o la acción en una historia de robos o terroristas. Antes de “Mente Maestra”, había dirigido la ejemplar “Night Moves” (2013), donde narraba a detalle cómo un trío de ecoterroristas hace estallar una presa. Un argumento como este habría transformado la película en un thriller en manos de cualquier otro director, pero para Reichardt es más importante detenerse a contar cómo los tres implicados consiguen un cuarto de tonelada de nitrato de amonio, sin hacerse caer encima a los agentes de la ley.
En “Mente Maestra”, película que, según Reichardt, rinde homenaje al Nuevo Hollywood, hay ecos del Charlot de “Tiempos Modernos” (Modern Times, 1936), esa cinta inclasificable de Charles Chaplin que, como toda obra que resume las inquietudes de su época, abarca muchos más temas que los que, en apariencia, expone. La soledad del vagabundo de Chaplin, en un mundo caótico, que cambia arrolladoramente, tiene mucho de Ciencia Ficción, pero también de denuncia social, y traza una línea que atraviesa la novelística de los Angry Young Men británicos, en especial de Alan Silitoe, algunos de cuyos libros serían adaptados para el cine, en películas como “Saturday Night and Sunday Morning” (Karel Reisz, 1960), y “The Loneliness of the Long Distance Runner” (Tony Richardson, 1962), cuyas atmósferas desesperanzadas teñirán el futurismo de la novela “La naranja mecánica”, de Anthony Burgess, y su adaptación de Kubrick de 1971.
En “Mente Maestra”, cuyo título alude a la percepción que JB tiene de sí mismo, con una autocomplacencia decepcionada, importan menos los motivos del cabecilla (el autor intelectual, como se lo denomina eufemísticamente) que las situaciones que se desatan a raíz del robo. ¿Es que ha querido probar algo nuestro protagonista? ¿Acaso sus intereses artísticos son reales? En todo caso, la golpiza final a macanazos, por parte de la policía, cuando roba patéticamente el bolso a una anciana para completar el pasaje de ida a otra ciudad, y seguir escapando de la ley que lo persigue, y su posterior intento de confundirse con una multitud de hippies que protestan contra la guerra, es predecible.
Como espectadores, sabemos que JB será confundido con uno de los manifestantes y él, que hasta el momento ha permanecido al margen de la guerra, tomará conciencia de que jamás ha podido escapar, en realidad, de esta. Vietnam es un estado mental que todo lo atraviesa, toca y trastrueca. Y JB es obligado a abordar la camioneta blindada de la policía, al lado de otros manifestantes, pero no por haber cometido el robo, sino por unirse a aquellos que exigen un cambio. Esta ironía, aunque esperada, cierra la película en un final tan devastador como el que le sucede a Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), el padre desempleado, que no encuentra otra salida que robarse una bicicleta, y es golpeado y humillado, en presencia de su hijo, al término de “Ladrones de bicicletas” (Ladri di biciclette, 1948), de Vittorio de Sica, y como sucediera con el tema de la gran película de De Sica, “Mente maestra” no trata tan sólo de un robo que sale mal, sino de la radiografía de un personaje en desafío al sistema, y de su íntima derrota.

