Bebé Herman y Bob Hoskins en “Quién engañó a Roger Rabbit”, 1988.
 


Por Pedro Paunero

“El trío fantástico” (The Unholy Three, 1925), de Tod Browning, presentaba el improbable argumento de tres feriantes metidos a criminales, el profesor Echo (Lon Chaney), el enano Tweedledee (Harry Earles) –“¡Veinte pulgadas! ¡Veinte años! ¡Veinte libras! ¡La curiosidad del Siglo XX!”- y el forzudo Hércules (Victor McLaglen), el primero de los cuales se hace pasar por una anciana, Madame O´Grady, aunando a ello sus dotes de ventrílocuo, el segundo disfrazándose de bebé, como nieto de Echo, a quienes acompaña un gorila –uno de esos bizarros monstruos que el cine mudo descubrió e integró, y que sobreviviría, hasta fines del Siglo XX, como un elemento extraño en sinfín de películas- y una chica huérfana y carterista, Rosie (Mae Busch).

Si bien esperpéntico, el argumento de Browning no hacía sino recurrir a una constante: el espectáculo de “freaks” –que el director conocía tan bien, y que se nos presenta como en un escaparate, al principio de la película- y que tendría, años después, su culmen con “Freaks” (1932) precisamente, donde repetirían papeles Earles y McLaglen, como parte de una cofradía cerrada, autónoma, cuyas leyes, si son quebrantadas, se cobran atrozmente. 

“El trío fantástico” (The Unholy Three, 1925).
 

El absurdo que impregna “El trío fantástico” –diríase el onirismo-, será el sello que mantengan todos los cortos y largometrajes, parodias y demás, que se derivarán de esta rareza de película que, por otro lado, se debía a alguien -Browning- que tenía en el espectáculo del Gran Guiñol, a su fuente inmediata de inspiración. Ya lo dice el profesor Echo en la primera parte de la película: “Mi plan es tan simple, tan ridículo, que los asusta”, cuando lo expone a sus compinches, del cual Hércules expresa que es un plan “impío” (o diabólico), que en Echo inspira el nombre de la misma banda: “El trío impío”.

Y es que, el asunto, va tirado por los pelos y consiste en abrir una tienda de pájaros, donde se venden exclusivamente loros, para vendérselos a clientes ricos, haciendo como que hablan por medio de la ventriloquía de Echo, para que, cuando los clientes pongan una queja porque los loros no hablan, presentarse en las casas -Echo, ya disfrazado de abuela-, localizar sus riquezas y asaltarlas, para esto, el pequeño Willie, es decir, Tweedledee disfrazado -bebé llorón y berrinchudo que gatea por la tienda, metiendo ruido- será quien pasee los ojos por los lugares donde debe encontrarse la caja fuerte. Mientras tanto, Echo tiene que soportar que Rosie se enamore de Héctor McDonald (Matt Moore), el empleado que han contratado para la tienda,  por lo que serán los celos los que casi den al traste con todo el asunto.    

La ironía tampoco se encuentra ausente en el filme, como podemos ver a los pocos minutos de comenzar, en la escena en la que un niño y su madre admiran al forzudo Hércules: “Nunca fumes cigarrillos –dice la mujer a su hijo-, y de grande serás tan fuerte como él”. Apenas se voltean y se vacía el lugar, Hércules toma un cigarrillo, lo enciende y se pone a fumarlo. Es así que, siguiendo esta lógica ilógica el personaje de Tweedledee introduce un elemento que se volvería una especie de arquetipo cinematográfico, que a todos nos parece haber visto en alguna parte y que es, a la vez, insólito: la de un bebé que fuma puros. No es para menos, cuando dicha imagen ha permanecido en el imaginario colectivo y ha pasado al largometraje, pasando por el corto animado, hasta la comedia obscena, ya en el Siglo XXI.
 
“Brother Brat” (Frank Tashlin, 1944), presentaba a una feminidad liberada, capaz de construir barcos, aviones y armas, en plena Segunda Guerra Mundial; a una moderna “Súper Woman”, más por las circunstancias de la guerra que por decisión propia que, a pesar de ello, no podía quitarse de encima el problema de a quién dejar al cuidado del bebé. Es por esto que, un día, a las puertas de la casa de Porky Pig, llega una de estas mujeres de aspecto rudo, con todo y casco de soldador, y pone a su bebé, que transporta en carriola, en manos de Porky.

“Brother Brat” (Frank Tashlin, 1944)
 

Al instante, Porky descubre que el nene mal encarado, llamado Percy (pero a quien le gusta que le llamen “Butch”), es bastante precoz, ya que juega baraja, lee revistas para adultos o, mejor dicho, una especie de “Playbabe” (donde aparecen bebés en pañales que toman posiciones que recuerdan a las de Playboy, bajo una incorrección política asombrosa, tan incómoda como inquietante), y no tiene empacho en maltratar al gato, usándolo como una cuerda para saltar, y en dejarle caer al mismo Porky un yunque en la cabeza, mientras este se empeña en cumplir, al pie de la letra, con las instrucciones del inútil libro de psicología infantil que la madre le ha entregado para controlarlo, e incluye una parodia nada sutil de Winston Churchill amenazando a Hitler y a los nazis.

Nuestro bebé asesino –en realidad al margen de los demás en esta lista, que siguen la “tradición” fundada en “El trío fantástico”, pero asesino al fin y al cabo- perseguirá a Porky y al gato, con un hacha, por toda la casa, antes de destruirla, y de que llegue la propia madre y ponga fin a las travesuras de su hijo (a golpe de libro), en esta animación perturbadora, que ha sobrevivido a la censura en estos tiempos de cancelación y neo puritanismo.
 
“Babyface Finster” (Carabebé Finster) apareció en “Baby Buggy Bunny” (Charles M. Jones; 1954), como un misterioso personaje entallado en una gabardina, más alto que los clientes del banco al que asalta y que, una vez cometido el crimen, ya escondido en un callejón, se despojaba de la vestimenta, y dejaba ver a un hombrecito con el torso velludo desnudo, calvo y con antifaz, subido a un par de zancos, que escondía el botín en una carriola, se disfrazaba de nuevo, como bebé esta vez, y mutaba la mala cara en una angelical. La carriola, como aquella de Eisenstein, rodaba calle abajo y caía en el agujero de Bugs Bunny. El bebé se presentaba como el huérfano Finster –que podría traducirse del alemán como “sombrío” o “triste”-, para quien, en un par de notas escritas a mano, la supuesta madre pedía cuidados y cariños, al no poder hacerse cargo más de él.

Pero las intenciones de Finster eran las de recuperar el bolso de cuero con el dinero robado, mismo que Bugs trataba de mantener lejos de su alcance, para que no se hiciera daño, hasta que nuestro amigo lo descubriera rasurándose en el baño, con el torso desnudo, un tatuaje sobre el hombro, y el arquetípico puro en los labios. Por televisión, en una transmisión policiaca, se entera de que es el criminal de poco más de dos pies de altura, Ant Hill Harry (“Hormiga” Harry), también apodado “Babyface Finster”, responsable de varios robos. Al final, Bugs lo entregaba a la policía, devolviendo el dinero.

El origen, si hemos de creer en los rumores, del personaje Babyface Finster, no estaría en el Tweedledee de Harry Earles, sino en un criminal de la vida real, que viviría una década después (los 30´s) a aquella a la que pertenece la película de Browning, Baby Face Nelson, socio de John Dillinger, un sujeto de poca estatura, cara aniñada, pero que ostenta el record de haber asesinado a más agentes del FBI que cualquier otro criminal. Su carrera delictiva sería plasmada en el cine en la biopic “Caminos de sangre” (Baby Face Nelson, 1957), de la mano de Don Siegel, y con Mickey Rooney interpretándolo, mientras que Babyface Finster volvería a aparecer, bajo la forma de un cameo, en “Space Jam” (Joe Pytka, 1996), al lado de Rocky y Mugsy, otro par de gánsteres de la serie animada.  
  
“Baby Herman” hizo su primera aparición en “Algo se cocina” (Something’s cookin), el corto introductorio de la película “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” (Who Framed Roger Rabbit?, 1988), maravillosa –y carísima- producción en la que interactuaban los seres animados de “Bujolandia” (Toontown), los “Bujos” (Toons), y personas vivas, dirigida por Robert Zemeckis, y basada en el libro “Who Censored Roger Rabbit?” (1981), de Gary K. Wolf. Los célebres personajes de la casa Disney y de la Warner Brothers tuvieron oportunidad de aparecer e interactuar juntos, pero también el Pájaro loco, creado por Walter Lantz, y el perro Motitas (Droopy) de la MGM, en un universo que, posteriormente, y de forma bastante torpe, Ralph Bakshi copiaría de forma descarada en su “Mundo Cool” (Cool World, 1992).

En “Algo se cocina”, supuestamente dirigida por un tal Raoul J. Raoul y cuyas estrellas son Baby Herman y Roger Rabbit, vemos al torpe e inútil conejo Roger tratando de cuidar a Baby Herman quien, al poco de que su madre los ha dejado, se fuga de su cuna y llega a la cocina, intentando alcanzar un frasco de galletas que han dejado encima del –para él- altísimo refrigerador. En sus intentos, ambos destrozan la cocina, pero no sin que antes el bebé se exponga a toda clase de peligros –se encienden los quemadores de la estufa, y casi cae sobre una erizada colección de cuchillos, por ejemplo- en los que, como era de esperarse, sí cae Roger, cuando, de repente e inesperadamente, los espectadores podemos escuchar un “¡Corten!” y aparece Raoul, personaje de carne y hueso –interpretado por el productor Joel Silver, en una parodia de sí mismo- que alaba la actuación de Herman, no así la de Roger.

La voz de Baby Herman cambia, y ya no es la de un tierno bebé, sino la de un adulto y quien, enojado, se retira a su camerino, no sin antes husmear por debajo de la falda de una mujer, también de carne y hueso, ofreciendo disculpas, abandonando el plató animado, y atravesando el estudio repleto de objetos reales y humanos.

Esta es la ingeniosa introducción a este universo donde conviven personajes animados y personajes reales, en una película que rinde homenaje no sólo a la animación clásica, sino a los filmes Noir de los años 40´s, y en la cual el detective Eddie Valiant (Bob Hoskins), es contratado por el productor R. K. Maroon (Alan Tilvern), para vigilar a Jessica Rabbit, la despampanante “bujo” con forma de mujer, femme fatale y esposa de Roger, a quien supone adúltera, aunque la investigación lo conduzca a una revelación sorprendente, a través de ingeniosos giros en la trama. La secuencia del paso de Valiant a Bujolandia es extraordinaria, al mostrar toda la locura maníaca de los personajes de la Warner, con Mickey Mouse y Bugs Bunny compartiendo escena, al lado de Valiant, mientras este cae desde lo alto de un edificio –como en las caricaturas, en este prodigio del Metacine cualquier accidente horrible no es fatal, pero sí divertido-, y otra en la cual vemos a Herman fumando puro en el interior de su carriola.

Baby Herman ha aparecido, desde entonces, en otros tres cortometrajes: Tummy Trouble (Rob Minkoff, 1989), Roller Coaster Rabbit (Rob Minkoff y Frank Marshall, 1990) y Trail Mix-Up (Barry Cook, 1993).

Bebé Herman, como Jessica Rabbit, es un claro ejemplo de lo que el etólogo, y ganador del Premio Nobel, Niko Tinbergen, denominó “Supernormalidad”, es decir, la exageración de ciertos rasgos físicos (ojos grandes que recuerdan la mirada enternecedora de los bebés, como en la película “Ojos grandes”, de Tim Burton) o los pechos y caderas exageradas (y los ojos que ocupan gran espacio de la cara, igualmente, en el Hentai japonés), que el arte gráfico ha tomado de los mismos estímulos supernormales de la naturaleza (el enorme huevo del cuclillo, que la especie parasitada prefiere empollar a sus propios huevos), para asegurarse una respuesta en el espectador: el conmover (la mirada triste y, una vez más, muy amplia, del Gato con botas de “Shrek”), o la estimulación sexual (las caderas y pechos de Jessica Rabbit). La misma característica Supernormal –ojos enormes, pero igual una cabeza desproporcionada, como las de los bebés humanos-, define al personaje animado –CGI mediante- de la película “Un jefe en pañales” (Baby Boss, 2017) dirigida por Tom McGrath.

“Little Man”, 2006. 


En “Chiquito, pero peligroso” (aka Pequeño, pero matón; Little Man, 2006), el director afroamericano Keenen Ivory Wayans pudo reírse de los estereotipos de la negritud al contar, otra vez, el argumento de “Baby Buggy Bunny” en un plagio descarado. En esta película donde dos de sus otros hermanos actúan en los roles principales, Calvin Sims (Marlon Wayans), el ex convicto y ladrón de joyas enano y Percy (Tracy Morgan), el socio y hermano estúpido de Calvin, roban un portentoso diamante, son perseguidos por la policía, y no les queda otra que ocultar la joya en el bolso de Vanessa Edwards (Kerry Washington), una ejecutiva cuyo esposo, Darryl (Shawn Wayans), se encuentra ilusionado con la idea de tener un bebé. Para recuperar el diamante, Calvin se hace pasar por un bebé abandonado a la puerta de la casa de los Edwards quienes, a pesar de lo absurdo que resulte, se tragan la farsa. A partir de entonces, Calvin hará lo posible por hacerse con el diamante, ya instalado en el interior del hogar de los Edwards. Chistes obscenos, situaciones escatológicas, e incorrección política, definen esta película de flatulencias y alusiones constantes a los órganos sexuales que sobrepasa a “El trío fantástico” por los niveles de ridiculez que alcanza –hay que señalar que, por otro lado, es efectivamente divertida- y cuyo cometido, podemos notar, era ese, precisamente. 

Los efectos especiales también juegan un papel preponderante en el filme, ya que Marlon Wayans no es, ni por asomo, un actor enano, y fueron dos auténticos actores con estas características físicas, Linden Porco y Gabriel Pimentel, quienes actuaron como dobles de cuerpo (son actores blancos a quienes se les pintó de marrón el cuerpo), a quienes se les reemplazaron las cabezas –pantalla verde mediante- por la de Wayans.

¿Cómo se explica que un personaje tan absurdo, en el que no falta la dosis de humor negro, como un adulto disfrazado de bebé, que fuma puros, y vaya en carriola, haya sobrevivido un siglo en el cine? La Supernormalidad que caracteriza al personaje –sobre todo al pasar al terreno del cine animado- es parte de la posible respuesta pero, como en el caso del cine sobre “Infancia perversa” (véase el listado que preparé, para “Noche de brujas 2021”), también un halo de horror que envuelve dicha imagen podría aportarnos la pista de su supervivencia. Después de todo, que aquello que creemos más puro y sin mancha, sea, una impostura, si se piensa mejor, debería provocarnos escalofríos, el humor ridículo y chocante de “Chiquito pero peligroso”, lo demuestra.

Sobre la Supernormalidad hace falta, todavía, un estudio profundo en el cine, desde sus inicios hasta la actualidad, y cómo estos estímulos –conscientemente o no-, han ejercido su influencia –manipulación sensorial mediante- en la manera de ver aquello que se nos cuenta.

Para saber más:

“La Superanormalidad: Cine, aceptación y cotidianidad alterada” por Pedro Paunero. En “Año Covid. El Covid, la cultura y el cine: reflexiones en torno a la pandemia 2020”. Libro ómnibus escrito por los colaboradores de Correcamara, que se puede descargar gratis del mismo portal.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.