TRATAR, TRATAR Y TRATAR
Apunte Núm. IV
Por Ulises Pérez Mancilla
Hay una ventaja acerca de los premios: si los ganas, son un incentivo, alimento para el ego; si los pierdes siguen siendo un incentivo, al fin y al cabo un ego herido es un ego desafiado. Pero hasta ahí. El verdadero aprendizaje está en volver, una y otra vez con bríos renovados y reencauzar tu historia a puerto nuevo.
Se puede escribir un guión de golpe y suponer que a la primera ya se tiene. Apostar por el garbanzo de a libra o el oficio, sin embargo uno de los procesos más nobles y redituables al escribir un guión es volver a ellos: tratarlos.
En el primer tratamiento de Incólume estaba vertida toda la pasión, había coraje, ahínco, necesidad de contar gritando, pero carecía de afinación. Tras la algarabía de los concursos (ver apunte núm. III) decidí poner mi guión en manos de aquellas personas por quienes me sentía querido. Lo hice a cuentagotas. ¿Quién de todos? ¿Quién primero? ¿Quién podía darme verdaderamente una opinión sincera? ¿Una crítica severa con el suficiente temple como para no salir fracturado?
Fue difícil, especialmente porque, como el personaje de Woody Allen en Deconstructing Harry, me había robado la vida y la personalidad de muchos de ellos para contar la moraleja de mi personaje. Mi primera prueba de fuego fue entregárselo a Jesús Torres Torres (director del cortometraje En la luz del sol brillante), uno de mis mejores amigos, pero a su vez el crítico más cruel y atinado.
Me sorprendió su reacción: aflorando su lado más sensible me demostró por qué debía estar orgulloso de haber escrito incólume, a través de un acto de amistad que guardaré para toda la vida como uno de mis momentos más entrañables… Y sin embargo nunca dudó en decirme: tal o cual secuencia está fuera de lugar, este personaje se va desdibujando, no me gusta nada la reacción de la amiga, esa locación no va, etc. Hoy en día, cinco tratamientos después, Jesús se convirtió no sólo en el lector más entusiasta y propositivo de Incólume, sino en mi principal asesor de guión.
Eric Cristian, mi mejor amigo de la Facultad de Ciencias Políticas (tan reacio como Jesús) me devolvió un correo diciéndome: “No tengo juicio porque lo disfruté bastante. Supongo se contrarrestaron tu virtud creadora y mi vicio expectante… Es una obra de arte, porque demuestra que la vida también lo puede ser”.
Santiago, mi cómplice nocturno del Messenger reaccionó entusiasmado: “Por tu culpa voy a dormir con ese extraño vacío en el estómago que te provocan las cosas que te provocan. No sé si me explico. Me gustó mucho”.
Recuerdo que Julián Hernández enfatizaba el hecho de que Incólume era un melodrama y me recetó la filmografía de Fassbinder pero yo, renuente (como si por identidad, la tradición del cine mexicano no apuntara al melodrama) me negaba a que lo fuera pues estaba seguro de que Emiliano, mi protagonista, era un auténtico antihéroe. “Ah, entonces tienes que bajarle”, decía. Y me advirtió del lastre con el que me toparía hasta la actualidad: “un guión tan personal puede resultar impenetrable ante los lectores que no te conozcan íntimamente” (léase un jurado de esos que otorgan financiamiento y respaldo moral).
Luis Zapata, quien generosamente leyó un tercero o cuarto tratamiento sin conocerme del todo, me regaló palabras que recuerdo cada vez que me encuentro con esa barrera y quiero declinar: “Me encanta la crudeza con que planteas las escenas, tanto en las imágines como en los diálogos: no veo un asomo de hipocresía, ni de esteticismo ni de moralismo… Es el tipo de película que me gustaría ver, ya, ya, ya: en 35, en 16, en digital o en lo que sea, pero tienes que hacerla”.
Han pasado dos años desde la primera versión del guión hasta la actualidad, y desde entonces, en esencia soy aquel arrebatado veinteañero que escribió Incólume, pero permeado de otra valía, de otro contexto, de otras emociones y lo más importante, acompañado de la visión de vida de otros. La vida me sucedió y me hizo volver a mi guión reiteradamente con mayor distancia crítica, hasta lograr una versión lo más cercana posible a lo que quería decir de mí a través de él.