Por Ulises Pérez Mancilla
El “sapo” es una de esas viejas tradiciones cinematográficas que están en peligro de extinción. Es simple: el último día de llamado de la semana en curso, que por regla sindical tendría que ser sólo medio día de trabajo, la producción pone un elemento extra en la comida: cervezas.
Es sábado 14 de febrero y en el rodaje de la nueva película de Juan Carlos Carrasco: Martín al amanecer, la sombra del sapo permea previo a la última toma del día. El equipo de trabajo, no más de 25 personas se mantiene a la expectativa, el director opera cámara sobre un dolly montado afuera de una de las salidas del metro División del Norte. El asistente pide a la gente estar prevenida. Armando Casas, de visita en el set para una prueba de vestuario (hará de esposo de Diana Bracho los próximos días), pregunta si hay manera de comunicarse con Roberto Fiesco, el productor de la película que se encuentra en Berlín y que acaba de ganar un Teddy Bear por Rabioso sol, rabioso cielo de Julián Hernández.
La escena es simple. Con la acción, Adal Ramones emerge de las escaleras y sale por la izquierda de cuadro. Buena de imagen pero no de sonido. La sonidista pide un wild que realiza el propio Ramones.
Wrapper up!
El director (nominado al Ariel por su ópera prima Santos Peregrinos) salta del dolly y pide una foto. El talento técnico comienza a reunirse en torno a Adal: “foto, foto, vengan todos”. Por un momento parece ambiente de final del rodaje, pero no. Ante el azoro, me aclaran: “así es todos los días”.
Martín al amanecer es un caso inusual en el cine mexicano. Se trata de un filme de corte independiente (producido por La Máquina del Tiempo y Mil Nubes Cine), de presupuesto y equipo reducido, con locaciones en Puebla y el Distrito Federal y ¡filmado en 35mm en tan sólo tres semanas! Pero lo más extraordinario es cómo Adal, la celebridad televisiva, ha embonado con la gente de cine, echándoselos al bolsillo parodiando sus propios gags, imitándolos, creándoles monólogos personales, conviviendo bajo la humilde conciencia de que es otro tipo de set el que pisa, otorgándose asimismo la oportunidad de pisarlo, quizá, sin tener que dejar de ser él mismo.
Adal va directo al servicio de alimentación sin pasar por el camper. Viste un traje negro de su personaje y está caracterizado con ligeras quemaduras de sol, desaliñado. Bromea. Poco a poco la gente llega al comedor por departamentos: maquillaje, vestuario, producción, arte, staff, foto…
Y apenas aparece el equipo de foto (liderada por Aram Díaz ) surge la anécdota del día: Preparados para filmar una escena dentro de los vagones del metro en movimiento, en la línea Martín Carrera-Santa Anita, lejos de la base de producción, uno de los asistentes descubre que no subió los lentes. Hubo que hacer un viaje doble antes de filmar, pero lejos de los gritos y sombrerazos usuales que generan tensión, el olvido fue material de broma y tiempo para replantear la escena.
Al fin y al cabo una producción modesta, las cervezas apenas dieron para una primer ronda, pero a Adal no le costó trabajo apoderarse del espíritu del Sapo (después de todo, una cerveza en la mesa no es más que el pretexto para iniciar la fiesta) y pidió a los chicos de cámara pagar su error cooperando para la otra ronda. Chiveados, comenzaron a abrir sus carteras y a sacar sus billetes de 50 pesos, incluido el chinchihuilla… Y entonces ocurrió que Adal también debía multa y puso sobre la mesa un billete de 500: “por pajarear”…
“Pero pajareé por ver al de arte que con ese peinado nomás me distrae”… Y entonces el de arte tenía ya una multa… Y el gerente de producción, y la delegada… Y entonces se hizo la vaca y el sapo cobró sentido.