Bailar para existir: la Pina de Wenders

Por Cecilia Rodarte
 
¿Es posible interpretar las coreografías de Pina Bausch como eventos
biográficos? ¿Fracciones de vida dentro del género humano? Instantes de
un discurso común, que, entrecortados, contienen la totalidad, narrada
con brazos que hablan de alas, o que a veces se anudan, o acarician, o
doblan, o jalan, o pelean entre sí: izquierdo contra derecho. La
historia sin fin del movimiento, de los saltos y las piernas, de la
carrera y los tropiezos, de la caída, de la belleza y la gracia, del
diálogo, de la soledad.

Un viejo envuelto en gigante tutú de ballet se incorpora y cae, se
incorpora y cae, se incorpora y cae… Siempre su mismo ritual, la misma
forma de levantarse, el mismo momento (como quien ha quedado atorado)
para caer. La escena ocurre sobre un vagón desnudo de tren que se mueve
con lentitud extrema y recuerda a cualquiera de nosotros –tan bellos y
ridículos—en algún error cotidiano; el recuerdo de nuestras repeticiones
ocurre en un escenario obscuro y derruido. El hombre joven, en cambio,
baila delante de un lago en un puente de madera fijado sobre el agua;
viste un extravagante vestido blanco y floreado. Sólo él puede
transformar este vestido en masculinidad, con un hilo de danza (sus
brazos parecen siempre estar jalando cierto hilo invisible) dibuja en el
aire en extrema elegancia. Su danza ha sido inspirada por la frase que
le dio Pina alguna vez. Frase que también destella en sus ojos al
pronunciar las palabras. Pina le ha dicho: ‘baila por amor”.

Para Pina todo es invitación a bailar: bailar es
vivir, explorar, reinventar el movimiento, y Wenders capta este espíritu
de manera magistral

Los escenarios son también parte vital de la danza, constituyen una
exploración en sí y sugieren que cualquier rincón es propicio para ser
bailado: un camellón en la ciudad, mientras pasan los autos, el
teleférico, piedras irregulares en un río, un acantilado. Para Pina todo
es invitación a bailar: bailar es vivir, explorar, reinventar el
movimiento, y Wenders capta este espíritu de manera magistral. El
trenzado que realiza entre coreografías y palabras, gestos y
entrevistas, movimientos y escenografías despiertan situaciones y
presencias que permanecían enterradas en el espectador. La tercera
dimensión se reinventa para adentrarnos en la película de tal manera que
uno sale de la sala de proyección habitando el cuerpo de otra manera,
poseído por la danza y el deseo de bailar y vivir bailando, consciente
de cada movimiento del propio cuerpo y cuestionado por la profundidad de
los comentarios de cada bailarín, así como en recordatorio de lo que es
una obra de arte, y su poder revolucionario.

Quizás se trate de la obra maestra de Wenders, pero nos deja a la espera, ¿qué más?

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