Por Jean-Pierre Garcia
Desde Cannes en exclusiva
Bolonia, 1858, en el barrio judío, una versión moderna del gueto de antaño. Los Mortara, una familia judía de clase media, ve su hogar invadido por soldados del Papa Pío IX. Los intrusos investigan a sus seis hijos y llegan en busca del joven Edgardo, quien fue bautizado en secreto y sin el consentimiento de sus padres. Así comienza “Rapito” (El Secuestro / L’enlèvement) de Marco Bellocchio, un drama que romperá a toda la familia.
El joven Edgardo es persuadido por otro niño de que su salvación radica en fingir devoción. Edgardo lo hace tan bien que eventualmente se convierte en sacerdote, después de pasar por el seminario y de que los sacerdotes le hayan lavado el cerebro.
Este dramático suceso fue publicado en toda Europa y Estados Unidos, en periódicos e incluso en grupos católicos liberales. La Inquisición, bajo la dirección directa del Papa Pío IX, decidió ignorar por completo las solicitudes de la comunidad judía y de la prensa liberal en todas partes. El Papa se sentía personalmente responsable de estos casos de niños judíos secuestrados. Era un Papa-Rey, como se decía en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Roma era dueña de varias provincias y se oponía a la unificación de Italia. En las escuelas donde se secuestró a Edgardo, se descubrieron técnicas de lavado de cerebro, falsa bondad, hipocresía y el miedo constante en los niños. Recordemos que Edgardo tenía seis años cuando fue secuestrado. Así nació lo que hoy conocemos como el “síndrome de Estocolmo”.
El drama de la familia Mortara, a pesar de desarrollarse en el siglo XIX, tiene aspectos muy contemporáneos: el fanatismo católico de Pío IX se asemeja mucho al integrismo de ciertos islamistas en la actualidad. El Papa siempre se sirve de la “santa” Inquisición y recuerda a los representantes de la comunidad judía que podrían ser obligados a regresar a los ghettos del pasado. Además, añade otra amenaza: “¡Puedo tomar decisiones que les causarán mucho dolor! ¡Ya saben!”.
En la década de 1860, Italia estaba luchando por unificarse. Garibaldi, entre muchos italianos, era el enemigo odiado por el Papa Pío IX. Lo vemos cuando los liberales atacaron Roma y destruyeron a cañonazos la entrada de un seminario en la ciudad. El Papa muere y la gente ataca el carruaje que lleva su cuerpo, gritando: “¡Al Tíber, échenlo al río Tíber!”.