Por Ariel Gutiérrez*
Michel Franco es un polemista nato. Si alguna certeza tenemos cuando ojeamos alguna de sus películas es que ésta, ya sea por su irritante pasividad o por su corrosividad temática, no nos dejará indiferentes. El realizador ha privilegiado la conmoción, llevándola a veces hasta el más álgido de los extremos. Franco suele ser inmisericorde con sus personajes, arrastrándolos hacia los insólitos designios de fortuna y dejándolos sin ninguna posibilidad de redención. En “Daniel y Ana” (2009), su ópera prima, dos hermanos son secuestrados por unos hampones y obligados a tener sexo; en “Después de Lucía” (2012), una blanda adolescente es victima del más belicioso bullying; en “A los ojos” (2013), una madre desesperada toma nefastas decisiones por salvaguardar la salud de su hijo. “Chronic” —su más reciente película, filmada en inglés y en Estados Unidos—, es un regreso al azoramiento de sus filmes anteriores. El director, perpetuamente cruel, vuelve a mostrarse rígido y poco piadoso con sus criaturas.
“Chronic” comienza con un elegante punto de vista desde un automóvil —un remedo del plano inicial de “Después de Lucía”—: un hombre (Tim Roth), de rostro maltratado y mirada gastada, observa a una bella chica salir de un garage. Permanece en silencio. Este sigilo que muestra el hombre, su inexpresividad, es una especie de proyección de lo que la película nos ofrecerá en los noventa minutos siguientes. Franco, cada vez más habilidoso y maduro en el lenguaje cinematográfico, plantea el tono de su película desde este primer plano. Desde este momento, el total de los planos sucedáneos estarán marcados por la reserva y la contención.
David —el hombre del auto— es un quincuagenario enfermo que cuida a pacientes en estado terminal: los alimenta estoicamente, los baña con delicadeza, limpia sus heces, los escucha con atención. Siempre se muestra calmado y parsimonioso. En su hogar, se limita a dormir y a husmear en las redes sociales, donde espía a una atractiva joven. Franco nos muestra todas estas acciones descarnadamente, pero con distancia: la cámara permanece alejada la mayoría de las veces. Esta decisión —acaso antropológica— nos permite ver las acciones con precisión y sin manipulaciones montajísticas. Las imágenes son siempre crudas, pero, a diferencia de sus filmes anteriores, Franco decide aligerar la carga drámatica de su película con algunos chispazos cómicos, aunque no siempre efectivos: el gag de David mostrándole un video pornográfico a uno de sus pacientes se vuelve repetitivo y termina por diluirse.
En esta última escena mencionada —aunque con las costuras visibles— se nos revela un Michel Franco distinto: uno en plena consciencia del cine que hace. El director sabe que sus películas distan de ser fáciles. “Chronic” es clara en su propósito hacia el espectador: busca exasperar hasta al hartazgo, asquear, irritar, y finalmente, impactar. Éste ha sido el sello de característico del realizador. Todas sus películas anteriores han seguido el mismo camino: los personajes son maltratados inclementemente y, como espectadores, asistimos a su degradación física y moral. Narrativamente, también permanece fiel a sus preceptos: Franco siempre es asiduo de la convulsión. En su filmografía el shock value es regla y, generalmente, este artificio está representado por una gran e importante escena. Si bien estas escenas cumplen su cometido en el sentido más elemental —en el de sobresaltar—, su gratuidad arruina los demás aciertos del director, generalmente postrados en su incuestionable talento para colocar la cámara y exprimir lo mejor de sus actores.
Esta necedad por tener un ‘grand finale’ e impresionar burdamente al público, probablemente se deba a una lectura errónea que el cineasta le ha dado a la filmografía de Michael Haneke, acaso el autor fílmico de moda en la actualidad. Franco —como Amat Escalante y el Enrique Rivero de Parque Vía— ha olvidado que si las escenas del austriaco son impactantes, no se debe únicamente a cierto rigor formal y al destapamiento brusco de elementos violentos, sino a que el cine del austriaco está repleto de ideas ocultas, casi como un ensayo fílmico enmascarado, y a que, sobretodo, cuenta con una confección dramática impecable. Si el final de “Amour” (2012) se nos revela eficaz, no se debe a su violencia, sino a la empatía que sentimos por la pareja de ancianos. Otra vez, el director —que ya había calcado una escena de “Funny Games” en “Después de Lucía”— no escatima en homenajear (¿plagiar?) a su ídolo.
Franco carece de imaginación para dotar a sus personajes de un arco dramático coherente, el suyo es un cine de acciones. Sus personajes, ya se sabe, sufren las peores vejaciones, pero nunca sabemos qué les sucede internamente: permanecen secuestrados por la abulia. Hay una monotonía emocional que imposibilita conectar con ellos. Hay una ausencia de fondo. Ante estas graves carencias, se opta por el recurso más simplón: el gran truco. El final —del que se comentará hasta al hartazgo— es de una pereza enorme y de una crueldad absoluta.
“Chronic” tiene una rigurosa y elegante puesta en cámara y Tim Roth está extraodinario, pero los tics negativos del director terminan por enflaquecer la película. La decrepitud impúdica, la cual atestiguamos con horror a lo largo del filme, es espejo del cinismo que muestra el director ante su público. El cine de Franco es el cine de la crueldad. Y mucha.
*Finalista del III Concurso de Crítica Cinematográfica