Por Déborah Farjí

Paolo y Vittorio Taviani (La noche de San Lorenzo, 1982) surgieron mucho antes que los hermanos Coen, Farrely, entre otros cineastas. Nacidos en Pisa, en 1931 y 1929 respectivamente, comenzaron su trayectoria en la década de los sesenta después del neorealismo italiano y la nueva ola francesa, en pos de un cine humanista con alcance social.

César debe morir ganó el oso de oro en el Festival de Berlín 2012 y, si bien no es una cinta espectacular, tiene lo que se necesita para ser una buena película: importancia, pues ésta mantiene su eco aún cuando los créditos se han acabado y uno ha salido de la sala.

Filmada como una cinta de ficción, narra un documental, la historia de un grupo de convictos en la cárcel de Rebibbia -a las afueras de Roma- mientras ensayan la puesta en escena de Julio César, la obra de William Shakespeare, como parte de su presentación anual frente al público.

Es una gran adaptación y recordatorio de cómo el legado del autor inglés aún resuena en la actualidad. La fotografía en blanco y negro enfatiza la arquitectura de la prisión y recrea los corredores que existían en las plazas abiertas de la antigua Roma. Recalca la falta de libertad de los prisioneros y elimina toda parafernalia lo que permite al espectador enfocarse en los diálogos y acciones de los personajes. El ensamble de reclusos actúa con el corazón, tan bien, que de hecho confunde sin saber qué es real o actuado.

Es sin duda una de las películas más originales, artísticas y para la reflexión de los últimos años. Pero sobre todo, su inusual estructura está destinada a pegarse en la mente durante mucho tiempo.

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