Por Juan Pablo Russo
CorreCamara-EscribiendoCine

La pregunta es simple:
¿Por qué está nominada “127 horas” (127 Hours, 2010), que este fin de
semana se estrena en Argentina y México, en el apartado de mejor
película para el premio Oscar? Las respuestas pueden ser varias, aunque
ninguna se justifique desde lo artístico. Un film menor cuyo único
mérito recae en el efectismo que Danny Boyle supo brindarle al
convertir un hecho ínfimo en una historia de 90 minutos.

Basada en un hecho real, 127 horas narra el periplo del alpinista
Aron Ralston, atrapado durante ese lapsus luego de que se desprendiera
una roca de la montaña que escalaba y terminara atrapando su brazo. Sin
nadie que lo socorra y con escasos víveres, debió amputarse el brazo
para poder seguir con vida.

Boyle ya había demostrado su
habilidad para hacer efectiva una historia carente de méritos
cinematográficos en algunas de sus obras anteriores, método que vuelve
a emplear en esta ocasión y cuya única finalidad es lograr la emoción
en el espectador ante el hecho que se narra. Para ello acude a cuanto
golpe bajo sea necesario para conmoverlo hasta las lágrimas, aun cuando
resulten evitables. La escena final es un claro ejemplo de la
utilización en vano de dicho recurso.

El mimado por Hollywood,
James Franco es el encargado de llevar adelante este personaje que no
solo deberá ingeniárselas para salir con vida, sino también convencer
al espectador de que su actuación vale un Oscar. Si el mérito es
ponerse la película en sus espaldas, ya que durante la mayor parte de
la trama actúa solo, es una cualidad que Ryan Reynolds ya había logrado
en “Enterrado” (Buried, 2010, de Rodrigo Cortés) y al que Franco no se
le acerca.

Fragmentación de la imagen, saturación del color y
música pop para lograr ritmo narrativo son sólo algunos de los
elementos plásticos que caracterizan a la filmografía del realizador
inglés, cuya filmografía abarca títulos tan dispares como
“Trainspotting” (1996) o “¿Quién quiere ser Millonario?” (“Slumdog
millionaire”, 2008). Aquí nuevamente son usados más que como una marca
personal o recurso estético funcional al efectismo que al relato.  La
segunda pregunta que nos hacemos es si cinematográficamente es válido
emplear recursos de este tipo para edulcorar una historia cuya
naturaleza es totalmente opuesta. Es claro que estamos frente a un cine
abyecto del que Boyle se regodea.

Muchos dirán si contar una
historia tan mínima se hubiera podido realizar de otra manera.
Volviendo a tomar el ejemplo de “Enterrado”, queda claro que sí. Si el
español Rodrigo Cortés filmó una película en tiempo real teniendo como
único protagonista un hombre dentro de un ataúd, cómo Boyle no iba a
hacerlo contando con un hombre atrapado en la montaña, en donde el
espacio y la temporalidad son mayores y sin la necesidad apelar al
embellecimiento ficticio del hecho.

La pregunta inicial sigue
sin respuesta. Por qué 127 horas aspira al Oscar no lo sabremos nunca.
Lobby, un director ya premiado por la Academia, un hecho real
conmovedor, un actor protagónico que oficiará como conductor de la
ceremonia, una historia funcional a Hollywood… Méritos no posee, aunque
no tenerlos pareciera que para los académicos ya es un mérito en sí
mismo.