Por Javier González Rubio I. 

Basada en la novela “The Road”, escrita por Cormac McCarthy, una  obra maestra de la literatura contemporánea,  se estrena en México con retraso incomprensible la película “El último camino” (The Road) y resulta asombrosa.  

Cormac McCarthy, de ascendencia irlandesa y de familia católica, no sólo es uno de los más grandes escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX y lo que va de este. Como  el –con toda razón- tótem supremo Philip Roth, escribe “de la vida”, con belleza, dureza y austeridad. Ambos forman parte de la gran tradición de la novela realista norteamericana (Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos, Faulkner, DeLillo). McCarthy, al igual que Roth, es un acérrimo enemigo de los reflectores y los gimnasios de la popularidad literaria “al aire libre”. Su primera novela, “El Guardián del Vergel”, la publicó en 1965 y apenas en 2007, a propósito del Pulitzer que recibió por “The Road”, concedió su primera entrevista de televisión, al programa de la famosa conductora  Ophra Winfrey.   

En 2007 los hermanos Coen llevaron al cine la anterior novela de McCarthy, No hay lugar para los débiles (2005), con un éxito de público –muy merecido, afortunadamente- que al parecer, al menos en Estados Unidos, no ha sido semejante con “The Road”.  

Ya antes Billy Bob Thorton dirigió con poca fortuna “Al the Pretty Horses”, la primera novela de la Trilogía de la Frontera elaborada por McCarthy entre 1992 y 1998. 

The Road es  una adaptación impecable realizada por el dramaturgo y guionista inglés John Penhall, y dirigida por el australiano John Hilcot con una concienzuda profundidad dramática logrando que la narrativa fílmica, con sus propias necesidades y recursos, no traicione un ápice la obra original, algo que sucede contadísimas veces en el cine.  

La película incluye escenas que no están en la novela y sin embargo, para quienes la hemos leído, nos parecen lógicas, naturales, parte de la historia fílmica aunque no hicieran falta en la narración de McCarthy centrada de principio a fin en el argonáutico viaje del padre y el hijo en un mundo devastado. Las escenas incluidas son los antecedentes familiares sólidamente esbozados con Charlize Teron como la Madre. La toma inicial, a los alrededores de la casa de los protagonistas, nos muestra el mundo desaparecido: las flores, el canto de los pájaros, el viento suave, la luz del sol, la luz eléctrica. Después todo serán tinieblas, frío, hambre, la brutalidad humana,  y una esperanza desmedida y un amor sin posible calificativo entre el padre y el hijo en un recorrido con destino incierto porque el mar al que llegan también es incierto.  

Hilcot tiene el talento y la prudencia  de no caer en la tentación de explicar el origen de la catástrofe, con lo que también se mantiene fiel a McCarthy.  A fin de cuentas el desastre ecológico que se vive es el marco para una relación padre-hijo fuerte, intensa, conmovedora por sí misma, por el amor que nutre no sólo la posibilidad de vida sino también la esperanza y el compromiso humano. Asimismo, Hilcot esquiva con habilidad los trucos sentimentaloides a los que la película podría prestarse, de ahí que el único prietito en el arroz sea la música melosa de los últimos cinco minutos, una música que hasta ese momento se había mantenido bastante discreta “detrás de los telones”. 

La fotografía del vasco Xavier Aguirresarobe (Los otros, Viky, Cristina Barcelona, Crepúsculo) es punto y aparte. Resulta asombroso que ante las complicaciones que implicaba mantener el ambiente de desolación no tenga un solo desliz, la luz jamás sale de tono y se convierte así en un instrumento narrativo protagónico para conservar, también, el ambiente que McCarthy hace sentir a lo largo de toda la novela. 

Vigo Mortesen, capaz de desarrollar los más disímbolos personajes (Una historia de Violencia, Promesas del Este o el vaquero Everet Hitch de la excelente y poco valorada Appaloosa de Ed Harris) da una nueva cátedra actoral para desempeñar un padre con un carácter de mármol, lleno de los matices que pueden ir de la ternura a la violencia a fin de proteger proteger a un hijo en un mundo terriblemente hostil y mantenerlo no sólo humano sino solidario. Y el Hijo, Kodi Smith McPhee , es una entrañable revelación a quien sólo se puede desear que Hollywood no le destruya la vida. 

Creo que todos los aspirantes a guionistas, todos aquellos que intentan llevar novelas o cuentos al cine, deberían leer la novela de McCarthy y ver la película para desentrañar las claves narrativas de John Pelham y John Hilcot en esta película.

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En gustos… El último camino (The Road)

Si quieres ver la película: primero LEE EL LIBRO. Créeme
la experiencia será memorable, la novela se va como agua entre las
manos, tiene una prosa eficaz, poética, nada le sobra, y en medio de la
devastación que retrata, encontrarás algo sinceramente humano latiendo…
pues no se trata del fin del mundo sino de lo que nos hace humanos en medio de lo inhumano. Luego, si tienes curiosidad de cómo llevaron todo aquello a la pantalla, podrás verla con los ojos llenos de expectación….