Ulises Pérez Mancilla.
  

Talent Campus. Guadalajara.
  

Flor de fango, la octava ópera prima del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM inicia como un desconcierto. En los primeros minutos, de manera apresurada y sin detenerse a bordar con cariño a los personajes, el director empuja rápidamente y con acciones, al conflicto máximo de la historia: una pareja recibe en su casa a una adolescente que ha quedado en la orfandad. Amor a primera vista, paternalismo, obsesión o pedofilia de por medio, Augusto (Odiseo Bichir) queda prendado de Marlene (Claudia Zepeda), cuya pulsión sexual pronto echará abajo su matrimonio con Ruth (Claudia Ramírez) y lo llevará a un viaje incierto-clandestino por el puerto de Tampico, cuando la niña, movida por un pasado casi heredado, sucumbe ante la prostitución, regenteada por una compleja red en la que está implicado su medio hermano (Javier Escobar), un sicótico chacal marinero.
  

A favor del director, Guillermo González, habría que hablar de la construcción de una atmósfera incómoda, con referencia inmediata a la también ópera prima de Víctor Saca En el paraíso no existe el dolor, que le permite asumir la responsabilidad de llevar por protagonista a un antihéroe desangelado a través de un contexto ríspido. Flor de fango, es la historia de un hombre socialmente poco convencional y moralmente antipático y la película camina por esa peligrosa línea. Augusto es un presunto pederasta que probablemente se masturba con imágenes de adolescentes y que circunstancialmente, tiene que velar por el bienestar de una de ellas, rayando en la locura inconexa de vivir por un deseo no consumado o una pulsión de la que se tiene certeza muy cerca del final de la película, donde se redondea el melodrama arrabal, con un interesante coqueteo a la parodia a través de la reinterpretación de un bolero.
  

Un tema transgresor e inquietante que se desdibuja a través de un Odiseo Bichir disperso, que por un lado demuestra en acciones su frenesí, pero por el otro queda siempre debiendo en profundidad. Augusto busca a Marlene en los bajos mundos, abandona a su mujer, vende su auto, se entrevista con prostitutas, golpea a desconocidos, los asesina… ¡todo por encontrarla!, pero en el transcurso de la película falta la mirada, o el respiro, que nos conecte con el desencanto ante la imposibilidad de su amor, confundiéndonos acerca de cuál es su auténtica búsqueda, soltando al aire constantes preguntas sobre su abrumadora existencia.
  

Si esta es la historia de Augusto, ¿qué peso tienen los otros personajes en él, más allá de encaminarlo hacia un viaje auto drestructivo del que él mismo no es consciente? ¿Por qué ante un contexto tan duro, al menos de fondo, la enfatización de elementos se desvía hacia el mito de la “Lolita”? ¿Debió el director desarrollar una historia de amor prohibida? ¿Debió abandonar a su personaje principal para irse por la riqueza de su contexto sórdido y centrarse en una historia dentro de un burdel donde se trata a menores? Como debutante, el director se plantea un cúmulo de respuestas que no resuelve y es quizá el motivo más grande de que uno se quede tan inquieto frente a su trabajo, cuya encanto por las vidas miserables (presente también en el guión de su autoría Espinas, película dirigida por Julio César Estrada) sienta un nuevo precedente para retomar en su siguiente trabajo.