Ulises Pérez Mancilla
Hiroshima, del director uruguayo Pablo Stoll, se circunscribe a la corriente práctica-minimalista que ha sido tan bien acogida en los festivales internacionales, pero se erige peculiar ante la fórmula, mediante una ágil interpretación narrativa sobre la nada, el tema predilecto de los cineastas contemporáneos. Desfachatada, inspiradora, lúdica, así es la primera aventura de Stoll sin su cómplice Juan Pablo Rebella (su codirector en 25 Watts y Whisky, que falleciera en 2006 y a quien está dedicada de manera plena la película, definida por él mismo como un “musical silente”).
La historia es un día en la vida de Juan Andrés Stoll, hermano del director, interpretándose a sí mismo como un personaje hipotéticamente ficticio a quien, desde el comienzo de la película, la cámara lo sigue de espaldas en un largo, largo plano secuencia desde que sale de su trabajo (una panadería en la que labora de noche) hasta que llega a su casa, donde después de una gran fumada de mariguana y dormir la siesta, le esperan nuevas y renovadas horas donde Stoll sobrevive a la existencia cotidiana acompañado de su playlist personal y la certeza de que esta noche, tocará con su banda, su más íntima vía de expresión.
De auténtica alma pacheca, una fumada tras otra, la existencia de Juan Andrés va tomando si bien no rumbo, al menos una espontánea riqueza y diversidad de color. El tiempo en la historia es irreal, pero no las motivaciones, por más mínimas y absurdas que sean a ojos conservadoramente racionales. En su intento por explicarse la vida de su hermano, el director crea su propia interpretación donde las elipsis se dan a pasos agigantados entre el sol del mediodía y el sol del atardecer, donde los sueños tienen estricta continuidad pero el sentido es aleatorio y la realidad un globo de gas comprimido sujetado a una roca. Se puede volar, pero algo de uno permanece en el mundo del que se quiere fugar.
El director ha declarado que antes que cualquier cosa, hizo esta película para acercarse a su hermano, que siempre le pareció un chico de pocas palabras (traducido en Hiroshima a través de diálogos con intertítulos al más puro estilo del cine silente, en contra-convivencia con un muy presente diseño sonoro y mucha, mucha música). En este sentido, se trata de su trabajo más personal (Stoll ha contado también que era un proyecto que le interesaba poco a Rebella), sin embargo, Juan Andrés en tanto personaje, rebasa el análisis consanguíneo y se une a toda una generación de pocas certezas y demasiada incertidumbre, cuyo proyecto de vida es la vida al día y su acción, uno de esos planos largos, contemplativos, a la espera que algo ocurra, acaso porque no se tiene otra cosa mejor qué hacer, acaso porque es más fácil ceder la interpretación del ser a otros; y que se prolonga porque en efecto, en absoluta metáfora con la presencia del protagonista, el suceder ha suplantado el acto de hacer.
La película recibió una mención especial como mejor película iberoamericana en el Festival de Mar de Plata en 2009, y a pesar de haber llegado con un año de retraso a nuestro país, actualmente ronda los circuitos de cine de arte en la ciudad de México.
Cinemanía Loreto
Del 4 al 10 de febrero del 2011