Por Emiliano Basile 
EscribiendoCine-CorreCamara.com

Se sabe: Martin Scorsese, además de ser uno de los más importantes realizadores contemporáneos, es un conocedor fanático de la historia del cine. En La isla siniestra (Shutter Island, 2010) apela a todos los recursos cinematográficos para darle al espectador un curso sobre realidad y representación, esa simbiosis que produce la magia del cine.

eddy Daniels (Leonardo DiCaprio) es un policía enviado a Shutter Island, una institución psiquiátrica donde se albergan a los más peligrosos criminales demenciales, tras la pista de una misteriosa desaparición. En ella se irán desencadenando extraños sucesos que afectan la cordura de Teddy al mezclarse los hechos sucedidos con sus traumas del pasado.  

El film comienza en el barco hacia Shutter Island, nos traslada junto con el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio, quien está en el baño descompuesto y mirándose al espejo. A través del mismo, y en un inteligente mecanismo de identificación que nos propone Scorsese, Teddy nos devuelve la mirada a nosotros espectadores. Scorsese ya había utilizado este recurso enunciativo con Robert De Niro mirando el espejo retrovisor del taxi que conducía en Taxi Driver (1976). 

Lo que este momento del film pone en evidencia, es el dispositivo cinematográfico. La mirada que condiciona la noción de realidad en el film, va a ser la mirada del protagonista. No importará mucho cuál sea la veracidad de los acontecimientos en la narración, sino cómo Teddy los mira. 

Este juego de realidad y representación, es la base del dispositivo cinematográfico en el sistema clásico que utiliza Hollywood desde su época de oro. Su funcionamiento consistía en ocultar todo artificio que nos demuestre que estamos frente a una representación. De este modo tomamos la representación como realidad. Es por ello que La isla siniestra, luego de ese juego de miradas, propone una historia clásica en su construcción, para hacer entrar lentamente al espectador en la isla en cuestión y los desconcertantes sucesos que allí ocurren. Primer engaño. 

Una vez que Martin Scorsese expone mediante este recurso al enunciador (o sea Teddy) el clasicismo atrapa por completo al espectador. A partir de allí, el director de Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991) vuelve a engañar al espectador incluyendo elementos surrealistas que subrayan la subjetividad del protagonista, como si lo demás que estamos viendo en pantalla no dependiera de ella. Segundo engaño. 

Y lo grandioso, es que mas allá de percibir -o no- todos los “trucos” cinematográficos -en el buen sentido- utilizados para atrapar al espectador, el espectador termina rindiéndose al placer audiovisual que provoca el film, dejándose llevar por la historia y gozando con ella de principio a fin. O sea, dejándose engañar. La magia del cine. 

Desde este punto de vista, La isla siniestra produce el mismo efecto que El Resplandor (The Shining, 1980) dirigida por Stanley Kubrick. Una historia de terror y locura que en manos de cualquier otro cineasta hubiera sido un film de género mas, pero gracias al aporte de su realizador -en este caso Martin Scorsese- termina siendo una obra que además de entretener habla del cine desde el cine. Quizás con el tiempo se convierta en clásico también.