Por Manuel Cruz
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@cruzderivas

La obra de Cao Guimaraes en CinemaGlobal ha explorado distintas emociones: Con “El Fin del Sin Fin”,  el humor y la incertidumbre nostálgica por una época que ya tenemos encima, “El alma del Hueso”, el significado sensorial de la soledad y su conmovedor misterio. “Elvira”, el potencial sarcasmo detrás de un legendario método sobre el futuro. Pero “Otto” (Cao Guimaraes, Brasil, 2013), quizá la más íntima en la filmografía del cineasta, se mete con el amor. No para unirse a los cientos de millones de retratos que existen sobre ese peculiar tema, pero sí escribir su propia visión, logrando una de las películas más desafiantes y hermosas del año.

Siguiendo a Florencia Martínez (su mujer) Guimaraes persigue la compleja tarea de hacer que un montón de extraños sientan algo en relación a ella, y no sólo por su embarazo y la temática universal que este puede dar. Las home movies llevan el título por una razón: es más sencillo identificarse con cualquier cosa en la vida de una persona si la conoces de ante mano, a ser un completo desconocido. Excepto en situaciones como Otto, donde la estética progresivamente memorable del cineasta plasma imágenes y sonidos que permanecen —como el propio hijo de Guimaraes dentro de su madre— en el cuerpo de quienes las observan. Es complicado escribir sobre la obra del cineasta brasileño, porque ella se va directo al corazón y las vísceras de su espectador, no la mente. En mi primer encuentro con el denominado “cine contemplativo”, entiendo ahora que los ubicados y obsesivos del simbolismo están en el error: películas como esta no tienen porque ser analizadas hasta el último segundo, en la falaz esperanza de encontrar una respuesta universal, cómo si el arte fuera el motivo de un culto hipsteriano. Lo que ocurre aquí tiene más relación con la poesía (la cual Guimaraes usa magistralmente, en pasajes de voice over que acompañan a su hermosa mujer y los canvas, llenos de vida, que atraviesa) y lo que define al propio cine y su eterna pasión: No conocemos realmente a Florencia, ni a Cao, mucho menos a Otto… pero una hora después, se puede estar perdidamente enamorado de ellos. Quizás porque son la madre y el hijo del mundo. O por cómo se ven, en esa extraña belleza que aparece en las actividades mundanas.

La respuesta la encuentra cada uno, en un misterio tan peculiar como el primer encuentro de Cao y Florencia, narrado al inicio de la cinta. Yace en el mar por el que ella camina. Uno al que todos deberían unirse, y celebrar esa rara y preciada exposición del amor verdadero.