Por Matías Mora Montero
“Pronto la violencia será erótica”, frase dictada por Diana, uno de los tantos misteriosos personajes que navegan la odisea que es la magnus opus del cineasta danés Nicolas Winding Refn, “Too Old To Die Young”, miniserie del 2019 donde este diálogo, aunque dicho ante un futuro no visto, parece resumir la tesis visual de todo el proyecto.
Empezamos por la locura americana a la que Winding Refn tuvo que adentrarse para este proyecto. Las propias entrañas, sucias, sangrientas y conservadoras por las que se encontraba el sexenio de Trump. Nombre abreviado, NWR claramente se veía en una fascinación ante tal fenómeno, una fascinación que nace del terror provocado por la victoria de alguien así, su significancia para la población americana, no solo gringa. Una fascinación que puedo comprender bastante bien. Fue con Donald Trump y los alrededores de aquel tiempo que adquirí, por primera vez, una conciencia política. Aún en la infancia y ver a aquel rubio gordo, escuchar sus discursos, me parecía algo salido de uno de los villanos de los cómics que tanto me gustaba leer. Me aterraba. Parte de mí quería entenderlo, hasta empatizar con él, sin comprender, en ese entonces, que él tan solo era un ejemplo de cosas peores. Sus seguidores no eran así por él, eran así por la historia de un país construido a base de sangre y odio (véase “The Searchers” de John Ford), y en sus instintos más primitivos siempre se encontraba el prevalecer y vivir a través del odio ancestral. Algo casi místico, incluso en imágenes del asalto a la capital, en apariencia ocasionado por la derrota de Trump en las elecciones del 2020 y en realidad una manera de desatar todo aquello que se les había negado expresar a aquellos que buscan derramar más sangre de la que fluye dentro de sí mismos. Quizás esta última frase sea una exageración, quizás no, todo lo que sé es que el impacto que tuvo sobre mi entender que alguien como Trump pudiera ganar la Presidencia, más allá incluso de las propias prácticas y políticas llevadas a cabo durante la misma, me abrió la noción de lo violento que puede ser el mundo y de lo fácil que puede resultar cederse ante el río de sangre marcado por la historia, aparentemente interminable en su flujo.
Ante todo el odio era libre, esa parecía ser la idea más espantosa y cercana a lo que flotaba por el aire de la conversación, en torno a tal resultado político. Pasarían años para que entendiera que es ese, lamentablemente, el caso mayoritario dentro del juego de la política, sin importar el partido o la nación-Estado de la que estemos hablando. Lo que pasó con Trump fue lo ya mencionado, un golpe de conciencia brutal; en mi caso, de primera conciencia. Y anticipo que, igual que conmigo, a NWR este golpe lo dejó aturdido y, como cineasta, en inmediata prisa de abordarlo como pudiera. Lo que no creo, necesariamente, que haya estado esperando al abarcar el tema, es haber creado una obra que define en gran ejemplo el método y la función de un nuevo lenguaje cinematográfico en el siglo XXI.
Como ya mencioné, NWR viene de Dinamarca, específicamente de Copenhague, y es en su país natal donde llevó a cabo sus primeras obras, pero no le tomó mucho sentar base en Estados Unidos. En ese país parecía haber sido hipnotizado no solo por un estilo muy marcado, donde la estética destaca gracias a su uso de luces neón y música techno –comúnmente compuesta por el fenomenal Cliff Martinez–, que a la par parecen estar atraídas a temáticas similares, de trágicos protagonistas, batallando contra industrias o sistemas que no tienen problema alguno en desecharlos, destruirlos y hacerlos sangrar, pero cuyo objetivo logra ver más allá de ello, destaca la esperanza, los rayos del sol como una nueva vida, mientras las conexiones humanas prevalecen. Todo esto se puede ver en obras como la majestuosa “Drive” del 2011 o la no tan lograda “The Neon Demon” del 2016, aunque es esta donde logran florecer muchas de las ideas para “Too Old To Die Young” y su proyecto más reciente, regreso a su lugar de nacimiento y ya disponible en Netflix, la sensacional “Cowboy de Copenhague”.
Ante esta creciente fascinación con muchas de las vidas bajas de la gran América y sus historias, no solo es conciso, entendible, sino también inevitable el surgimiento de un proyecto como “Too Old To Die Young”.
La serie se centra, o parece hacerlo, en dos personajes: Martin Jones (Miles Teller), un policía que va ascendiendo a detective a la par que se sumerge en el mundo criminal para volverse un sicario, y Jesús Rojas (Augusto Aguilera), hijo de una Magdalena, figura poderosa en un cartel mexicano que fue asesinada por Martin. Luego Jesús, al confundirse, asesina al compañero de Martin y huye a México, donde empieza a ascender dentro del narcotráfico. Inevitablemente, sus caminos están destinados a volverse a cruzar y es esto lo que desencadena la serie de eventos que deslumbra durante las 13 horas de brutalidad que NWR nos regala. Lo podrido rodea, pedófilos, violadores y asesinos parecen ser los únicos habitantes, mientras el mundo se hunde en la oscuridad que acompaña la ultraviolencia. Y es que, aunque su inusual estructura, subversiva hasta las ramas, no nos lo indique, hay cierta inevitabilidad presente durante el metraje entero de la miniserie, la cual sea da gracias al retrato de la violencia.
La serie empieza con un acto de brutalidad, por ende, no parece tener de otra que seguir aquella ruta, sin ignorar de dónde nace este impulso tan primitivo que ha infectado nuestras instituciones, nuestros gobiernos y, por supuesto, a su mero centro, nuestra forma de ser. Nos deja en medio del desierto desnudados, recibiendo el castigo infernal que tanto nos espera por cada gota derramada. Es, en muchos sentidos, el testamento definitivo al rojo que tanto nos aterra, aquel al que en “La Aldea” de M. Night Shyamalan se le denomina como “el color malo”, no por su aspecto, sino, indudablemente, por su trasfondo, su historia, su conexión con la propia historia. Les pregunto: ¿Cuál es el relato eterno de la humanidad sin los infinitos derrames de sangre? Trump pudo no haber sido el primero –definitivamente no será el último–, pero se mantuvo como un símbolo de un odio muy peculiar, uno que consume mientras viaja por el país más importante del mundo, infectando con un veneno letal la condición humana por siglos por venir.
Ante esto, sigamos con la violencia, la violencia a 24 cuadros por segundo, violencia dentro del cine. Jean-Luc Godard solía decir que el cine era “una chica y una pistola”, resumiendo dos elementos que parecen recurrentes a lo largo de toda la historia del medio. Y es en esta misma historia donde el uso de aquella pistola ha sido cuestionado y castigado, censurado ante una pseudo búsqueda por “contenido” (palabra pecadora al hablar de arte, la verdad) moralmente aceptable. Podríamos meternos en un discurso imparable alrededor del uso de la violencia en el cine, ha sido un tema que sobrevive las décadas, envejeciendo y sin envejecer simultáneamente. La ultraviolencia como el acto de éxtasis en el cine setentero (“Taxi Driver”) o el acto prohibido, tan solo encontrado en fenómenos únicos, milagrosamente producidos en tiempos que parecen rechazar su naturaleza (“Terrifier 2”). Pero, resumamos, la violencia tiene lugar en el mundo real, lamentable, sí, pero indica algo que debería ser evidente, la violencia tiene lugar en todo arte, especialmente en el cine. En otras palabras, es demasiado cool cuando los buenos y los malos se disparan balas sin cesar en un tercer acto y pintan el celuloide de rojo. Y vaya, para ser una miniserie producida por la mayor compañía en el mundo y lanzada hace tan solo cuatro años, “Too Old To Die Young” parece infectarse de ultraviolencia, sacando el mayor jugo (¿sangre?) de su uso de la misma, como el vehículo temático por excelencia dentro de su narrativa.
Y su violencia no es su único vehículo. NWR destaca por su uso de ciertos elementos técnicos, que aquí parecen agarrar no solo una forma divina y suprema dentro del catálogo del cineasta, sino una forma casi educativa dentro del arte audiovisual contemporáneo; se toma su tiempo. Es tiempo. Es una oda a lo exquisitamente lento, cada toma se muestra sin prisa alguna. Ante esto, su brutalidad nunca nos es gratuita, todo lo contrario, es un platillo que toma su tiempo, cuyos sabores y olores atrapan hasta que el deleite es tan solo inevitable. Su lugar dentro del cine es uno que acompaña a otras obras de gran diversidad entre sí, como lo serían “NOPE” de Jordan Peele o las películas recientes de David Cronenberg o de cineastas de menor trayectoria, como Robert Eggers, es decir, un cine que en forma parece cuestionar qué sigue para un arte que supera el siglo y aún se mantiene joven e inexperto, fresco en experimentación y amenazado ante la homogeneización de estructuras y audiencias.
Que el cine sea libre, que vuele y derrame, es aquello que parecen manifestar los contemporáneos más prometedores, mano a mano con los viejos maestros, dispuestos a seguir en primera fila en la lucha por un cine verdaderamente explosivo. No es coincidencia alguna que la más reciente de Cronenberg se dio como una de sus películas textual y visualmente más radicales a la fecha, indicando que – ¡vaya! – no es que los viejos sean los que más ruido hacen: son los que se encuentran disconformes con el estado de las cosas los que más producen maravillas anarquistas contra lo que la pantalla convencional le proyecta al espectador convencional. Son aquellos punks que nos llevarán al mañana. Entre sus obras, quizá la más esencial sea “Too Old To Die Young” de Nicolas Winding Refn. Cabe mencionar y con ello concluir, que todos sus diez capítulos se encuentran disponibles en Amazon Prime Video.