Por Pedro Paunero

Anora (Mikey Madison) tiene veintitrés años de edad, una figura espigada y largo cabello negro, con un rostro que nos recuerda a alguna “Donna” de Rafael. Le agrada que le digan “Ani”. Trabaja en el “Headquarter”, un establecimiento dedicado a bailarinas de lapdancer ubicado en Brighton Beach, zona de alta migración uzbeka, en Coney Island, cuya ascendencia Anora detenta. Muy diligente, se consigue varios clientes por noche, sin que le falten tanto la envidia de alguna compañera, como la amistad de otras. Un día llega al local un joven ruso alocado, Ivan (Mark Eydelshteyn), que le pide hacerle varias visitas a domicilio, no sólo porque le gusta, sino porque comprende el idioma, hasta proponerle la exclusividad de tenerla por una semana como “novia hot”, por un acuerdo de quince mil dólares. Anora e Ivan viven días de excesos, de diversión desbordada en fiestas de tipo sexual -consumo de drogas incluido-, con varios amigos locales. Pareciera que se van acostumbrando uno al otro, que se hacen indispensables. Pasean en éxtasis compartido, y Anora empieza a soñar. En la cama Ivan es apresurado, y ella le enseña a disfrutar. De pronto, él no quiere volver a Rusia, donde su padre lo pondrá a trabajar en una de sus empresas pues resulta ser el hijo de un  multimillonario. Es entonces cuando al chico, menor por dos años con respecto a ella, se le ocurre la idea. Le propondrá matrimonio a Anora para poder adquirir la nacionalidad estadounidense y quedarse para siempre. Anora propone un lugar para casarse, Las Vegas.

El cineasta Sean Baker (nacido en Nueva Jersey, en 1971), nos había entregado ya algunas muestras, tan conmovedoras como comprometidas con el ser marginal, y-de-lo-marginal, en películas como “The Florida Project” (2017), en la cual la prostitución materna apenas quebranta las fantasías infantiles; “Tangerine” (2015), cuyos personajes indagan la amplitud sexual humana con nefastas consecuencias, o “Starlet” (2012), la historia de una amistad que estrecha la brecha generacional con el marco de la porn-industry de fondo. Con “Anora” alcanza la cima, dándonos su mejor trabajo hasta ahora, en una película donde cabe el apasionamiento y hasta el humor, como en la larga escena que transcurre en la sala de la casa de Ivan, donde la gente de su padre ordena retenerla -cuando Ivan ha escapado a la calle-, e intenta convencerlos, haciendo alarde de un extenso vocabulario florido y gran fuerza física, a pesar de estar atada, de haberse unido legalmente con el muchacho.  

Las escenas que suceden en las vulgarísimas calles de Las Vegas, bajo las luces y entre la gente, mientras la pareja corre extasiada, presumiendo el certificado de matrimonio, no abandonarán fácilmente la memoria del espectador, pues poseen en sí mismas el dulce-amargo sabor de un auto engaño, la ingenuidad de la escena de baile callejero de “Cantando bajo la lluvia” (Singin’ in the Rain,  Gene Kelly y Stanley Donen, 1952), y la tesitura del cuento de hadas para adultos de “Mujer Bonita” (Pretty Woman, Garry Marshall, 1990), haciendo frontera, sin embargo, con la sordidez urbana de  “Angel” (aka. Ángel, una colegiala diferente, Robert Vincent O’Neil, 1984), uno de los títulos más relevantes del Teensploitation.

Las actuaciones de peso recaen en Mark Eydelshteyn, a quien terminamos detestando como a Ivan, inmaduro, siempre escapando de la realidad, seguida por la de Mikey Madison, como una Anora enfrentada al problema de hacer valer su matrimonio y, con esto, igualmente soñadora.

No cabe duda que, inestable como muchos jóvenes a su edad, y con un sostén económico poderoso que lo respalde, Ivan, pero también Anora, creen poder vivir el escape perfecto a las islas del placer de “Un verano con Mónica” (Sommaren med Monika, Ingmar Bergman, 1953) que termina siendo absolutamente irresponsable y desastroso. Ivan puede huir dos veces, de su padre primero y de Anora después, buscando los brazos de la prostituta rival de su esposa, para someterse a la tiranía matriarcal, abandonando a Anora en el bulevar de los sueños rotos.

¿Quién no ha vivido un amor como el de Anora e Ivan que obedeciera a aquel verso de Rupert Brooke, tan “sordo, ciego y loco como el cielo” y quien no, dijérase que, en verdad, no ha vivido?

Sean Baker nos ofrece, con “Anora”, varios elementos para hacer de esta película un clásico contemporáneo: una buena dosis de realidad mezclada con fantasía, la dupla tragicómica griega y el sensualismo inherente a Mikey Madison, pero también está su inherente cualidad de memoria, de Amour Fou pues, parafraseando a Eduardo Mallea, “Anora”:

“Lo que tiene de nuestra y de distinta, es el parecido que tiene con nuestro propio recuerdo”.

Para saber más:

Donna Wilkes, princesa del «Teensploitation» en «Angel» Por Pedro Paunero

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.