Por Hugo Lara Chávez

“Beasts of No Nation”, de Cary Fukunaga,  es la película que más está sorprendiendo en esta temporada de premios en Estados Unidos, no porque carezca de méritos cinematográficos, sino porque es la primera incursión importante de Netflix como productora y distribuidora camino al Oscar, desafiando a los poderosos exhibidores y la vieja estructura del cine y la televisión. Netflix había ya llegado al Oscar con dos películas en años anteriores (“The Square”, 2014 y “Virunga”, 2015), pero había sido en el género documental. Esta vez sus aspiraciones llegan al cine de ficción, donde compiten las grandes ligas.

“Beasts of No Nation” tuvo su premier en el Festival de Venecia, donde fue bien acogida por la crítica y el público. Luego pasó a la plataforma digital donde actualmente se encuentra disponible, y además consiguió un estreno limitado en una treintena de salas de Estados Unidos, lo que la habilita para poder competir al Oscar, a pesar del intento de boicot de las grandes cadenas de exhibición que reclamaban la violación a la cláusula de 90 días de exclusividad para ellos. Netflix tiene alrededor del mundo 70 millones de suscriptores y, junto a otras opciones de Internet, está cambiando el concepto del consumo del audiovisual.

Ahora bien, la película de Fukunaga es un filme poderoso, que bien podría haberse estrenado en salas, pero que por otro lado tiene características que la vuelven pertinente para la exhibición digital, pues no cuenta con grandes estrellas de Hollywood ni tampoco con la intención para ser un filme de entretenimiento que deje un sabor de diversión pasajera, que es lo que prefiere el público masivo.  “Beasts of No Nation” es un filme poderoso, pero también crudo y triste. Para Netflix, no es una película de televisión, sino es una película con toda la dignidad y calidad que tiene las mejores.

El filme está basado en la novela de Uzodinma Iweala y adaptado por Fukunaga, ambientado en un incierto país africano sumido en una guerra civil. Es la historia de un niño, Agu, que vive en una aldea con su familia, en condiciones humildes pero llevaderas y hasta felices.  Un día llega un ejército que arrasa con su pueblo y mata a su familia. Agu es el único que logra escapar pero en la selva es capturado por una guerrilla que lidera un carismático comandante (Idris Elba), quien lo recluta y lo instruye para combatir a sus enemigos, los mismos que asesinaron a su familia. Agu, junto a otros niños, sufre un proceso de transformación, asediado por el horror de la guerra, la violencia y la crueldad de la que, al mismo tiempo, es víctima y cómplice.

El filme es conmovedor, a partir de la sólida construcción del personaje del niño soldado, Agu, así como su relación ambivalente con el Comandante, que pasa por distintas etapas, desde la admiración hasta el odio. El director desarrolla su trama, sobre todo en el segundo acto, en un ambiente de sofocamiento y crispación, sea en la selva, en los campamentos militares y en las acciones de la guerrilla, donde participan varios niños soldados. Agu entabla una entrañable amistad con otro de ellos, Strika (Emmanuel Nii Adom Quaye), su compañero silencioso con el que comparte sufrimiento y dolor por su infancia arrebatada. En el aspecto estético, la película maneja diferentes texturas, con una calidad notable de imagen (la fotografía también estuvo a cargo de Fukunaga), capturando el vértigo y la locura de la crueldad. 

“Beast o No Nations” propone varios planteamientos éticos en torno al bien y el mal, así como la dualidad del ser humano, capaz de convertirse en una bestia, una reflexión emparentada con los postulados filosóficos de Ortega y Gasett: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. En este sentido, dentro del cine bélico, podrán encontrarse afinidades con filmes como “Apocalipsis Now” de Francis Ford Coppola, o “Pelotón”, de Oliver Stone.

La presencia de los niños en las guerras se ha visto en algunos estupendos filmes como “Adiós a los niños” (Louis Malle, 1987), Esperanza y gloria (John Boorman, 1987) y en “Voces inocentes” (Luis Mandoki, 2004). En “Beats of No Nation” Fukunaga reafirma ser un director sensible e inteligente para abordar temas espinosos, lo que ya había mostrado en sus trabajos anteriores, especialmente en su experiencia mexicana “Sin nombre” (2009), notable filme sobre la migración centroamericana que cruza el México bárbaro y violento.

“Beats of No Nation” es una película trascendental, no sólo por su innovación en el ámbito de la exhibición, sino porque pone la mirada con sensibilidad en un asunto lamentablemente vigente: el impacto de las guerras en los niños, el futuro del mundo. Y hay mucho qué pensar sobre ello.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.