Por Sergio Huidobro
El talón de Aquiles de la biografía es casi siempre el mismo: el interés por el personaje biografiado se da por sentado desde el primer minuto y a partir de ahí se evade sistemáticamente cualquier responsabilidad de contar algo que tenga peso propio como relato. Como si fueran cuadros bíblicos, los episodios de relevancia son presentados en estricta cronología y con un aséptico respeto por la Historia. La forma, en franca desventaja, es vencida por el fondo. Las excepciones son pocas: “Amadeus”, “Lawrence de Arabia”, “Andrei Rublev”, “Napoleón” y alguna otra; ni de lejos “Cantinflas” (Sebastián del Amo, 2014) es una de ellas.
La anticipada biografía del cómico mexicano ha sido precedida por constantes rumores de producción, aunque casi ninguno concierne a lo estrictamente cinematográfico: la elección de un protagonista español, la opinión de la familia Moreno, los detalles del elenco, el considerable presupuesto y, en días recientes, la decisión de enviar la cinta como candidata mexicana al Oscar, sea lo que sea que eso signifique. De la misma forma, la película se siente como eso mismo: como un producto manufacturado para gustar al instante, venderse, exportarse, comentarse con fruición y generar conversaciones al vuelo en centros comerciales o programas de espectáculos, pero nada más. Como cine, queda más al nivel de las comedias menores de “Cantinflas” –digamos, “El barrendero”– que de “Ahí está el detalle”, y falla al tratar de abarcar las varias dimensiones de un personaje como Mario Moreno: el guión confunde la complejidad con la acumulación de arquetipos.
Narrada con base en desordenados flashbacks, “Cantinflas” narra los inicios del actor en las carpas de variedades de principios de siglo, su incorporación al cine de la era dorada y su consolidación como figura central de la industria. Por otro lado, se nos muestra su momentánea conquista de la prensa norteamericana como co-protagonista de “La vuelta al mundo en ochenta días”, un triunfo relativo que el guión de del Amo y Edui Tijerina se encarga de hinchar. La decadencia y los varios claroscuros públicos del personaje quedan totalmente borrados del esquema, por lo que la película termina por ser una hagiografía deslavada y formularia, no un retrato fidedigno.
Vale la pena atestiguar la metamorfosis asombrosa de Óscar Jaenada, que lleva el peso de la película entera sobre los hombros. Su talento es tal que levanta en varios momentos una narración que hace aguas por todos lados y que no se atreve a profundizar en ninguno de los muchos temas que acumula en apenas hora y media. Jaenada ha sido hasta ahora un actor de segunda categoría en el panorama español; su único trabajo memorable, amén de algunos secundarios desapercibidos en Norteamérica, quizá sea “Noviembre” (2003). Cantinflas podría ser un impulso inesperado en su carrera: su resurrección de Moreno es un prodigio que cualquier mexicano podrá valorar en su justa medida.
Como estreno, “Cantinflas” es testimonio de lo que ya sabíamos, aunque nos encante confirmarlo: después de décadas de espera, el cine mexicano pudo al fin tomar control de sus propias carteleras y comienza al fin a parecerse a una industria en forma, pero cabe preguntar: ¿la calidad, la solidez formal y la experiencia de sus realizadores están a la altura de ese panorama? Al parecer no. Si “Cantinflas” es la respuesta, habría que volver a plantear las preguntas.