Por Miguel Ravelo

La película islandesa “Carneros”, segundo largometraje de ficción de Grímur Hákonarson, es una divertida y muy cálida propuesta que recibió el premio “Una cierta mirada” en el Festival de Cine de Cannes y ahora se exhibe en la Cineteca Nacional.

En “Carneros”, Hákonarson nos presenta la historia de Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), dos hermanos que llevan 40 años enemistados, viviendo uno frente al otro, cada quien en su granja, en un solitario y frío valle de Islandia. Al llegar la competencia anual para premiar al mejor carnero de la región, Kiddi obtiene el primer lugar y Gummi el segundo, por lo que éste exige a los veterinarios locales una revisión exhaustiva de los animales de su hermano. La intervención de los médicos saca a la luz que los carneros de Kiddi están siendo afectados por la “tembladera”, enfermedad mortal y altamente contagiosa, por lo que la comunidad entera tendrá que sacrificar a todos sus animales, inclusive a los sanos, para erradicar por completo el virus. Actuando en contra de la ley, Gummi decide guardar en el sótano de su casa a algunos de sus mejores ejemplares para no terminar con el famoso y multipremiado linaje familiar.

Utilizando una muy agradable línea cómica, el director desarrolla a sus dos protagonistas partiendo de su mutua aversión, con la que hasta los vecinos han aprendido a vivir. A través de su enemistad, la realización desarrolla situaciones muy divertidas con algunas necesarias pinceladas dramáticas. Tanto Sigurjónsson como Júlíusson brillan como los hermanos protagonistas, y su historia de soledad y aceptación irá siendo desarrollada de manera muy peculiar, siempre a través de lo que va ocurriendo con los simpáticos carneros del título.

Sin problema alguno, uno de los hermanos puede ir a balacear a media noche la casa del otro, pero ambos saben que más allá de las décadas de hostilidad, la persona que vive en la granja de enfrente es lo único que cada uno tiene en la vida. Y este sentimiento fraternal es uno de los grandes aciertos en el desarrollo del guión. A regañadientes, Gummi y Kiddi tendrán que intentar convivir si quieren salvar a sus animales.

La fotografía del noruego Sturla Brandt transmite adecuadamente la soledad y la frialdad del clima de la región. Sus tonos opacos parecen reflejar los sentimientos adversos de los protagonistas, y su trabajo se vuelve especialmente meritorio en el clímax de la película, ofreciendo a los espectadores una conclusión tan estrujante como ambigua. Además, una película que en sus créditos finales tiene el buen tino de dar crédito de actuación a sus ovejas y carneros, siempre traerá una sonrisa a la cara, aunque la historia recientemente presenciada nos deje un sentimiento profundamente agridulce.