Por Pedro Paunero
Lois Tryon (Niecy Nash), detective en jefe, alcohólica y enfrentada a una cotidianidad abrumadora y dolorosa -Merritt, la hija con marcado sobrepeso (Raven Goodwin) y Marshall (Courtney B. Vance), el esposo sumido en un coma profundo, otrora profesor brillante, pero con un pasado de infidelidad que incluye haber tenido sexo con sus alumnas-, se topa con una serie de asesinatos refinados, sin solución aparente, no sin antes recibir la ayuda de la extravagante hermana Megan (Micaela Diamond), la monja periodista del Catholic Guardian, cuyos artículos policíacos han elevado el interés de los fieles -y no tan fieles-, en la religión, llenando otra vez las iglesias durante la celebración de la misa, uniéndolas en una cruzada común en la cual, todo el tiempo, no parecen saber dónde están paradas.
La serie “Grotesquerie” fue creada por Ryan Murphy, la mente creativa -y el dinero-, detrás de series exitosas como “Nip/Tuck”, “Glee”, “American Horror History” o la reveladora “Feud” y, como estas, se extiende entre el terreno, poco moral, que va de la crítica social o de situación puntual, a lo meramente efectista.
La serie está impregnada con esa atmósfera finisecular, la depresión, y los profundos abismos existencialistas que acosan a los personajes apocalípticos del “Grupo Millennium”, así como de los asesinos seriales que enfrentan, en la serie creada por Chris Carter (el padre de los “Expedientes secretos X”), que advirtiera, ya desde su primer capítulo (“El francés”), que “la ceremonia de inocencia está agotada”, de acuerdo a los versos de “El segundo advenimiento” de W. B. Yeats, pero recordándonos que han transcurrido ya tres décadas desde ese “Fin du Millennium” desabrido, y el Anticristo es más informe e inquietante y aparece, o desaparece, a voluntad, ya sea bajo el aspecto de las IAs, de los inmigrantes ilegales o el comercio transfronterizo, así como de la multiplicidad tentacular de las grandes mafias criminales, que juegan ya en el terreno de lo empresarial, a nivel planetario.
“Grotesquerie” transcurre menos como una sesuda investigación policial -el alcoholismo de Lois es un obstáculo que no la hace avanzar sino a trompicones, y la decadencia del catolicismo se nos echa en cara cada dos por tres-, que como un sueño febril, entre el afán consciente de impactar al espectador -los asesinatos cuyas víctimas, cuidadosamente colocadas y congeladas en un “tableu”, no “vivant” sino mortal, recuerdan los de las víctimas de los exagerados psicodramas gore de la serie dedicada a Hannibal Lecter, o la matanza seudo religiosa de la película “Seven”, de David Fincher y Andrew Kevin Walker que lindan, o se adentran decisivamente, en los preceptos de Thomas de Quincey, ganados y expresados en un arte forense, parafílico y desolador-, para perderse en los recovecos oníricos de un David Lynch, como sucede en el séptimo capítulo (“Desconexión”), cuando la realidad de todos los personajes da un vuelco hacia una realidad paralela, no menos angustiosa.
“Grotesquerie” es más que una tomadura de pelo muy entretenida, pues la salva la consciencia meta ficticia de su propio título -ese cura flagelante y seductor, que pone al borde de su propia sexualidad a Megan, el granguiñolesco, pero no menos horripilante, “asesinato cesáreo” o el paso a través de un paisaje en llamas, de aire enrarecido y color naranja, mientras Megan canta “Don’t Know How to Love Him”, de la ópera rock “Jesus Christ Superstar”-, un afán de bien actuar, sobre todo de parte de Niecy Nash, y esa mencionada crítica a lo actual (“la Inteligencia Artificial y los perros policía robot sustituirán a los detectives, tú perteneces a otra era”), que siguen posicionando a Ryan Murphy como a alguien que sabe bien su negocio, en una serie digna de la realidad distorsionada que vivimos, con la posverdad como “cognomen”. En una palabra: grotesca.
Producida por FX, distribuida por Disney y disponible en Star.