Por Damián Albor
“¿Por qué me has creado, si yo no te lo he pedido?”, le pregunta el monstruo a su creador. Víctor Frankenstein, movido por su ego, ha creado al ser perfecto y no puede soportarlo. Ambos quieren venganza. Víctor quiere matar a quien no puede morir de tan perfecto; y el monstruo no quiere matar a quien más merece morir de tan maligno. Se desata la guerra. Se hacen sufrir lo que siempre quisieron. Han saciado su venganza, pero su alma no ha sanado.
“Frankenstein” (2025) es atrevida al sugerir el perdón como remedio ante el rencor de toda una vida. Del Toro propone que el monstruo no es tan diferente de Víctor, ni de nosotros. Alegre durante su breve infancia, rencoroso con quienes lo lastimaron en el pasado y, también, desea el perdón.
Un Víctor Frankenstein interpretado por Oscar Isaac a quienes los promocionales de la película anticipan como el monstruo por sí mismo, termina siendo aterradoramente humano. Con la ambición de crear algo perfecto creyendo que ése es el propósito de su vida; y una vez lo alcanza, nada tiene sentido. Con un ansia terrible por enterrar su pasado, las apariciones del monstruo son un llamado a volver a la locura.
La mujer a quien más deseaba en el mundo, Elizabeth, prefiere a al monstruo, interpretado por Jacob Elordi, sobre del genio creador. Una perfecta creación que a veces es ángel y a veces es demonio; tan monstruoso y ambivalente como Mia Goth en el papel de Elizabeth.
Para una sociedad que vive entre el miedo y el rencor; entre la ansiedad y la nostalgia, Del Toro entrega la interpretación que necesitamos del relato legendario. Dejar atrás lo que nos hizo daño y vivir del presente son los motivos constantes durante la historia; motivos en un vaivén como si bailasen a los adorables valses que constituyen la banda sonora de la película compuesta por Alexandre Desplat, también compositor en “Pinocho” (2022).
Inexplicablemente, el monstruo tiene un alma. Víctor no sabe de dónde vino, pues claramente no la heredó de él. El monstruo ha venido a demostrar que sí; vino de él. Y en ese momento, cuando las almas de creador y creación brillaron al unísono, la piedad se hizo presente. Del Toro es contundente: la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena.

